Griselda Balian: “Veo mi militancia en contarles nuestra causa a los no armenios”

22 de agosto de 2019

Griselda Balian es arquitecta y docente y junto con dos socios tiene su propio estudio BAAG, Buenos Aires Arquitectura Grupal. Se crió en el seno de una familia muy comprometida con la causa armenia y eso la acompaña todos los días. En 2014 ganó un premio por la obra de la Casa Scout del Grupo General Antranik de la UGAB.

Dos de sus luchas, la Causa Armenia y la feminista, las vuelca siempre que puede en su profesión. También aprovecha su tiempo para otra de sus pasiones: la escritura. Así, divulga su conocimiento y la historia del pueblo armenio, dibuja el mapa de Armenia y juega a encontrarlo en un mapamundi.

—Contanos sobre la historia de tu familia.

—Soy hija de padre y madre armenios. De mis abuelos solo mi abuela materna nació en Argentina. Soy tercera generación. La mamá de mi bisabuelo tuvo que escapar de Urfa con sus dos hijos de dos y cuatro años, caminaron por el desierto Deir ez-Zor hasta Siria con los dos disfrazados de nenas. Mientras iban caminando, ella se agachó para agarrar agua y la degollaron adelante de los hijos. Ellos llegaron a Siria y estuvieron en un orfanato. Después, mis bisabuelos se casaron y vinieron a Argentina con mi abuela en la panza. Como esas historias hay miles y las escuchamos muchas veces, pero esta es la que a mí más me pega porque es la más fuerte y la más directa. Toda mi familia fue llegando a la Argentina en distintos momentos. La parte paterna se instaló en zona sur, en Wilde, y la materna en Villa Urquiza. Al ser primera generación siempre estuvieron muy en contacto con la colectividad. Mis dos abuelos fueron presidente de la Unión General Armenia de Beneficencia y mis abuelas también fueron dirigentes y participaron activamente.

—Tu formación.

—Hice toda la educación en el colegio armenio Marie Manoogian. Cuando terminé, estudié arquitectura en la UBA. Fueron años muy distintos porque salir de un ambiente súper contenido a una facultad tan masiva como la de arquitectura es un gran cambio. En esos momentos participaba mucho en la Liga y hacía vóley, pero durante los primeros años me alejé un poco de la comunidad. Ahora tengo mi estudio de arquitectura y me dedico a la docencia en el área.

Un objeto. Es una cuchara de madera que compré en Dilijan porque me hizo acordar a las comidas de mi abuela y ahora está en la casa de mi mamá. La usé para una foto de “La semana de la comida armenia” y la seguimos usando cuando mi abuela cocina.

—¿Cómo fue el proyecto de la Casa Scout de Antranik?

—Para mí y para el estudio fue un proyecto súper importante. Arquitectónicamente fue muy lindo de hacer porque era un programa atípico, se salía de los cánones de casa, escuela o comercio. Era una casa scout, un edificio poco usual. No hay referentes de eso. Pero más allá de todo lo más lindo fue pensar que estaba en la misma cuadra, en el barrio donde pasé toda mi adolescencia y que es un lugar de pertenencia. Caminaba por la cuadra y me cruzaba con gente conocida. Era una dirección de obra diferente. Por otro lado, había todo un grupo scout y una institución expectante de que la obra estuviese buena. Fue un proceso muy largo. Cuando todavía no estaba recibida empezamos a fantasear la posible casa scout, pero el dinero no estaba. Pasaron años pero en el medio me recibí y formé mi estudio; consiguieron un benefactor, fondos y tomaron la decisión de hacerla. Me acuerdo el día de la inauguración que cortamos Niceto Vega, vino una fanfarria, estaban los benefactores, los directivos, cientos de personas. El arzobispo Kissag Mouradian bendijo la casa. Todo tenía un carácter institucional que se alejaba del quehacer diario de un estudio de arquitectura que trabaja con un privado. Esto era una cuestión comunitaria.

—Contanos sobre el premio que recibieron por hacerla.

—La obra fue muy premiada. En principio ganó el premio a mejor obra construida en el 2014 en Argentina y también ganó el concurso de la Bienal Joven de Arquitectura de Ereván 2016, entre otros, lo que nos dio mucha visibilidad. Mucha gente preguntaba qué era, porque al decir “Casa Scout” no se entiende bien si es una casa, una sede de algo. A raíz de eso, cada vez que cuento sobre la obra, también tengo que explicar sobre la comunidad armenia. Lo que les pudo parecer atractivo a los que la premiaron es que la casa que tiene espacios muy flexibles, que se comunican entre sí. En vez de tener paredes, tiene muebles que se mueven y conforman un espacio común. Los espacios tienen la posibilidad de funcionar abiertos comunicando todas las ramas de la casa o cerrados generando privacidad. A la vez, hay una relación con la calle, con el jardín y con el cielo bastante particular: tiene claraboyas y ventanas tanto hacia el frente y como hacia el jardín. Eso hace que todo el tiempo haya mucha luz. También tiene la malla metálica que la recubre, por donde crecen plantas que hace que se genere un filtro de luz para el sol. El proyecto nos obligó a interiorizarnos más en lo que es el scoutismo. Sabíamos de los campamentos y demás, pero empezamos a entender cómo funciona una agrupación, cuáles son sus valores y entendimos que la relación con la naturaleza es una de las partes nada más. Mis dos socios, que no son armenios, con este proyecto entendieron más cosas de la armenidad.

—¿Cómo es tu relación con la comunidad actualmente?

—Tengo una relación cercana aunque no esté participando activamente de ninguna comisión. Participo cada vez que hay actos o marchas. Mi familia está en contacto permanente y un poco por cercanía estamos todo el tiempo hablando de cosas de la colectividad y de Armenia. Estoy empapada en todo momento más allá de mi participación. Muchos años participé de la revista Generación 3 y en hacer cosas puntuales, más que nada en UGAB. Creo que tengo una participación no formal pero fluida. Veo mi militancia en hablar y contarles a un montón de no armenios nuestra causa y nuestro país, ubicarlo en el mapa.

Además tengo como hobby la escritura y en un taller que hice conté mi historia que está publicado en La Agenda del Gobierno de la Ciudad. También mezclo mi parte armenia con mi parte profesional. Hay un colectivo de arquitectos que se llama “Un día, una arquitecta” que busca arquitectas del mundo que fueron invisibilizadas y traduce su biografía al español. A mí me pidieron la historia de diez arquitectas armenias. Las tradujimos junto a mi mamá y eso fue una fusión de mis dos militancias actuales: la causa armenia y la feminista con la visibilización del rol de la mujer en la arquitectura.

Sofía Zanikian
Periodista
sofi.zanikian@outlook.com


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