Juan Chaglasian: “Hay un pedacito de Armenia en San Rafael”
Apenas a 10km de la ciudad mendocina de San Rafael, se puede encontrar una de las tantas bodegas que existen en la provincia. Sin embargo, el símbolo de la eternidad del pueblo armenio en su entrada y su estilo arquitectónico que recuerda un poco al sur caucásico, dice mucho de los orígenes de uno de los impulsores del proyecto. Juan, uno de los únicos dos armenios en toda la ciudad deja en su trabajo un poco de su identidad, en una región, tan lejos de Armenia en cuanto a su distancia, pero tan cercana por su geografía.
—Contanos un poco de tu familia de origen.
—Yo soy hijo de una pareja armenia, mi papá Juan Chaglasian y mi mamá María Maramadjian. De parte de mi papá, al menos hasta donde yo sé, vienen del pueblo de Kilis, y del lado de mi mamá son de Marash. Los dos nacieron en Argentina, con padres que huyeron del genocidio y se radicaron en Claypole, en la Provincia de Buenos Aires. Ahí se conocieron y se casaron. Afortunadamente por un lado y desafortunadamente por el otro, porque no tuvimos la oportunidad de poder estudiar en colegios armenios y desarrollar nuestro lenguaje tal como lo hicieron algunos primos que vivían en Flores o en Valentín Alsina, que podían tener esa oportunidad. Igualmente seguimos muy arraigados con nuestras costumbres y nuestras tradiciones hasta el día de hoy.
—¿De qué se trata el proyecto que tienen en Mendoza?
—Estamos llevando a cabo un emprendimiento turístico agro-enológico, que comprende unas fincas que tenemos de plantación de uvas, de las cuales hacemos nuestro propio vino para nuestra bodega boutique, llamada Chaglasian Winery & Vineyards. Además tenemos un pequeño hotel denominado Chaglasian Wine & Suites. Nosotros tratamos, con nuestras propias uvas, con muy buena tecnología y un muy buen enólogo, de hacer el mejor vino posible.
—¿Cuántas botellas producen?
—Fuimos incrementando nuestra producción. Empezamos en 2017, con aproximadamente 16.000 botellas, en 2018 aumentamos a 19.000 y hoy estamos entre 32.000 y 35.000. Tenemos una viña, con 14 hectáreas plantadas de uvas de diferentes variedades: malbec, cabernet, tempranillo, chardonnay y cabernet franc.
—¿Cuál es el destino de esas botellas?
—El destino más grande que tenemos es una exportación a Pensilvania, Estados Unidos, que tenemos vendida hasta 2022. Ahora estamos con la correspondiente a 2017/18, la mayor de ese período. También vendemos al mercado interno, pero más que nada nos enfocamos en los huéspedes del hotel. Queremos hacer algo más exclusivo, que los que nos visiten tengan la oportunidad no solo de hospedarse sino de tener una experiencia enológica a través de visitar la bodega y de entender como nosotros hacemos nuestro producto.
—¿Cómo empezó todo?
—Nosotros, cuando soñamos con el proyecto, primero empezamos con la viña. Yo la planté personalmente en 2005, viviendo todavía fuera del país, pero siempre soñando que íbamos a tener nuestra propia bodega a través de tener nuestra propia uva. En el 2011 elaboramos una pequeña partida de vinos para entender qué íbamos a hacer con nuestra uva, y si era realmente de buena sepa, como se dice en Mendoza. Entendimos que sí, que lo era, y entonces empecé a soñar con el tema de edificar la bodega.
—En algunas fotos se pueden ver diseños armenios…
—Es la bodega. Un amigo en común nos presentó a un arquitecto de origen armenio, Marcelo Leal Barutian, quien entendió en pocas palabras cuál era mi objetivo para el lugar. Yo le expresé que quería tener una bodega que tuviera un dejo de arquitectura armenia, un poco por respeto a nuestro pasado y otro por querer echar raíces en San Rafael con nuestra identidad armenia. Fue así que el primer bosquejo que me presentó Marcelo fue la fachada del Monasterio Noravank de Areni, una idea que le fascinaba. Proyectamos un poco del estilo arquitectónico, sus escaleras, su cúpula, pero siempre con mucho respeto y sin querer copiar semejante obra. Además, adquirimos como nuestro logo insignia de todo el proyecto, no solamente del vino, sino también del hotel, el símbolo de la eternidad del pueblo armenio, que eso es lo que más fuerte impacta en todo lo que mostramos.
—¿La gente te pregunta de qué se trata?
—Definitivamente. El que es de origen armenio se emociona mucho al entender que hay un pedacito de Armenia en San Rafael, donde solo hay dos armenios viviendo: Marcelo y yo, y que, sin embargo damos un mensaje tan fuerte. El que es armenio entiende que tenemos una identidad muy fuerte y el que no lo es, el símbolo es tan bonito ya de por sí que siempre preguntan, a lo que nosotros, otra vez con mucho respeto, le contamos qué es, cuál es su significado si se quiere mitológico detrás del símbolo y se quedan enamorados. Después los llevamos a la bodega y sucede lo mismo, la fachada es una fachada, pero para nosotros tiene un sentido muy especial y cuando se lo explicamos se sienten sorprendidos detrás del significado.
—¿Qué es lo que tienen en común Mendoza con Armenia?
—Mendoza tiene muchísimo que ver con Armenia. Tal vez no tiene nada que ver en cuanto a que no hay comunidad y en cómo se emprende un proyecto de tal magnitud como el que emprendimos nosotros. La verdad es que no lo sabía cómo se relacionaban hasta que me tocó visitar Armenia, gracias a Dios. Cuando fui me di cuenta de lo igual que es Mendoza a muchas regiones armenias. Es increíblemente parecida en su geografía, en su terreno, en su aridez y a su vez en su belleza de la montaña. También en la viña, en el fruto insignia armenio, que es el damasco, que también lo tenemos nosotros en San Rafael. El durazno, el olivo, hay mucha similitud, en su geografía y en su agricultura. Estar allí fue un shock no solamente por estar en nuestro pueblo sino por la similitud de un paisaje al otro.