Ilham Aliyev y la geopolítica del gas natural

23 de mayo de 2022

En medio de la guerra Rusia-Ucrania, Azerbaiyán busca enviar mayores volúmenes de gas a Europa y “pelearle” los mercados a Moscú, una estrategia que podría complicar sus planes en el conflicto de Artsaj.

En momentos en que el mundo se levanta y se acuesta cada día con las noticias de la guerra en Ucrania, con su correlato de sangre, muerte y destrucción, el gobierno de Azerbaiyán intenta sacar ventajas económicas en medio de un conflicto bélico que amenaza extenderse a toda la región.

Es que para el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, la invasión de Rusia a Ucrania – independientemente de los argumentos esgrimidos para hacerlo- se transformó en una oportunidad para reemplazar el gas que Rusia exporta a Europa Occidental, en especial en el frente del Mediterráneo.

El foco central de la estrategia azerí es multiplicar sus envíos de gas natural del Mar Caspio hasta el sur de Italia, aunque para eso necesitará inyectar mayores volúmenes de combustible al Gasoducto Transadriático (TPA, por su sigla en inglés), que entró en operaciones en diciembre de 2020.

El gas del Mar Caspio llega hasta el sur de Italia (San Foca) en dos tramos, pasando por Georgia, atravesando Turquía – obviando deliberadamente a Armenia- y desde Turquía a Grecia y Albania, para luego cruzar el Adriático por el lecho marino a unos 1200 metros de profundidad hasta Italia.

El primer tramo es el Corredor de Gas del Sur, para llevar el fluido gaseoso a Turquía, su aliado estratégico en el mundo, y según ellos mismos declaran, su “hermano de sangre”. El segundo tramo es el TPA desde la parte occidental de Turquía hasta “el taco” de la bota que semeja Italia.

Con una longitud de 876 kilómetros y un diámetro de 1,11 metros, el año pasado el Gasoducto Transadriático transportó desde Bakú a Europa más de 8100 millones de metros cúbicos de gas en 2021, de los cuales 6800 millones m3 se exportaron a Italia. Pero ahora la alternativa que se abre es llevarlo a 10.000 millones de m3.

“La potencia del TAP puede ser aumentada hasta 20.000 millones de metros cúbicos (anuales) mediante la instalación de estaciones compresoras adicionales”, señaló Aliyev a fines de abril en el marco de la conferencia “Cáucaso Sur: desarrollo y cooperación”. Pero allí mismo advirtió que para ello sería necesario que los accionistas incrementaran sus inversiones.

Jugador World Class

De acuerdo a la información oficial, el capital accionario del Trans Adriatic Pipeline (TPA) está integrado por SOCAR (20%), que es la compañía estatal petrolera y de construcción de infraestructura energética de Azerbaiyán; BP (20%); Snam (20%), una multinacional europea constructora de gasoductos que también opera en el mercado de regasificación de gas natural licuado (GNL); la belga Fluxyis (19%), la española Enagás (16%) y Axpo (5%) con sede en Suiza.

Según los especialistas la ampliación de las inversiones sería la etapa final de un proyecto de 40.000 millones de dólares en el denominado Southern Gas Corridor (3500 km de largo), cuyo primer tramo lleva el gas desde el campo de Shah Deniz II, el principal yacimiento offshore en el Mar Caspio, hasta Turquía, país al que en 2021 Azerbaiyán le envió 8500 millones m3 de gas del total exportado (19.000 millones m3). El resto fue a Italia, Georgia, Grecia y Bulgaria.

Pero en este gran juego, Europa también mueve sus fichas, aunque condicionada por la necesidad de reemplazar más temprano que tarde la provisión de gas desde Rusia.

En la actualidad la Unión Europea está trabajando en un proyecto denominado EastMed, cuyo eje principal es un gasoducto que conectará la red europea con los yacimientos de gas offshore (en alta mar) descubiertos en Chipre, Egipto e Israel.

En algún sentido, el proyecto es una respuesta a la crisis desatada en agosto de 2020 en el Mediterráneo Oriental con la marina de guerra turca presionando y amenazando a petroleros griegos.

Analistas estiman que los trabajos en el EastMed estén finalizados para 2027, lo mismo que el proyecto Poseidón, un oleoducto que se conectará a EastMed desde Grecia hasta Italia.

De concretarse estas instancias, la Unión Europea dejaría de lado la dependencia energética de Rusia y Turquía, en un mismo movimiento. Y aquí no hay que olvidar el malestar que provoca en los líderes europeos la actitud de chantaje y presión del presidente turco Recep Tayyip Erdogan, en el marco de la crisis migratoria que arrancó en Siria a partir de 2011 y que continúa hoy en día, aunque con menor intensidad.

Mojarle la oreja al oso

Más allá del negocio que pueda significar para el régimen de Bakú la intención de ampliar las exportaciones de gas a Europa, sin dudas una medida legítima, la cuestión clave es que cada movimiento emite señales políticas en varios sentidos. Es lo que está evaluando por estas horas el Kremlin.

Nunca hemos pensado en competir con Rusia en el mercado europeo del gas, ya que los volúmenes de suministro son incomparables”, intentó bajarle el precio a su jugada Ilham Aliyev durante la mencionada conferencia “Cáucaso Sur: desarrollo y cooperación”.

Cualquier parecido con una sonora “reculada” es pura coincidencia. Es que en el medio, Bakú votó en forma afirmativa todas y cada una de las sanciones que Occidente, comandada por Estados Unidos, impulsó contra Rusia en la ONU. Y Rusia calla pero no olvida.

Aún no está claro cómo terminará resolviéndose el conflicto de Artsaj y las sucesivas invasiones de tropas azeríes a territorio soberano armenio, en un área en la que la Federación Rusa de alguna manera es el “garante” de la relativa paz que rige ahora.

Según el acuerdo de cese el fuego de la guerra de los 44 días en Artsaj del 9 de noviembre de 2020, el contingente de 2000 soldados rusos –nadie sabe a ciencia cierta cuántas tropas hay hoy- las fuerzas de paz desplegadas allí tienen mandato por cinco años, prorrogables por otros cinco, con acuerdo de ambos beligerantes. Azerbaiyán ya dijo que no renovará el mandato.

Pero el combo de votos en contra en la ONU, y reemplazar a Rusia como proveedor de gas en Europa puede demasiado para Vladimir Putin, que no dudará en aplicar un “correctivo” a su antigua república, que por otra parte coquetea con los países de Occidente y es socio estratégico la segunda fuerza militar de la OTAN, Turquía.

Así, Rusia podría quedarse ad infinitum, como hizo en Crimea. Y lo que podría estar en juego es algo que los armenios desean hace rato, la paz y la seguridad en el Cáucaso sur y el uso de los mapas de la época soviética para demarcar los límites, que implican muchos territorios que Armenia fue perdiendo a lo largo de los años.

Por último queda la definición del estatus definitivo de Artsaj, una región autónoma que Azerbaiyán obtuvo de Stalin en 1921. Justamente, ese “logro” de Bakú fue gracias a una arbitrariedad de la Unión Soviética, que aquella vez “castigó” a los supuestos díscolos armenios.

Mientras tanto, Azerbaiyán denomina con nombres de territorios armenios ancestrales algunos de sus campos gasíferos y petrolíferos en el Mar Caspio. Es el caso del campo Karabagh, a 120 kilómetros al este de Bakú o el campo Nakhchivan (Najicheván) a 90 kilómetros al sur de la capital azerí.

Es una manía toponímica similar a la de Turquía, de renombrar ciudades armenias con nombres turcos para ocultar la verdad histórica.

Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar

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