Cinco lecciones que dejó la guerra de Artsaj

Estamos heridos pero de ningún modo derrotados

14 de noviembre de 2020
Despedida del monasterio de Dadivank. Ph.: RFRL.

El fin de la guerra en Artsaj dejó un sabor amargo por cómo quedó hoy el mapa regional pero también aspectos rescatables, considerando la agenda prioritaria del día después.

Sin dudas, el año 2020 quedará por siempre en el recuerdo de todos, por la pandemia y por los cambios en la organización familiar, el trabajo, la escolaridad, el encierro y las dificultades para moverse libremente.

Pero para los armenios de todo el mundo, y en especial para quienes viven en Armenia y en Artsaj, el combo vino con dos guerras de inusitada virulencia a partir de la tecnología y la falta de apego a las convenciones internacionales y los derechos humanos básicos por parte del enemigo.

De hecho para los expertos militares, la guerra de Artsaj constituyó un enfrentamiento de nueva generación, en la que la tecnología y específicamente el desarrollo de drones (de reconocimiento, de ataque y “suicidas”) jugaron un rol determinante en el desenlance de las operaciones bélicas.

La mención inicial al Covid, en un contexto de guerra por duplicado, parece algo menor, pero no lo es tanto, habida cuenta de que la extensión de los contagios entre la tropa en el frente de batalla fue uno de los argumentos esgrimidos por el presidente de la República de Artsaj, Arayik Harutyunyan, al explicar las razones que llevaron a la firma del acuerdo con Azerbaiyán.

En el plano estrictamente militar, la primera guerra en julio de 2020 fue una suerte de ensayo general, aunque en ese momento aún no se percibiera de ese modo. Las fuerzas azeríes intentaron probar en el campo su nuevo sistema de drones y ataques a distancia, y a la vez “medir” la capacidad de respuesta de la defensa armenia.

A poco de finalizar las hostilidades de esa primera avanzada enemiga, el plan turco-azerí siguió su curso con los ejercicios militares conjuntos en Najichevan y luego en territorio de Azerbaiyán, “amenazando” a las poblaciones de Artsaj y el noreste de Armenia a pocos kilómetros de la línea de contacto.

Lo que siguió fue un artero ataque el 27 de septiembre, haciendo añicos el alto el fuego firmado por el gobierno de Bakú en 1994. La segunda guerra de Artsaj daba sus primeros pasos y seguiría con creciente intensidad hasta el 9 de noviembre, cuando se firmó el alto el fuego que hoy desgarra a toda la armenidad.

El nuevo tablero

Hoy tropas de paz extranjeras monitorean el alto el fuego; el 75% del territorio de Artsaj quedará, al menos temporalmente, en manos del enemigo; y no está claro cuál será el estatus final que tendrá la estratégica ruta Vardenis – Martakert.

En cuanto a las ciudades de Shushí, Hadrut y el sur de lo que fuera la Región Autónoma de Nagorno Karabakh en épocas soviéticas, estarán controladas por el ejército de Azerbaiyán. Y queda por dilucidar qué significa en términos territoriales el libre tránsito entre Azerbaiyán y Najicheván a través de Meghrí, en la República de Armenia.

Pero en el recuento final del cese al fuego hay que contabilizar también que una porción de la República de Artsaj, incluyendo la capital Stepanakert, quedó bajo control político y militar armenio. También se ha resguardado el corredor de Lachín (Bertzor), que será monitoreado por las fuerzas de paz rusas, un trayecto vital para la supervivencia y el abastecimiento de los armenios de Artsaj.

Por otra parte, el documento firmado por los presidentes de Rusia y Azerbaiyán, Vladimir Putin e Ilham Aliyev, y el primer ministro de Armenia, Nikol Pashinyan, no establece ningún estatus político futuro para la República de Artsaj.

Esto abre la puerta a una negociación diplomática que aún no comenzó y en la que todas las cartas están en el mazo, desde la independencia de Artsaj, hasta un plebiscito siguiendo el derecho de autodeterminación de los pueblos, e incluso la integración con la República de Armenia.

Otro aspecto relevante es que si bien el acuerdo no determina el despliegue de fuerzas de paz rusas en Shushí, lo cierto es que los militares rusos patrullan hoy las calles de la estratégica ciudad, al punto que desde la oposición parlamentaria en Bakú le reclamaron al presidente Aliyev que explique “qué hacen las tropas rusas en Şuşa (Shushí)”.

