Opinión

La pobreza, un dolor para todos los armenios

13 de diciembre de 2017

Pobreza armeniaDuele, duele mucho conocer la verdadera realidad del pueblo de Armenia. Saber de sus miserias, de su falta de trabajo, o de la ausencia de un servicio social que les permita a los mayores transitar su vejez de la mejor manera posible.

Duele, duele mucho ver cómo los grandes capitales que llegan al país de la mano de otros “armenios” que amasaron sus riquezas al mismo tiempo en que la pobreza se acentúa más y más, son destinados a construir lujos innecesarios.

E inevitablemente debe uno pensar que hay algo que está muy mal en la conciencia de una clase social nueva, una elite conformada por vaya a saber por cuantos cientos de oligarcas que sólo piensan en sumar dividendos a costa del sudor de sus propios hermanos. Es que el trabajador armenio debe ganar su sueldo de cada día sin chistar ni quejarse porque no hay leyes que lo protejan, entonces queda siempre a merced del desalmado patrón que lo explota vilmente.

Y digan ustedes si no es explotación cuando el sueldo mínimo establecido por las autoridades armenias alcanza sólo a ciento diez dólares. Sí, leyó bien, unos dos mil pesos argentinos. Entonces, ¿dónde queda el futuro de ese joven que atiende el comercio de modas, o la moza que nos sirve un café en la confitería céntrica? La solución para este drama cotidiano es simple para muchos, irse del país.

La pobreza es común en Armenia, pero quienes están en ese estado todavía no perdieron su dignidad. Es difícil ver mendigos en las calles de Ereván y tampoco pueden verse personas durmiendo en las calles como es habitual en Buenos Aires, Madrid u otras capitales del mundo. Quien padece pobreza la sufre en silencio y pocas veces la exterioriza en público. Predomina el sentimiento de vergüenza y es más doloroso evidenciarla que llevarla con recato.

¿Y qué hacen las autoridades? Realmente poco. El presupuesto de 2018 acaba de ser sancionado por el Parlamento con muy pocos cambios en las áreas de salud, vivienda y servicios sociales. Los economistas oficiales anticipan que no habrá en un futuro cercano aumento de salarios, de jubilaciones u otras ayudas estatales a los pobres. Dura realidad que debe sobrellevar más de la mitad de la población de nuestra querida Madre Patria.

Algunos políticos intentan escudarse detrás de la guerra de Artsaj para justificar este intolerable escenario. Claro es fácil decir que se deben destinar millones de dólares para armamentos que asumir la responsabilidad de trabajar para que los hombres y mujeres que alguna vez los votaron puedan mejorar un poco su nivel de vida. Se habla de combatir la corrupción, pero hasta el momento no hay un solo comerciante, industrial o funcionario detenido por ese delito.

Pasan los años, quedan los sufrimientos. El interior armenio está cada día más vacío. Es difícil vivir en una aldea en el riguroso invierno armenio. Y mucho más arduo es hacerlo sin recursos, porque son muy pocos los que pueden hacer frente al costo de la energía para calentar sus hogares.

Es triste ver cómo se apaga el brillo de los ojos de los jóvenes cuando no consiguen trabajo y deben derrochar su tiempo pensando en su porvenir. Es penoso comprobar cuántos ancianos deben renunciar a sus medicamentos porque el estado no los acompaña como es debido. Y ni hablar del inexistente servicio social armenio cuyo presupuesto es ridículo frente a todas las obligaciones que el estado incumple una y otra vez.

Cien años después del 28 de Mayo luminoso de 1918, los armenios deben enfrentar un nuevo desafío, el de sobrevivir a la indiferencia, al abandono y la indolencia de quienes deben conducirlos al futuro brillante que alguna vez soñó Aram Manukian.

Jorge Rubén Kazandjian

 

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