La cara oculta del negacionismo turco: la instigación al odio religioso

25 de junio de 2019

Fue tan indignante la declaración del presidente turco Recep Erdogan el 24 abril pasado en ocasión del 104 aniversario del Genocidio armenio acerca de la “razonabilidad” de la “reubicación” de los armenios durante la Primera Guerra Mundial que prácticamente ninguno se dio cuenta que la política negacionista turca cruzaba una frontera más, ponía más alta la barra de la reivindicación del crimen de lesa humanidad en su cínica reconceptualización como un acto “racional”, casi de humanitarismo…

En un posteo en su cuenta de Twitter en inglés, Erdogan literalmente dijo: “La reubicación de las pandillas armenias y sus simpatizantes, que masacraron a los musulmanes, incluyendo a mujeres y niños, en Anatolia oriental, era la acción más razonable que se podría tomar en ese período”. Siguió con un mensaje dirigido implícitamente a Francia: “Aquellos que nos pretenden dar lecciones de derechos humanos sobre el caso armenio tienen ellos mismos un pasado sangrente.”

En realidad, el argumento negacionista en sí en esta declaración no es nuevo. Forma parte de la estrategia de “racionalización” del crimen de parte de los negacionistas que, como el prof. Richard Hovanissian explica en su ensayo comparativo del negacionismo del Genocidio con el del Holocausto, es la primera antes de la “relativización” y “trivialización”, las tres estrategias observadas en cualquier política negacionista. Evidentemente, y a diferencia de “racionalizaciones” anteriores donde se expresaba “pena” por un dolor supuestamente “compartido”, Erdogan esta vez aumenta la dosis del cinismo: casi pide que se aprecie una acción que se eligió, aunque los sujetos blanco de la misma, “las pandillas armenias y sus simpatizantes” -por este último léase: un pueblo entero-, no merecían tal tratamiento “razonable” o sea “humano”. Faltaba que pidiera a los verdugos del Genocidio el premio Nobel de Paz póstumo o el reconocimiento internacional del humanitarismo del gobierno de los Jóvenes Turcos…

El acento, sin embargo, aquí está puesto en los supuestos “masacrantes” de los “musulmanes, incluyendo a mujeres y niños” que oculta un salto peligroso del negacionismo a la dimensión de la incitación al odio religioso. De hecho, el tweet de Ergogan es un mensaje dirigido también sino esencialmente a los musulmanes en general.

Más allá de todos los factores histórico-estructurales y emocionales de siglos de dominación y sentido de superioridad turca sobre los pueblos en el Imperio Otomano, incluyendo la falta de reconocimiento de la igualdad de todos ante la ley según la Sharía, la legislación sobre la base del Corán, que, supuestamente, desaparecía con la Revolución Constitucional de 1908, que también fueron causas del Genocidio, la motivación racional de la decisión del aniquilamiento de los armenios fue la oportunidad percibida para la solución final de la llamada Cuestión Armenia. Al mismo tiempo, para los ideólogos del panturquismo que, con una clara inspiración del pangermanismo, soñaban una proyección del Imperio hacia Asia central para la creación de una extensión geográfica habitada exclusivamente por pueblos de raza turca, el vaciamiento de los territorios históricamente armenios y su “limpieza” de pueblos no-turcos era una necesidad táctica. La religión no fue una motivación primaria, pero se instrumentalizó en la implementación del plan de exterminio. La mejor prueba de la falta de motivación religiosa primaria en el Genocidio Armenio es la hospitalidad que el pueblo árabe en su mayoría musulmana ofreció a los sobrevivientes del Genocidio y les ofreció no solo hospitalidad sino todas las condiciones para que se desarrollen en su identidad étnico cultural y practiquen su religión en total libertad.

Turquía kemalista se declaró un estado laico y creó una secretaría estatal, “Dianat”, para los asuntos religiosos. Era una forma de controlar al establishment religioso y mantenerlo en la senda de la política estatal. Hasta prácticamente la llegada al poder del Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) en 2002, la política negacionista turca no hizo uso del factor religioso. Con AKP, partido que se reclama de origen religioso, el propio laicismo kemalista empezó a vivir una profunda transformación. Primero fue, en nombre de la democracia y la libertad religiosa, el desmantelamiento de las prohibiciones a ciertas prácticas del Islam, como la interdicción de cubrirse la cabeza de parte de las mujeres en instituciones públicas. Luego, con la llegada a la cancillería de Ahmed Davudoglu y su visión de la proyección geopolítica de Turquía en la tesis “profundidad estratégica”, el factor religioso, léase el Islam, se incluyó en forma indirecta pero eficiente en la agenda de la política exterior con un notable éxito en el posicionamiento del país como líder regional. Un artículo reciente en el número del 1º de junio de The Atlantic de John M. Beck analiza el factor religioso turco como su instrumento de “poder blando global”.

