Fuego sobre Esmirna, la solución final de Atatürk
Ocurrió en septiembre de 1922 y fue uno de los capítulos finales del plan genocida, que construyó la República de Turquía sobre la base del asesinato masivo, la limpieza étnica y la apropiación de bienes de los armenios.
Hace algo más de un mes las redes sociales se poblaron de imágenes de campos en Yeraskh, provincia de Ararat, ardiendo por el incendio intencional de las fuerzas militares azeríes. Fue muy cerca de la triple frontera entre la República de Armenia, Turquía y Najicheván, a sólo kilómetros del legendario Monte Ararat que, una vez más, fue testigo de las agresiones seculares de los turcos hacia el pueblo armenio.
Se presume que de esta manera, buscaban atemorizar a la población armenia para que abandonara la zona, para dejar desguarnecida la frontera y tal vez intentar avanzar por allí. O simplemente, provocar a la población civil como lo viene haciendo Azerbaiyán desde hace más de un año en forma intensiva en Artsaj y las provincias de Gegharkunik y Syunik en Armenia.
Pero éste es sólo el último episodio de una saga incendiaria que comenzó hace décadas y que tuvo algunos momentos particularmente trágicos como la quema de la catedral armenia de Urfá con unos tres mil fieles adentro en 1915, el incendio intencional de la ciudad de Esmirna (Izmir) en 1922 o más recientemente, la quema de bosques y los ataques a la población civil en Shushí, Stepanakert y la región de Martuní, con bombas de fósforo blanco en octubre y noviembre de 2020, durante la segunda guerra de Artsaj.
Viéndolo de este modo, pareciera haber algún chip piromaníaco en el ADN turco-azerí. Lo cierto es que cada vez que a estos émulos de Nerón se les ocurre encender la mecha, hay armenios del otro lado.
Esmirna, la batalla final
El pasado 13 de septiembre se cumplieron 99 años de que comenzara el asedio final del ejército turco a Esmirna, una ciudad mayoritariamente habitada entonces por turcos y griegos, pero también con importante presencia armenia y judía.
La clave de esa avanzada fue el incendio intencional de los barrios armenio y griego, no así los barrios musulmán y judío que quedaron indemnes, en una estrategia que recuerda aquello de “Turquía para los turcos, nada de minorías”, o “te puedes ir pero si te quedas serás asesinado o islamizado”. El fuego comenzó el 13 de septiembre y según las crónicas de la época duró 9 días.
Ésta fue una estrategia ideada por los oficiales nacionalistas turcos, encabezados por Mustafá Kemal “Atatürk” e Ismet Inönü, a la postre los dos primeros presidentes de la República de Turquía, y ejecutada por el mando militar a cargo de Mürsel Pashá al comienzo y luego Nureddin Pashá, general del Primer Ejército Turco.
La Guerra Greco-Turca (1919-1922) ya llevaba tres años de desarrollo, con avances y retrocesos de cada bando, aunque para mediados de agosto de 1922, la ofensiva de las tropas turcas sobre Eskisehir y Afyonkarahisar, y pocos días más tarde sobre Esmirna, donde se habían replegado las fuerzas griegas, ya parecía una tendencia difícil de revertir.
El 9 de septiembre las tropas turcas al mando de Mustafá Kemal hicieron su entrada en Esmirna y a partir de allí, todo fue caos. Comenzó la desbandada del ejército griego, que con menos de 6000 hombres en la ciudad no pudo resistir la presión del ejército turco, bien armando y con una cantidad de soldados muy superior.
Los historiadores coinciden en que durante esa semana “hubo saqueos, violaciones, mutilaciones y asesinatos a gran escala de armenios y griegos”, que constituían la presencia cristiana de esta ciudad cosmopolita del Mar Egeo.
El jefe de las unidades turcas que ocuparon la gran ciudad, Nureddin Pashá, hizo la vista gorda permitiendo saqueos y asesinatos, forzando la huida de las minorías cristianas, y habilitando incluso que la tropa participara de ellos.
El arzobispo griego de la Metrópoli de Esmirna, Chryssostomos Kalafatis, que había ido a solicitar protección para la comunidad griega fue entregado por Nureddin Pashá a la turba, quien luego de torturarlo, finalmente lo asesinó.
Esmirna, bella ciudad
Se estima que la ciudad fue fundada hacia el año 3000 antes de Cristo y fue testigo del apogeo y caída de diversas civilizaciones helénicas, e imperios como el de los hititas, persas, romanos, hasta llegar a los timúricos y finalmente los otomanos.
A lo largo de los siglos, Esmirna había florecido también como centro comercial, cultural y mosaico de religiones, de manera que a principios del siglo XX había allí gran presencia cristiana, musulmana y también de judíos, que habían escapado en su momento de España y llegado a estas costas.
El censo otomano de 1905 había arrojado una población de 100.356 musulmanes, 73.636 cristianos ortodoxos (griegos), 11.127 armenios cristianos, y 25.854 de otras etnias y religiones.
Pero la Primera Guerra Mundial, los desplazamientos de la población civil por el conflicto bélico y también por las persecusiones y purgas de los diversos gobiernos turco-otomanos contra las minorías, habían elevado en 1922 el número de la población local hasta casi 400.000 personas.
El Cónsul General de Estados Unidos en Esmirna en aquella época, George Horton, aseguró que antes del incendio de la ciudad vivían 400.000 personas en la metrópoli, de los cuales 165.000 eran turcos, 150.000 griegos, armenios y judíos anotaban cada uno 25.000 residentes, y había además unos 20.000 extranjeros, que incluían 10.000 italianos, 3000 franceses, 2000 británicos y unos 300 norteamericanos.
Pocos días después del ingreso triunfal de las tropas nacionalistas a Esmirna, en la tarde del 13 de septiembre un incendio de origen desconocido destruyó la mitad de la ciudad, todo el antiguo barrio cristiano y especialmente los sectores griego y armenio.
Rápidamente, en busca de una alternativa a esa situación la población civil se dirigió hacia las costas, tratando de subirse a alguno de los 21 buques de guerra griegos, británicos, franceses y estadounidenses que llevaban a los refugiados a lugares más seguros, especialmente Grecia.
Pero unos 30.000 armenios y griegos no tuvieron la misma suerte. Fueron deportados al interior de Anatolia y la mayoría de ellos murieron.
Si bien hay un debate de historiadores acerca del origen del incendio -hay autores incluso que argumentan que el fuego fue iniciado por armenios y griegos para poder escapar en el medio del caos- lo cierto es que la tesis predominante es que los autores intelectuales y materiales fueron los turcos.
Incluso, analistas turcos, contemporáneos de los hechos, como el profesor y periodista Falih Rifki Atay o Biray Kolluoğlu Kırlı atribuyen la responsabilidad de la destrucción de Esmirna en 1922 a las fuerzas nacionalistas turcas.
Y más recientemente, Leyla Neyzi, contrastó fuentes oficiales turcas con narrativas locales y determinó que como mínimo las tropas turcas no hicieron nada para sofocar el incendio, cuando no fueron directamente los responsables de iniciarlo.
Como paradoja del destino, en el terreno reducido a cenizas por el fuego, hoy se levanta el Kültürpark, un predio de 40 hectáreas transformadas en un centro cultural y de exhibición al aire libre.
Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar