La Hora de la Razón

21 de noviembre de 2020
Ph.: Artem Mikryukov, Reuters.

La mala nueva cayó una mañana de fines de septiembre, Azerbaiyán había vuelto a atacar a Artsaj, esta vez en toda la línea de contacto. Las primeras noticias indicaban que las fuerzas del Ejército de Defensa de la República de Artsaj repelían exitosamente el embate enemigo. Pasaron las horas y el cielo de Karabagh ya se veía cubierto por el humo de los fuegos causados por los cohetes y bombas azeríes. Esta no era una escaramuza como tantas otras, ni siquiera se aproximaba a la Guerra de los Cuatro Días de 2016, esta era otra conflagración con los mismos protagonistas principales pero con miserables mercenarios “invitados” por Turquía que finalmente pasaba de la retórica a la acción liderando el ataque de Azerbaiyán desde las sombras (o no tanto).

Desde la distancia, la Diáspora preocupada por el rápido avance de los acontecimientos bélicos ponía en marcha de inmediato sus mecanismos de asistencia, todas las instituciones reaccionaban y trabajaban sólida y mancomunadamente no sólo en la recaudación de fondos sino también en la convocatoria de acciones de protesta contra los países agresores. Una y otra vez las manifestaciones recorrieron las calles de muchas ciudades del mundo visibilizando una guerra que no recibía la atención que merecía.

Muchos pensaban que, al igual que en otras ocasiones, la intervención de Rusia o del Grupo de Minsk detendría el enfrentamiento que amenazaba extenderse a toda la región habida cuenta de la presencia confirmada de fuerzas foráneas que nada debían hacer en el teatro de operaciones. Ello no ocurrió y la guerra siguió su curso, las listas de bajas no tardaron en ser conocidas y el fantasma de un desastre humanitario ya comenzaba a tomar forma.

Encolumnados detrás del #venceremos nos juntamos y rezamos por nuestros jóvenes soldados y los miles de voluntarios que se les sumaron en la lucha por defender ese trozo de patria que habíamos logrado recuperar hace ya una vida. Pero de a poco todo comenzó a cambiar ya sea por las noticias cambiantes del frente o por la propia convicción que nos alertaba que la confrontación de un pequeño estado como Armenia contra los dos ejércitos más poderosos del Cáucaso no iba a ser tarea fácil.

A mediados de octubre sonaron las primeras alarmas con el avance enemigo tanto en el sur como en el noreste de Artsaj y aquí creo que la desinformación provocada tal vez por cuestiones de seguridad o estrategia ya era bastante evidente. A partir de entonces cada parte diario era peor que el anterior y ya a fin de octubre el pesimismo comenzaba a invadirnos.

De pronto y cuando ya habían fracasado tres alto el fuego el primer ministro Nikol Pashinyan anunciaba la capitulación armenia sin condiciones. La triste noticia se extendió rápidamente sumergiéndonos en una rara sensación de alivio, pronto sofocada por un estremecimiento de dolor e impotencia al conocerse los términos del acuerdo.

Se instalaba un nuevo escenario para Artsaj y para Armenia. La pérdida de más de dos tercios de territorio por un lado y la confirmación que las bajas civiles y militares eran muy superiores a las anunciadas hasta el momento causaron gran conmoción en la población que en gran número acompaña desde el 10 de noviembre los reclamos de casi toda la oposición, parlamentaria o no, que solicita la declinación de Pashinyan y su gobierno al tiempo que le reclama explique aspectos ocultos del documento firmado entre gallos y medianoches.

Obviamente los partidarios de Pashinyan defienden a su líder, sin embargo el gobierno se va deshilachando de a poco porque ya son varios los ministros que pidieron pasar a retiro y antes de permitirlo su mandamás quiso imponer su ya disminuida autoridad y los despidió. También renunciaron varios diputados y funcionarios de primera y segunda línea, dejando en claro su desacuerdo con las medidas adoptadas.

Llegada esta instancia quiero remarcar que no me adhiero a quienes solo piden su renuncia porque ello nada resolverá. Si Pashinyan dimite y se retira se desligará de todas sus responsabilidades, es preferible que se quede en su trono y se haga cargo de sus errores.

Pero hay una cuestión que tampoco quiero disimular y es la pretendida polarización que se pretende importar de Armenia a la Diáspora. De ninguna manera existen el nosotros y el ellos porque llegar a ese punto solo complicaría aún más una realidad que ya es muy espinosa.

Por estos días las redes se muestran muy activas, como asiduo lector de las múltiples opiniones, algunas modestas, otras presuntuosamente enmarañadas, observo que hay una tendencia a buscar chivos expiatorios del pasado como una elegante evasión de responsabilidades propias. El primer ministro busca instalar que el Tashnagtsutiún es una de las fuerzas políticas que en el pasado formó parte de los gobiernos contra los que él despotrica. Evidentemente, Pashinyan anda un poco flojo de memoria porque cuando habla de treinta años de gestión debería comenzar a recordar los catastróficos errores de su mentor Levón Ter Petrosian y su ilegal decisión de encarcelar a los líderes de la FRA con falsas denuncias. Kocharian y Sarkissian lo sucedieron y por etapas la FRA-Tashnagtsutiún fue aliado ocasional de los mismos como lo fue también del propio Pashinyan y en todos los casos resolvió retirarse por no compartir criterios de gobierno.

Muchos compatriotas reniegan de la política sin darse cuenta que al hacerlo simplemente están haciendo justamente eso, política. La política no es mala palabra porque desde ella se accede a la democracia, desde la política se conoce a los futuros gobernantes y también desde la política se resuelven cuestiones sociales, culturales, diplomáticas y hasta militares.

Nuestra Diáspora no le debe temer a la política pues sus comunidades seguramente tienen creencias claramente definidas porque no son ajenas al contexto de los países donde viven. Desde la política se pueden establecer acuerdos, firmar pactos y hasta coincidir en planes de administración o de gobierno, solo hay que tener la voluntad de concordar. Ser apolítico es tal vez mostrar desinterés hacia todas las militancias o posturas políticas, algo que puede ser muy conveniente para aquellos que hacen de la crítica permanente un método para no involucrarse.

Jorge Rubén Kazandjian
Ex Director del Diario Armenia

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