Con Erdogan al poder y concentrando cada vez más el control del Estado en sus manos, el factor religioso no fue solamente un “poder blando”. Islamista convencido, Erdogan fue explícito en dar un tono fuertemente religioso a la política en general cuando hablaba en turco directamente a su pueblo, e hizo uso del lenguaje diplomático cuando se refería a los conflictos internacionales. El apoyo brindado a los grupos islamistas en la devastadora guerra en Siria y el ya comprobado “permiso” al Estado Islámico (ISIS) de usar su territorio para el tránsito de combatientes y armas como lo investigó Abdullah Bozkurt de The investigative Journal sobre la base de documentos secretos y casos judiciales clasificados, en sí demuestran el grado de riesgo que tomó, y sigue tomando, en su puja hacia la islamización de la política exterior turca.

Resaltar en esta nueva declaración negacionista del Genocidio la supuesta “masacre” de musulmanes por parte de los armenios no es una mera coincidencia de parte de Erdogan.

Hay evidencia creciente de que el intervencionismo turco en Medio Oriente terminó no solo desilusionando a prácticamente todos aquellos que se dejaron engañar con el supuesto desinterés de esta política estatal sino también ya la consideran nefasta para la región.

Hasta ahora, con la mera excepción del Líbano y en cierta medida Siria, los demás países árabes en general han mantenido un silencio respetuoso y de alguna forma diplomáticamente correcto en cuanto al Genocidio armenio por una sensibilidad al Islam que Turquía usaba y abusaba en la política negacionista, en una actitud de equilibrio político entre el respeto a muchos de sus ciudadanos de origen armenio y las relaciones con Ankara. Esta situación ha cambiado notablemente en Siria, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y en menor grado hasta en el caso de Arabia Saudí si se presta atención a declaraciones públicas o señales más sutiles en su comportamiento. Vera Yacubian, la responsable del Consejo Nacional Armenio en Medio Oriente que tiene sus oficinas en Beirut, sostiene que después de años de trabajo que se llevó adelante sobre todo en la última década y media para explicar a los responsables y la opinión pública de que el tema del Genocidio no es un conflicto de esencia religiosa, en muchos países árabes hay un cambio positivo de actitud hacia la Causa Armenia. La situación evidentemente no ha pasado desapercibida de parte de la diplomacia turca; de ahí, es poco probable que haya sido mera casualidad de parte de Erdogan de perfilar como víctimas a los musulmanes en su tweet; es una advertencia a los dirigentes árabes para que no se transformen en supuestos cómplices a los “masacrantes” de los musulmanes. La triste realidad es que aún persisten religiosos musulmanes que por ignorancia, ciega convicción o por interés, siguen el juego de Ankara en sus sermones y mensajes en medios sociales.

Motivado por el negacionismo, la iniciativa de Erdogan de usar el Islam para asegurar el apoyo de los musulmanes a su política es altamente riesgoso en colocar el factor religioso como causa principal de los conflictos; sobre todo cuando lo expande para incluir a países como Francia, y en general a los europeos, jugando con la sensibilidad de los ex colonizadores -una política que se nota sobre todo en Argelia. En un artículo en The Washington Post el 22 de abril pasado, Michelle Boorstein y Sarah Pulliam Bailey analizan el ataque terrorista contra iglesias cristianas en Sri Lanka en Pascuas y anotan el recrudecimiento del odio religioso en ataques terroristas en la escena global desde 2017 incluyendo el masacre de 50 musulmanes en una mezquita en Nueva Zelanda en marzo, el asesinato de 11 en una sinagoga en Pittsburg en octubre de 2018 y el ataque contra dos iglesias en Egipto en abril de 2017, entre otros.

En este contexto peligroso de claros intentos de regenerar en la política internacional la oscura época de las guerras religiosas, es una gran irresponsabilidad de incitar al odio interreligioso como lo hace Erdogan.

En Medio Oriente, esta irresponsabilidad es equivalente nada más que a un nuevo genocidio de los cristianos, como lo señala bien Patrick Wintour de The Guardian el 3 de mayo en referencia al informe comisionado por el canciller británico Jeremy Hunt que se hizo público y donde se señala al AKP de Erdogan como el paradigma de la “denigración de los cristianos”.

Khayak

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