Arto Kalciyan

Las bases para la consolidación

13 de junio de 2018

velvet_47Tanto dentro, como fuera, hoy se habla de una “Nueva Armenia” fruto del reciente levantamiento popular y los consiguientes cambios producidos en la conducción política, como resultado del mismo. No caben dudas que el modelo, en la práctica desmontado, representaba el retroceso y la ruptura con los valores morales de la nacionalidad y el socavamiento de las posibilidades de desarrollo del país y las esperanzas de bienestar y estabilidad de su población.

Tras los festejos, por los cambios producidos y las multitudinarias muestras de apoyo de la gran mayoría al líder del levantamiento y ahora primer ministro, el carismático Nikol Pashinyan, ha llegado la hora de la verdad. La hora de definir qué país queremos y somos capaces de construir, basado en cuatro columnas fundamentales, importantes por igual, necesarias para hacer realidad los sueños de quienes fueron y quienes somos herederos de nuestra raza. Gobierno, oposición, pueblo y diáspora, todos por igual protagonistas, frente al singular desafío que la historia ha dispuesto.

El nuevo gobierno ha tomado la responsabilidad del cambio, viene de las entrañas del pueblo, sabiendo de las necesidades, expectativas y reclamos del mismo, de la crítica ha pasado al poder y la acción determinante. No puede equivocarse ni repetir errores, cada ministro, cada funcionario, sin importar su rango, debe ser un ejemplo de conducta y laboriosidad en la gestión, quien no comprendió el espíritu del cambio, debe dar un paso al costado, la soberbia tiene que ser desterrada para siempre, el contacto con los problemas, la necesidad de resolverlos con equidad y justicia, son materias pertenecientes a la ciencia política, quien no está capacitado para ejercerlas, debe buscar simplemente otros horizontes.

En el juego de la democracia bien entendida, la oposición no es el enemigo, es tan importante como el mismo gobierno, debe actuar con la debida altura, señalando errores, apoyando las buenas iniciativas y propiciando el diálogo permanente, actuando siempre a favor de los intereses de la nación y su gente, debe ser la opción para el cambio a su turno, demostrando capacidad, respeto y confiabilidad.

Aquellos que pertenecieron a los gobiernos anteriores en Armenia, tienen la oportunidad de reivindicarse como ciudadanos, curando las heridas que han causado, no tomando posturas beligerantes con la intención de generar caos, pretendiendo diluir el efecto de sus faltas, buscando de alguna manera la paz espiritual que supieron hipotecar.

A estas horas de un blanqueo generalizado, como consecuencia de la llamada “Revolución de Terciopelo”, todas la instituciones de la República deberían revisar sus actuaciones, a fin de contribuir a la formación de un círculo virtuoso, con un objetivo común: Unidad, Superación y Desarrollo. Hemos visto el potencial, lo que es capaz de lograr un pueblo de pie y en unidad, así debe de ser, pues es el juez soberano que evalúa a sus gobernantes. Pasada la luna de miel con el nuevo cuadro gubernamental, cada ciudadano actuará de conformidad con el nuevo proyecto nacional, entendiendo que los problemas no se resuelven siempre con la prisa deseada. Aquellos reclamos que en el pasado nunca tuvieron respuesta, tengan hoy solución inmediata y sobre todo no descuidar nuestras fronteras, distraídos en comunes cuestiones domésticas.

La juventud tiene la palabra, la responsabilidad y las herramientas necesarias para crear un gran país, instalado en el mundo, exhibiendo nuestros innatos valores y tradiciones. Hay una generación de gente mayor perdida, confusa y sin rumbo, no hay que criticarlos ni abandonarlos, les tocó vivir una etapa muy particular, que logró manipular su visión de la realidad. Tenemos el deber de respetarlos, darles contención e integrarlos a la vida activa de nuestros días.

Por último, la diáspora, la inconmensurable, la maravillosa diáspora armenia, la que ha sabido mantener viva nuestra identidad, nuestra iglesia, nuestra cultura y nuestro idioma, a través del tiempo y en cada rincón del planeta, consabida como el mayor potencial de la joven república de los armenios, tiene hoy un nuevo, enorme desafío. Aún en los días en los que no ignorábamos la existencia de mafias, oligopolios, discriminación e injusticias en nuestra tierra originaria, allí estuvimos con nuestro aporte, nuestro aliento y fundamentalmente con el amor a nuestras raíces, manifiesta a través de una incondicional pertenencia.

Hoy, en este distinto y milagroso amanecer, que nuestros hermanos de la Madre Patria supieran conseguir, tenemos la misión de acompañarlos, integrándonos e involucrándonos en el día a día de la patria.

Aquello que falsamente pregonaban los líderes destituidos: “Un país, un pueblo, un idioma”, afortunadamente parece asomar ahora como una pronta realidad, en la que los armenios del mundo tenemos mucho por hacer.

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