Hace ocho años todos fuimos Dink, hoy todos somos Charlie
Líneas paralelas entre el crimen de Hrant Dink y el ataque terrorista de París
En apenas unos días, exactamente el 19 de enero se cumplirá el octavo aniversario del asesinato del periodista Hrant Dink. Un crimen cometido a la vista de todos, ejecutado por un joven sicario y de cuyos autores intelectuales aún no se tiene certeza.
Dink, director del periódico armenio Agós de Estambul, se había transformado en algo así como un referente de una comunidad que hasta ese momento no tenía voz, era poco visible. Venciendo el temor, Hrant buscaba acercar posiciones, intentaba generar conciencia sobre la cuestión armenia y trataba por todos los medios de navegar las tumultuosas aguas de la intolerancia turca, tratando de llevar a buen puerto sus ideas, sus ilusiones, su vocación por el diálogo.
Pero, un día una bala disparada cobardemente desde atrás le quitó la vida. Su asesino no tuvo el coraje de enfrentarlo, de mirarlo a sus ojos, sólo accionó el gatillo y lo mató en la puerta de su redacción.
Su muerte conmovió a todos. Propios y extraños comprendieron que el asesinato de Hrant Dink no era un crimen más, entendieron que era un mensaje mafioso dirigido a quienes comenzaban a elevar su voz contra un gobierno que ya entonces daba muestras de totalitarismo y que hacía de los derechos humanos, una materia absolutamente enunciativa y teórica.
El día del funeral de Dink, decenas de miles de turcos acompañaron a la comunidad armenia a despedir los restos de su malogrado periodista. “Todos somos Dink”, decían muchos de los carteles enarbolados por los pacíficos manifestantes.
A casi ocho años de ese tremendo ataque a la libertad de opinión, el mundo volvió a sacudirse, esta vez por el cruento ataque terrorista a la redacción de la revista Charlie Hebdo, donde atacaron a mansalva a sus periodistas y mataron a su director y a varios dibujantes de gran prestigio internacional.
Tal vez el método haya sido diferente, en este caso fueron terroristas que se identificaron con una de las mayores y más feroces organizaciones del mundo, pero la intención fue exactamente la misma: silenciar las voces que perturbaban su accionar, que ridiculizaban a sus cabecillas, que mediante el humor ácido y satírico ponían en evidencia la crueldad y el sinsentido que sus líderes no sólo pregonaban, sino ejecutaban a diestra y siniestra.
La reacción popular fue idéntica. Parece que el corazón responde con impulsos similares en todos los rincones del mundo. Aparecieron las pancartas con la inscripción “Todos somos Charlie” acompañando a los miles de franceses que se congregaron para repudiar en silencio, para compartir el dolor, para que nunca más haya otros crímenes semejantes.
Pero las consecuencias para los criminales no fueron las mismas. Mientras en Turquía la justicia hace todo lo posible que los verdaderos responsables permanezcan impunes, el rápido accionar del gobierno francés hizo que los criminales fueran ubicados y ante su resistencia abatidos.
Claro, unos fueron asesinos que surgieron de las entrañas del poder turco, y los otros verdugos que responder a un poder perverso que busca sembrar el terror mediante el miedo, la tortura y el crimen, ajusticiando inocentes.
Los armenios ya fuimos víctimas de sanguinarios muy semejantes a éstos. Durante casi un siglo venimos denunciando al negacionismo, reclamando justicia y buscando que nuestras reivindicaciones se han realidad. De hecho, Turquía viene entrenando desde hace mucho tiempo a los mercenarios que luego pelean en Siria, Irak u otros escenarios semejantes.
Europa es ahora escenario de episodios que hasta el momento eran infrecuentes o le afectaban a la distancia. Hoy, el patio o la vereda de cualquier calle parisina puede contener un baño de sangre perpetrado por encapuchados armados hasta los dientes. El miedo comienza a adueñarse de los vecinos que van dándose cuenta que los tranquilos tiempos quedarán atrás si no se toman las medidas de seguridad correspondientes.
De todas maneras, es interesante analizar las reacciones mundiales que en su inmensa mayoría reprueban los actos de violencia y terrorismo, mientras que una minoría no tan pequeña se compadece de las víctimas pero no condenan a sus ejecutores.
Jorge Rubén Kazandjian