Janine Altounian entre Freud y el Genocidio Armenio

Janine Altounian (1934-2023) fue una escritora, traductora y psicoanalista francesa de origen armenio que dedicó su obra a pensar cómo se transmite el trauma del genocidio armenio a las generaciones posteriores.
Hija de sobrevivientes, encontró en el diario de su padre Vahram, escrito en turco con caracteres armenios entre 1915 y 1919, la materia prima de toda una reflexión sobre la memoria, el silencio y la imposibilidad de heredar íntegramente el mundo de los antepasados.
Su figura, aunque reconocida en el ámbito psicoanalítico francés, sigue siendo poco difundida en la diáspora. En su escritura Altounian explora la catástrofe psíquica que implica el genocidio: no solo la aniquilación física, sino también la ruptura de filiaciones, la pérdida de la lengua y la devastación cultural. El negacionismo turco, advierte, generó un segundo nivel de violencia: la imposibilidad de validar lo vivido.

La actualidad de su obra será puesta en debate el próximo 11 de octubre, cuando el psicoanalista rosarino Nicolás Vallejo presente el seminario virtual “Los tres divanes de Janine Altounian”. La propuesta busca recorrer los modos en que Altounian dialoga con Freud, con su propio análisis personal y con la historia familiar atravesada por el genocidio, y cómo de allí surge una voz que interpela al psicoanálisis contemporáneo.
Altounian integró durante años el equipo de Jean Laplanche encargado de la traducción de las obras completas de Freud al francés. Esa experiencia, sumada a su propia escritura, le permitió articular un pensamiento donde lo personal, lo político y lo clínico se entrelazan. Su visita a Armenia y Turquía la confrontó con los lugares de la memoria y con las huellas persistentes del genocidio, pero también con la distancia inevitable de la diáspora y con la lengua francesa como instrumento de elaboración.
En la Argentina, la escritora y abogada Ana Arzoumanian retomó sus planteos en distintos espacios académicos y culturales, entre ellos en la Feria Internacional del Libro de Rosario, donde destacó la manera en que Altounian abrió caminos para pensar la memoria del genocidio armenio desde el psicoanálisis y la literatura.

Janine Altounian y la transmisión del genocidio
El trabajo de Janine Altounian se sitúa en el cruce entre psicoanálisis, memoria y literatura, con un eje constante: pensar los efectos del genocidio armenio más allá de la generación de los sobrevivientes. Hija de refugiados de Bursa, la escritora francesa se enfrentó desde niña a una herencia marcada por silencios y fragmentos. El descubrimiento en 1978 del diario de su padre Vahram , escrito en turco con caracteres armenios durante los años 1915-1919, la llevó a interrogarse sobre cómo elaborar un trauma transmitido sin palabras. Esa escritura íntima, calificada por Simone de Beauvoir como “salvaje” al publicarse fragmentos en Les Temps Modernes, se convirtió en la matriz de toda su producción posterior.
David Benhaïm subraya que Altounian comprendió el genocidio no solo como aniquilación física sino como una catástrofe psíquica y cultural. La violencia sistemática arrasó con las referencias identitarias, borró filiaciones y destruyó la lengua materna, dejando a los descendientes atrapados en una especie de herencia mutilada. El negacionismo turco profundizó ese vacío: al no reconocer el crimen, los sobrevivientes quedaron suspendidos en un estado de “locura psíquica”, obligados a dudar de lo vivido, como si sus recuerdos fueran irreales. Para la autora, ese desmentido colectivo equivale a una segunda agresión, una violencia renovada contra la memoria.
Otro aporte central de su obra es la reflexión sobre la complicidad de terceros.Janine Altounian insiste en que el genocidio armenio no puede pensarse solo como un crimen entre verdugos y víctimas. La pasividad de las potencias occidentales, que observaron sin intervenir, constituye un aval tácito que permitió consumar la masacre. Esa ausencia del “tercero” agrava el trauma, porque priva a la víctima de un reconocimiento indispensable.
Desde el psicoanálisis, Altounian describe cómo la catástrofe colectiva rompe los límites entre lo íntimo y lo social. El sujeto ya no puede distinguir con claridad entre su mundo psíquico y la violencia exterior: se genera lo que ella llama una “confusión ominosa”. En este contexto, la lengua del país de acogida, en su caso, el francés, se vuelve un instrumento de rescate. La adopción de esa lengua le permitió elaborar lo indecible, convertir el dolor heredado en escritura y, al mismo tiempo, inscribirse en la cultura del otro sin renunciar a la memoria propia.
Sus investigaciones sobre la transmisión del trauma redefinen la escritura testimonial: no se trata solo de narrar lo vivido, sino de dar lugar a lo que no pudo ser dicho. Para Altounian, escribir significa inscribir al sobreviviente y a sus descendientes en una genealogía negada, hacer existir en el espacio público una experiencia que el exterminio y el silencio quisieron borrar.