Expedición a Janasor, de la pasividad a la acción
Habían pasado menos de veinte años desde que el arzobispo Mgrdich Jrimian “Hairig”, futuro Catolicós de Todos los Armenios, pronunciara aquella célebre metáfora sobre el cucharón de papel y el harisá. Fue al regreso de la Conferencia de Berlín en 1878, que establecería las condiciones que debía cumplir el Imperio Otomano como nación derrotada en la Guerra Ruso-Turca (1877-78).
En rigor, la firma del Tratado de Berlín (13 de julio de 1878) vino a modificar los términos de la rendición que habían sido establecidos en el Tratado de San Stefano de marzo de ese mismo año y, en la práctica, alivianó el costo político y territorial de la derrota militar sufrida por el Imperio Otomano, que así recuperaba las regiones de Baiazit y Alashkert.
Además, quedaba claro que la búsqueda de reformas civiles y mejores condiciones de vida para los armenios (art. 61 del Tratado de Berlín) no era una prioridad para las potencias europeas -Gran Bretaña, Francia, Alemania-, más preocupadas por detener el avance territorial del Imperio zarista al sur del Cáucaso.
Como resultado de ambos tratados, Rumania, Serbia y Montenegro obtuvieron su independencia, mientras que Bulgaria fue dividida, quedando una parte en manos turcas, mientras que el resto del territorio logró una precaria autonomía. Además, el Sultán debió comprometerse a introducir ciertos derechos civiles y beneficios para la población en Macedonia y Asia Menor, cosa que finalmente no ocurrió. En el caso de los armenios incluso se incrementaron las persecusiones.
“Fui a Europa a traerles la libertad, sin embargo, ¿con qué me encontré allí?. En Berlín había una gran olla de harisá; los representantes de las distintas naciones venían con sus cucharones de hierro, se servían el harisá y lo comían. Yo, mostrando nuestra solicitud, rogué que también llenaran mi plato de harisá. Los encargados de la olla me preguntaron dónde estaba mi cucharón… Pero mi cucharón era de papel y quedó dentro del harisá; así pues, he regresado con las manos vacías”, explicó Jrimian Hairig en su célebre sermón.
Fue el momento en que los armenios advirtieron que no habría mejoras en sus condiciones de vida ni le sacarían concesiones al sultán Abdul Hamid II si no tomaban las riendas de su propio destino. En los años siguientes fraguaron nuevas ideas, se formaron varios partidos políticos -entre ellos la FRA-Tashnagtsutiún- y sobrevino un renacer del nacionalismo.
Hamid, el “carnicero”
Las “masacres Hamidianas” de 1894/96 dejaron un saldo estimado de 300.000 víctimas en todo el imperio, la gran mayoría armenios pero también unos 25.000 asirios cristianos, y contaron con la activa participación de kurdos y circasianos.
En enero de 1896 la región de Van, que en alguna medida, había quedado al margen de las primeras etapas de las masacres Hamidianas, fue atacada y saqueada por turcos y kurdos. Con el correr de las semanas la población comenzó a organizarse y en junio de ese año entre 600 y 700 armenios defendieron la ciudad. Dos décadas después, en abril de 1915, habría otra heroica autodefensa en Van.
Pero volvamos a 1896. Durante una semana la zona de Aikesdán (Ciudad Jardín) fue escenario de cruentos combates, hasta que finalmente, tras una negociación y la promesa de respetar la vida de los armenios alzados en armas, el Gobierno les dio un salvoconducto para llegar a Persia, escoltados por tropas otomanas.
Sin embargo, una vez más, el Sultán deshonró su propia palabra y en el camino cerca de 1000 armenios que marchaban hacia la frontera fueron masacrados por soldados turcos y hordas kurdas. Acto seguido, la región de Van fue atacada nuevamente. En su libro“Tigris ardiente: el genocidio armenio y la respuesta de Estados Unidos” (2004), Peter Balakian destaca que según el vicecónsul británico ante el Imperio Otomano, W.H. Williams, unos 20.000 armenios fueron asesinados y cerca de 350 aldeas resultaron destuídas.
Vigilar y castigar
La respuesta letal no se hizo esperar. Durante la Asamblea General de la Federación Revolucionaria Armenia en Tiflís, en el otoño (septentrional) de 1896, se decidió emprender una expedición a Janasor para retaliar a los kurdos, por los hechos de Van. La decisión no fue unánime. Mientras algunos activistas como “Ishján” (Hovsep Arghutián), “Vartán” (Sarkis Mehrabyan) y “Vazkén” (Dikrán Deroyan) eran partidarios de no abrir un nuevo frente de conflicto tras la toma de Banco Otomano en Constantinopla el 26 de agosto de 1896, finalmente se impuso la moción de Nigol Tumán de marchar hacia Janastor y dar su merecido a la tribu Mazrig.