Y al cierre de esta edición, el presidente de Artsaj, Arayik Harutyunyan, señaló, tras reunirse con el comandante de las fuerzas de paz rusas, Teniente General Rustam Muratov, que la autopista Martakert – Karvachar – Vardenis seguirá estando bajo control de las fuerzas armenias durante mucho tiempo.

No está claro cuáles son los fundamentos detrás de esa afirmación, teniendo en cuenta que la región de Karvachar, por donde atraviesa el tramo medio de esa ruta, deberá pasar a control azerbaiyano el domingo 15 de noviembre.

Algunas lecciones

El saldo de la agresión tripartita turca-azerí-terrorista supone un trago muy amargo pero deja algunas lecciones importantes de cara al futuro.

La primera lección proviene de las entrañas mismas del pueblo. Ante el ataque traicionero de turcos y azeríes la defensa de las tropas armenias fue ejemplar, en especial en las primeras semanas, lo mismo que el espíritu y la capacidad de lucha, a pesar de la disparidad de equipamiento militar y cantidad de combatientes.

Esta guerra la ganaron la tecnología y la armenofobia reinante en Azerbaiyán y Turquía, y la hicieron durar 44 días -y no menos- la estrategia de defensa del comando nacional y los cojones de los jóvenes combatientes armenios.

En segundo lugar, la guerra demostró que los armenios son una nación con 11 o 12 millones de personas diseminados en todo el mundo pero que pueden trabajar en forma coordinada. La diáspora jugó un rol central durante todo el conflicto, manifestándose en decenas de ciudades de todo el mundo, entre ellas Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mar del Plata, Neuquén y Río Gallegos.

Pero también utilizando influencias, contactos políticos, académicos y en medios de comunicación, aportando dinero al Fondo Nacional Armenia para la asistencia a los desplazados, comprometiéndose con la difusión del ataque a Armenia y Artsaj, subiendo material y discutiendo en las redes sociales.

La agresión contra todos los armenios del mundo resultó ser una inyección de armenidad para familias enteras, jóvenes y mayores, niños, niñas y ancianos. Aún en plena pandemia, por ejemplo las marchas en Buenos Aires, fueron multitudinarias y nunca se vieron tantas banderas armenias, remeras, camperas, gorros y merchandising como en esta ocasión. La guerra despertó el orgullo de ser armenio.

Pero la guerra dejó en claro también que la armenofobia está más viva que nunca en Turquía y Azerbaiyán. Hilando fino, ésta es la única razón que justificó esta brutal agresión contra el pueblo armenio. Esto y la política expansionista panturquista.

En un escenario regional donde dominan las formas dictatoriales de gobierno y la obstinación por destruir al diferente, Armenia es una joven democracia con discurso disonante. Es importante, tener en cuenta este aspecto cuando se llegue el momento de discutir el estatus definitivo de Artsaj y la demarcación de los límites.

En cuarto lugar, Armenia necesita redefinir en forma urgente su política de alianzas. En un vecindario hostil, se mantuvieron prescindentes, incluso para permitir el uso del espacio aéreo por razones humanitarias países como Georgia. Irán y Rusia se movieron por intereses propios y la pequeña Armenia quedó sola frente a la agresión.

La desarrollada Europa, salvo la honrosa excepción de Francia y en alguna medida Grecia y Chipre por razones obvias, se mantuvo con declaraciones muy tibias, lo mismo que Estados Unidos. Tal vez estrechar lazos con la India, China y el mundo árabe pudiera ser una opción a futuro.

Por último, en algún momento habrá que abordar una negociación diplomática seria y definitiva sobre Artsaj. Hay que prepararse desde hoy mismo, definir hipótesis de conflicto, mucho más teniendo dos vecinos agresivos como Turquía y Azerbaiyán. Al respecto, cabe preguntarse si la guerra no era previsible.

Y en este contexto, es imperativo fortalecer a las Fuerzas Armadas de Armenia, reequipando al ejército y dotándolo de más y mejor capacidad de fuego. Se sabe, un Estado fuerte y un ejército fuerte son el mejor sostén de una política exterior consistente.

Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar

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