Apoyar a Armenia, denunciar la agresión turco-azerí

Editorial: La razón existencial y práctica de la diáspora movilizada

08 de octubre de 2020

La ofensiva turco-azerí, con la masiva participación de islamistas reclutados por Turquía en Siria a lo largo de las líneas de contacto del norte al sur de Artsaj que empezó el 27 de septiembre, movilizó todo el pueblo armenio en la misma Armenia y en la diáspora. La amplitud del ataque anunciado tanto por Aliyev como Erdogan en sus declaraciones públicas y desoídas por el mundo, el salvajismo de los bombardeos a la población civil que reflejan el profundo odio anti-armenio que la política estatal de Aliyev instaló en la agenda y educó a toda su sociedad, la seguridad de quedar impune, hacen de esta guerra más que la decisión de resolver el conflicto de Artsaj por medios militares. Es una guerra de conquista territorial y exterminio de sus habitantes, es un genocidio que los armenios conocemos bien: es un intento de continuar el mismo que sufrimos 105 años atrás.

La convicción de esta amenaza existencial es la que explica la movilización de todos los armenios desde Armenia hasta la diáspora. En Armenia la amenaza es inminente. Armenia es la garante de la seguridad de Artsaj, porque si cae Artsaj, cae Armenia; literalmente; Aliyev nunca ocultó que su intención es llegar a Ereván porque niega la existencia misma de Armenia, la considera parte de su país. Pero la amenaza turco-azerí es real también en la diáspora. El odio anti-armenio es global, y, tal como quedó demostrado en julio pasado, los ataques contra comunidades armenias en distintos países están en la agenda, se vienen, y, yihadistas por el medio, pueden escalar a niveles de violencia mayor. Aterrorizar a los armenios para silenciarlos y reducir su identidad a un mero recuerdo insignificante es también una forma de desaparecerlos. Es una forma de negacionismo que fracasó con el intento de dejar en el olvido el Genocidio y ahora se manifiesta con el choque directo.

No temer la amenaza turco-azerí, no callarse frente a la agresión implícita y cada vez más explícita del enemigo, es pues un desafío de ser o no ser de la identidad armenia en la diáspora. Igual que el rechazo al silencio impuesto al Genocidio que se manifestó en 1965 y evolucionó para derrumbar el negacionismo, la denuncia de la agresión turco-azerí, de la vigencia del panturquismo ya no solo en su contexto geopolítico sino global, ya no solo en su aspecto de apropiación de territorios históricamente armenios sino directamente negación de derecho de existir a los armenios estén donde estén, es una nueva etapa de confirmación y renovación del compromiso con la memoria y la identidad armenia; es su razón existencial.

Denunciar la agresión turco-azerí y la amenaza del panturquismo tiene también una razón práctica. La diplomacia turco-azerí ha logrado asegurar como mínimo la neutralidad de terceros países involucrados de una forma u otras, de mayor o menor grado, con su conflicto con los armenios: cualquier agresión es seguida por una llamada a ambas partes para poner fin a los enfrentamientos y buscar una resolución pacífica al conflicto. De parte de Armenia nunca faltaron anuncios de un compromiso con la resolución pacífica que nunca se formuló claramente y sin condiciones de parte de Azerbaiyán o Turquía.

Quizá sobró de parte de los armenios declaraciones de compromiso con la paz frente al cinismo turco-azerí que también fomentó la políticamente correcta neutralidad de países terceros en este conflicto. El esfuerzo diplomático-comunicacional de Armenia para revertir esta situación es ya una necesidad e inevitablemente debe encontrar su apoyo en manifestaciones de denuncia de la agresión en la calle, frente a las embajadas de Azerbaiyán y Turquía donde se gesta y desde donde se implementa la ofensiva diplomática y se coordina con la complicidad de lobistas políticos profesionales, periodistas comprados y mercenarios pseudointelectuales del mundo de analistas y académicos. El pueblo armenio ya no tiene que declarar su compromiso con la paz; tiene que dejar clara la responsabilidad turco-azerí de esta guerra y sus consecuencias.

Esa es la lectura política de las manifestaciones de denuncia que se complementan con el compromiso del apoyo a Artsaj y Armenia en su derecho de autodefensa que se vieron en varias ciudades del mundo, y en Buenos Aires en particular, durante la primera semana de la guerra. Y tienen que seguir mientras sigue la agresión del enemigo. De la resolución pacífica del conflicto ya hablaremos después del cese de fuego.

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