Se organizó un grupo de 275 fedayíes (algunas fuentes dicen que no pasaban de 250), al mando de Sarkis Mehrabyan, luego apodado “Janasorí Vartán” (Vartán de Janasor), con 40 hombres a caballo. Otros miembros relevantes de la expedición fueron Nigol Tumán, “Garó” (Aristakés Zoryan, hermano menor de Rostom, fundador de la FRA), Harutiún Shahrikian, Vazkén, “Kurkén” (Baghdasar Malian), Sevkaretsí Sako, Kristapor Ohanian y Kalust Aloyan, entre otros.
Janasor, localizada entonces cerca de la frontera del Imperio Otomano con Persia, estaba asentada en un valle rodeado de colinas, por lo que se decidió dividir el grupo en cuatro frentes para rodear la aldea. La arenga de Mehrabian, el comandante de la expedición, a los jóvenes voluntarios ha dejado una marca en la historia armenia y su legado continúa hasta el día de hoy. “Demostremos al escepticismo de nuestra sociedad que somos capaces de ser revolucionarios, aunque no podamos ganar una batalla desigual. Mostremos al mundo entero que el armenio sabe también luchar por la libertad…”.
Aunque los combates continuaron por dos días, en pocas horas la operación de retaliación estaba concluida en lo esencial, el exterminio de la mayoría de los hombres en edad de combatir. Un aspecto clave a resaltar, recogido incluso por el floklore en la canción popular que recuerda las acciones en Janasor, es que el código de honor de los fedayíes impedía atacar a mujeres y niños. Sólo fueron muertos los hombres, a las mujeres y menores se les perdonó la vida. Ésta fue la coartada que encontró el jefe tribal mazrig, Sharaf Bey, quien logró eludir el cerco armenio “disfrazado de mujer”. El saldo final de la operación fueron la tribu kurda completamente diezmada -unos 300 combatientes- y 25 víctimas por el bando armenio, entre ellos Garó, el hermano de Rostom, de apenas 26 años. Janasor fue un triunfo militar y moral, y un fuerte espaldarazo a la autoestima armenia en la dura batalla por la libertad. Un punto para el lado de la justicia, en un contexto histórico, político y social, muy complejo.
Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar
Janasor y el conflicto en Siria
En la actualidad, la ciudad de Janasor está emplazada en el noroeste de Irak, pertenece al distrito de Sinjar, muy cerca de la frontera con Siria y Turquía y políticamente depende del gobierno de Ninawa.
Tierra controlada hace algunos años por el grupo terrorista Ejército Islámico (ISIS) -también denominado Daesh- hoy la población se reparte entre kurdos y yazidíes, dos de las poblaciones más afectadas por la guerra civil que estalló en Siria en 2011 y que sumió al país en una profunda crisis humanitaria.
Hace cinco años, el mundo presenció azorado e inmóvil -una vez más, como tantas veces en el pasado- cómo miles y miles de yazidíes de Sinjar eran aniquilados y los kurdos iraquíes luchaban contra el extremismo fanático del ISIS. Todos los caminos de Sinjar eran controlados por el grupo islamista y los suministros no podían llegar.
A comeinzos de agosto de 2014, ISIS bombardeó el centro de Sinjar y los ciudadanos de la región no podían moverse a otras localidades como Rabi’a, dentro del Kurdistán iraquí. Esta situación se extendió por semanas. En la madrugada del 3 de agosto de 2014 el ISIS atacó a los yazidíes durante la celebración de los “Cuarenta Días del Verano”, que sigue a los 40 días de ayuno. Fueron jornadas sangrientas en las que se conoció como un nuevo genocidio de ese pueblo, “el 73º genocidio”.
En diciembre de 2017, nuevamente el ISIS, esta vez ayudado por fuerzas armadas turcas, atacaron Janasor, mientras aviones militares turcos bombardeaban el monte Sinjar. Se estima que las matanzas dejaron cerca de 1300 muertos y unos 6500 secuestrados, mientras ya se encontraron 68 fosas comunes. Como se ve, doce décadas después de la expedición de Janasor, la región sigue siendo un polvorín.
C.B