La política sorda, ciega y muda
La política es el arte de lo imposible, así es la nueva interpretación de algunos gobernantes del mundo contradiciendo la máxima que muchos atribuyen a pensadores como Aristóteles y Maquiavelo, o políticos como Bismarck o Churchill y que asegura todo lo contario.
Hay líderes internacionales que se esfuerzan para hacer realidad ese concepto de la mano de decisiones políticas incomprensibles, alejadas de toda lógica, moral y hasta consideradas vergonzantes. En tren de determinar el ajustado significado de la palabra política, podríamos adherir a la definición que propone que la política es la aplicación expresa de las leyes de convivencia de un determinado Estado.
Esa tesis asegura además que la política restringe a quienes la practican, sean individuos o agrupaciones, limitándolas únicamente a las disposiciones legales de sus Estados. Pero hay que reconocer que es sumamente difícil coincidir en una definición de la actividad política que conforme a todos los que se involucran en el ejercicio de la misma.
En ese sentido hay que aceptar que hay conceptos básicos que no pueden estar ausentes de ninguna definición y estos son el sentido ético y la disposición a actuar en una sociedad utilizando el poder público constituido para alcanzar objetivos beneficiosos para la ciudadanía.
Esta introducción es necesaria para hablar de algunos hechos que suceden en el mundo, especialmente aquellos vinculados a la cuestión armenia en general y a Armenia y Artsaj en particular.
Nuestros dos países, que en realidad conforman un solo pueblo y nación, se debaten casi en soledad contra los designios políticos a que nos someten no sólo las grandes potencias, sino también otros estados-países donde las comunidades armenias tienen importante presencia.
Un rápido repaso: La presidencia de Estados Unidos además de su persistente rechazo al reconocimiento del genocidio de armenios, reduce cada año su asistencia económica a Armenia. Rusia, considerada la gran socia de Ereván, ejerce enorme control sobre la economía del país y también contradice esa asociación vendiéndoles armas a sus enemigos Turquía y Azerbaidján.
En Europa y a pesar de que muchas organizaciones oficiales actúan en Armenia en diferentes áreas asistiendo al retrasado desarrollo del país, hay también decisiones políticas incomprensibles.
Turquía es un enorme campo de concentración desde julio de 2016. Luego del "fallido" golpe de estado que Erdogán atribuye a su exsocio Gülen, el nuevo sultán ordenó la detención de más de 60.000 personas, el despido de hasta 70.000 funcionarios; sin olvidar el cierre de casi todos los medios de información opositores y el encarcelamiento de casi dos centenares de periodistas. Azerbaidján por su parte, ha impuesto de la mano de su tirano presidente Ilham Aliev, un régimen de persecución y avasallamiento de sus minorías políticas, desapareciendo por completo las voces discordantes, apagadas por la represión y la amenaza concreta de prisión.
Sin embargo, pocos gobernantes internacionales prestan atención a estas realidades que no pueden ser disimuladas ni justificadas de ninguna manera. Todos ellos privilegian sus intereses económicos y desdeñan actuar de acuerdo a los preceptos de derechos humanos y no sólo se vuelven ciegos y sordos ante esa realidad, sino que se entregan a las presiones políticas de Erdogán y Aliev en dirección a seguir vendiendo armas y comprando energía a precios convenientes.
Tanto en Europa como en los Estados Unidos, las comunidades armenias están organizadas para enfrentar el lobby turco-azerí. Sus esfuerzos casi siempre son infructuosos pues no tienen recursos para enfrentar a dos contrincantes que destinan enormes sumas de dinero para comprar voluntades políticas.
Esa desigual pelea también comienza a desarrollarse en Sudamérica, en particular en los países donde los armenios viven desde hace un siglo y que de la mano de sus constructivos aportes a las distintas sociedades ganaron la consideración de pueblos y gobiernos.
La injerencia local de las embajadas de Turquía y Azerbaidján en los gobiernos de Argentina, Uruguay, Brasil y otros estados regionales, contrasta con la pasividad de la diplomacia armenia que desde hace mucho tiempo debería priorizar y jerarquizar su gestión en Sudamérica.
No hacerlo redundaría en la pérdida de terreno ganado en materia de reivindicaciones de justicia armenias e impediría avanzar en la tarea de lograr el reconocimiento de la independencia de la República de Artsaj.
Los permanentes viajes de funcionarios sudamericanos, entre ellos muchos argentinos y uruguayos, a Turquía y Azerbaidján, pueden ser catalogados de comerciales o diplomáticos, pero si se toman en cuenta los pobres resultados de los mismos, será sencillo concluir que tienen otras motivaciones.
Costó mucho digerir la reciente imagen del presidente Macri reuniéndose con Erdogán en Hamburgo. Y mucho más si se toma en cuenta la información de Télam que citó palabras del líder turco a Macri. "Argentina y Latinoamérica son una prioridad para la diversificación de nuestros negocios. Espero a partir de ahora intensificar esos contactos".
Erdogán y Aliev no brillan precisamente por su apego a las formas democráticas ni por su respeto a los derechos humanos, sin embargo para nuestros gobernantes esos atributos no parecen demasiado importantes como para interferir en sus posibles vínculos comerciales o diplomáticos.
Volviendo entonces al comienzo de esta nota, entendemos que no puede ser un justificativo válido incluir este tipo de acciones de gobierno como una tarea verdaderamente política si de los resultados de su ejercicio son vulnerados derechos justamente adquiridos por nuestra comunidad en base a su lealtad a la tierra que la cobijó.
Jorge Rubén Kazandjian