Israel y el reconocimiento del Genocidio Armenio: ¿Se derrumbará finalmente el último muro del silencio?

21 de julio de 2021

El pasado domingo 13 de junio se alcanzó un acuerdo de gobierno en Israel a través de una heterogénea coalición de ocho partidos que podría resignificar el rumbo de la política doméstica y exterior en el país hebreo con la designación de un nuevo ejecutivo. Confluyen en la coalición partidos de la derecha nacionalista, del centro reformista, la izquierda clásica y una formación árabe.

La alianza gobernante podría ser una ventana de oportunidades para rediseñar las relaciones armenio-israelíes, siempre y cuando se suscitasen una serie de factores. En ese sentido, cabe mencionar que los vínculos entre Ereván y Jerusalén se interrumpieron como resultado del apoyo otorgado a Azerbaiyán por parte de la administración de Benjamin Netanyahu durante la guerra de Artsaj en 2020.

El nuevo gobierno estará encabezado por el nacionalista Naftali Bennett en un primer período y en uno posterior por el centrista Yair Lapid quien será en los dos primeros años Ministro de Relaciones Exteriores.

Resulta necesario recordar dos importantes antecedentes de los máximos líderes de la administración gobernante en relación a la cuestión armenia. El primero de ellos, se vincula al líder del partido "Yesh Atid", Yair Lapidi, quien anteriormente ocupó el cargo de Ministro de Finanzas y es considerado un político pro-armenio. Cabe recordar, que oportunamente mantuvo una activa participación de la discusión de la resolución sobre el Genocidio Armenio en la Knesset (Parlamento israelí). Sus esfuerzos estuvieron muy cerca de asegurar un resultado positivo, pero la administración de Netanyahu logró frustrar la votación. En 2019, Lapid prometió que si se convierte en primer ministro, logrará el reconocimiento del Genocidio Armenio. El segundo antecedente, se vincula con Nafatli Bennett, recientemente nombrado jefe de Estado y líder del partido "Yamina", en su función de Ministro de Educación planteó la cuestión del reconocimiento del genocidio en la asamblea legislativa en el año 2018. En ese momento, esto contradecía la línea de gobierno de Benjamin Netanyahu, del cual Bennett era miembro.

En definitiva, el arribo al poder de renovados interlocutores: ¿Abrirá una agenda en donde la cuestión del reconocimiento del Genocidio Armenio cobre una relevancia y dinámica particular fruto de los antecedentes anteriormente descriptos o por el contrario se mantendrá el status quo?

La interrogante expuesta se responde argumentando que un cambio de gobierno no significa necesariamente una reformulación en la orientación política de los temas vinculados a los intereses estratégicos nacionales, como ser la seguridad y la preservación de los aliados vitales para el establishment del país de Oriente Próximo. Por consiguiente, es allí donde se encuentra el elemento condicionante. De manera que es posible que Estado israelita no esté dispuesto a seguir el ejemplo de Biden y priorizará nuevamente los intereses nacionales y la realpolitik por sobre las declaraciones morales a diferencia de la flamante Administración americana. Es decir, no está exento un escenario en el cual no se produzcan cambios sustanciales en el modus operandi de las renovadas máximas autoridades israelíes.

Muchos argumentan que la seguridad nacional y los intereses económicos de Israel prevalecen sobre el imperativo moral de reconocer el genocidio de otra nación. Con respecto al reconocimiento del Genocidio Armenio el Estado hebreo entiende que una acción de ese tipo podría desembocar en reacciones adversas por parte de dos aliados regionales fundamentales: Azerbaiyán y Turquía.

En ese sentido, la negativa de Israel a reconocer el genocidio se puede analizar y entender en función de la concurrencia de dos obstáculos y razones.

En primer lugar, su deseo de proteger los lazos con Turquía. Cabe recordar que en 1949 Turquía fue el primer Estado con mayoría musulmana en reconocer el reciente formado Estado israelita, en establecer relaciones diplomáticas y en reconocer el Holocausto. A pesar de ello, en la actualidad se ha convertido en un rival regional complejo bajo el mandato de Erdogan. Sin embargo, Israel espera reavivar la alianza en algún momento. Por lo tanto una interrogante valida seria: ¿El premier Naftali Bennett se ocupará de relanzar esas relaciones o por el contrario se continuará enfriando la agenda bilateral?

En segundo lugar, existe mutua interdependencia entre Jerusalén y Bakú. Azerbaiyán es un importante comprador de armas y tecnología militar israelita. Según datos del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), durante los últimos cinco años, Israel ha sido el principal proveedor de armas a Azerbaiyán, con ventas de más de $ 825 millones, de dólares colocándolo por delante de Rusia. Por otro lado, el gobierno hebreo precisa de los recursos petrolíferos (40% del petróleo que consume es azerí) y de las bases aéreas que resultarían cruciales en caso de producirse un enfrentamiento armado directo entre Irán e Israel. Asimismo, se sabe que la Mossad recluta y dirige agentes azeríes para infiltrarse en la República Islámica de Irán y a su vez mantiene puestos de escucha en territorio azerí.

En otro orden y parte fundamental del análisis es el avance de la “triple alianza” entre Azerbaiyán, Turquía y Rusia en la búsqueda de una hegemonía absoluta en la región a partir de la guerra de Artsaj en 2020. En ese sentido, la competencia se desarrolla principalmente entre Ankara y Moscú. Sin embargo, el Presidente turco debió hacer concesiones que desconocemos para que el inquilino del Kremlin le permita ciertas “licencias” en el Cáucaso. Probablemente la pretensión de Putin es atraer a Turquía a una hipotética y futura alianza militar con Rusia. Por lo tanto, cabe preguntarse: ¿Podrá esa avanzada empujar a ciertos actores extra regionales a producir un vuelco en su política exterior? Nos referimos básicamente a Israel, EE.UU y sus aliados que verían amenazados sus intereses nacionales y proyectos en la región. De hecho, el reconocimiento de Washington es una señal y la otra podría, o no, provenir en el mediano plazo desde Jerusalén. Lo cierto es que fruto de los enfrentamientos del 2020 estamos frente a un reformateo del Cáucaso en donde el tablero de comando y destino está en manos de actores con un peso político y militar preponderante.

En base a lo expuesto, no es correcto aseverar bajo ningún punto de vista que el nuevo gobierno reconozca en lo inmediato el Genocidio Armenio. Lo cierto es que la posibilidad que las declaraciones del actual jefe del ejecutivo y del responsable de la política exterior pueden transformarse en letra muerta dependerá: por un lado, de la voluntad y efectivo compromiso político de la flamante coalición gobernante, y por el otro, de la propia política exterior, dado que la misma refleja una jerarquía de necesidades que actúan como freno.

A fin de cuentas, la renuencia de Israel a reconocer el Genocidio Armenio destaca la naturaleza fundamental de la política internacional: la priorización de las preocupaciones estratégicas sobre los enfoques basados en la moralidad. No obstante lo cual, se espera que el reconocimiento del Genocidio Armenio por parte de la Administración Biden empuje a Israel a realizar un cambio histórico en su enfoque. En definitiva, la partida de Netanyahu no es ni la salida ni la entrada al paraíso. Razón por la cual, queda abierta la siguiente interrogante: ¿Se hará efectivo el reconocimiento del Genocidio Armenio y finalmente la moralidad prevalecerá por sobre las preferencias nacionales de Israel? Básicamente para que esto suceda debería producirse un giro copernicano de la política exterior y paradigma del establishment hebreo en donde los discursos se transformen en acciones y no en un “show de maquillaje político”.

Lic. Lucas Koussikian

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