¿Festejo del aniversario de la independencia o hipnosis colectiva?

23 de septiembre de 2021

Aclaremos: lo de “hipnosis colectiva” en el título de la nota no es de elaboración propia. Se trata de un comentario escrito por Haik Temoyan, exdirector del Instituto-Museo del Genocidio, sobre el carácter de los festejos oficiales por el 30º aniversario de la independencia de Armenia. Y a nuestro entender, con razón.

Pero ¿cómo no festejar el 21 de septiembre? ¿Qué hay de negativo en celebrar la efeméride patria? se preguntaban políticos armenios de distintas corrientes rasgándose las vestiduras los días previos al evento. Hasta el primer presidente, Levón Ter Petrosian, salió al cruce de todos los comentarios contrarios a los festejos. “La independencia no es objeto de regateo” escribió el expresidente de la República, quien aparece siempre con la palabra “justa” en el momento “adecuado”. Aunque para ser fieles a la verdad, se trató de una transcripción de declaraciones suyas hechas en 2010.

En esta gravísima coyuntura por la que atraviesa el país, cuando la soberanía nacional y la seguridad de sus fronteras y de sus habitantes están bajo la directa amenaza de fuerzas extranjeras ¿de qué independencia y de qué celebración estamos hablando? Es lógico que más de uno se formule hoy la pregunta.

Una mirada retrospectiva nos permite señalar que incluso la fecha elegida no se corresponde con la independencia declarada oficialmente por el Parlamento de Armenia el 23 de agosto de 1990.

¿Qué se festeja entonces el 21 de septiembre? Pues el resultado del referéndum llevado a cabo ese día. ¿Cuántos países de la ex URSS realizaron plebiscitos similares en aquella época? ¿Acaso alguna de esas 15 repúblicas no obtuvo su independencia, con o sin urnas, a partir de la disolución de la URSS?

Al grano: la independencia de Armenia de 1991 es el resultado directo de la disolución de la entidad política existente hasta ese momento llamada URSS. No se ganó en el campo de batalla, ni en los mitines callejeros. Cayó cual fruto maduro, como un deseo -de muchas generaciones- hecho realidad. Lo mismo cabe decir sobre la independencia de la Primera República en 1918: fue el resultado directo de la caída y descomposición del imperio zarista ruso.

Más aún: los acontecimientos políticos previos a la declaración del 23 de agosto de 1990 nos llevan a pensar sobre los motivos que condujeron a la dirigencia política de esa época a realizar un referéndum en 1991 y perpetuar ese día del 21 de septiembre como el de la “independencia”.

Pocos recuerdan hoy que el 1 de diciembre de 1989, el Parlamento de Armenia declaró oficialmente la reunificación de Artsaj con la República de Armenia. Ese –y no el de la independencia- fue en esos momentos el tema político central. Porque la población de Artsaj y de Armenia lo venía exigiendo en las calles desde febrero de 1988.

¿Qué motivó el cambio de prioridades en la agenda política del país? ¿Por qué se dejó de lado la reunificación nacional oficialmente aceptada y se pasó al llamado “principio de autodeterminación” y a la creación de un segundo Estado armenio? ¿Qué rol tuvieron en ese proceso los máximos dirigentes políticos? Interrogantes que los historiadores deberían dilucidar en algún momento.

Lo cierto es que la escena política de Armenia pegó un giro que desembocó en la consulta popular de 1991. Y en ese camino se dejó de lado –adrede o no- la cuestión de la reunificación de Artsaj con Armenia. Craso error que a posteriori demostró tener nefastas consecuencias.

Pero volvamos al presente. Es evidente que la prioridad del actual gobierno de Armenia es la de “borrón y cuenta nueva”. Eso significa claramente que hay que olvidar que “Artsaj es Armenia y punto”, palabras de Pashinyan pocas semanas antes del inicio de la guerra el 27 de septiembre de 2020.

Es más, significa que hay que dejar de lado definitivamente todas las secuelas –individuales y colectivas- del conflicto y centrarse en la búsqueda de la paz y la armoniosa convivencia con los vecinos de un lado y del otro, quienes no han abandonado en absoluto su política de agresión. Por el contrario, la han intensificado a partir de mayo de este año y la continúan hasta el día de hoy.

Y qué mejor que un buen “espectáculo colorido”, nuevamente en palabras de Pashinyan.

No es nuestra intención valorar el evento desde el punto de vista artístico. Es evidente que ante la presión y el disgusto de un amplio sector de la población –en especial de los padres de los jóvenes caídos hace apenas meses- se buscó dar un matiz más clásico al programa de la celebración.

Tampoco es nuestra intención analizar el discurso de Pashinyan durante el festejo: Victoria no significa victoria, derrota no significa derrota… El reino del revés en boca del primer ministro, a quien vaya a saber qué asesores -de dentro o de fuera- le aconsejan en estas cuestiones.

Lo que no podemos obviar es el broche final: un verdadero show de drones en el cielo de Ereván… Aparatos tristemente célebres, relacionados con tantas muertes recientes y tanto dolor aún no cicatrizado.

Tal vez, ese sea el escenario adecuado para “hipnotizar” a la gente, volviendo a las palabras de Temoyan. Para que todo se olvide rápidamente. Para que nada ni nadie sea investigado por la negligencia o el dolo cometidos. Para forzar que todo vuelva a la “normalidad”, escondiendo los escombros bajo las alfombras y plantando árboles en memoria de las víctimas…

En definitiva, para convertirnos en espectadores pasivos de la ya anunciada “nueva era”. Es decir, del último acto de la tragedia armenia.

Ricardo Yerganian

Exdirector del Diario ARMENIA

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