¿Le comprarías un auto usado a Ilham Aliyev?

29 de marzo de 2023

Mas allá de las recurrentes bravuconadas, la palabra del presidente azerí no tienevalor. Básicamente, porque ni siquiera respeta lo que él mismo firmó.

Desde hace 28 meses, más precisamente desde noviembre de 2020 la República de Armenia y la República de Azerbaiyán están inmersas en un proceso de negociación de un tratado de paz para acabar -supuestamente- con más de un siglo de enfrentamientos a sangre y fuego.

A esta negociación se sumó la necesidad de terminar por dónde debe pasar la frontera interestatal y la demarcación en terreno, junto a la apertura de las comunicaciones terrestres -viales y ferroviarias- en una región del mundo donde se multiplican los intereses de terceros países y donde no se logran avances sustantivos en la relación formal e institucional entre Ereván y Bakú.

El proceso de negociación se abrió como parte del cese al fuego que puso fin a la Guerra de los 44 días o Segunda Guerra de Artsaj (septiembre a noviembre de 2020).

Fue con el consenso de abrir un período “ventana” de cinco años, prorrogable, en el que la Federación Rusa, como garante de la paz, desplegó más de 2000 soldados en una treintena de puntos críticos de la zona de contacto entre Azerbaiyán, Armenia y la autoproclamada República de Artsaj.

Varios documentos acordados, consensuados y firmados por las máximas autoridades de Azerbaiyán, Armenia y Rusia, estableciendo derechos y obligaciones de ambas partes, por ahora no son más que una expresión de deseos.

El valor de la firma

El acuerdo firmado el 9 de noviembre de 2020, que estableció el cese al fuego es considerado el documento fundacional de esta nueva etapa de la relación Armenia y Azerbaiyán, pero para el presidente azerí, Ilham Aliyev, no es más que un papel mojado.

O su coartada para decir que está negociando, cuando en realidad sólo busca ganar tiempo y empezar una nueva guerra contra Artsaj y Armenia para cumplir sus deseos megalómanos de limpieza étnica.

El acuerdo trilateral del 9 de noviembre tiene 9 puntos, que llevan la firma de los presidentes azerí, Ilham Aliyev; de Rusia, Vladimir Putin; y el primer ministro de Armenia Nikol Pashinyan.

Pero lo llamativo es que Armenia cumplió con sus compromisos de entregar los territorios acordados, la región de Karvajar (Kelbajar) el 15 de noviembre de 2020, Aghdam el 20 de noviembre (punto 2 del acuerdo) y el corredor de Lachín (Berdzor) el 1 de diciembre (punto 6).

También aceptó que Shushí permanezca bajo control de las fuerzas de paz rusas, aunque al poco tiempo Azerbaiyán montó allí junto a Turquía un centro de monitoreo de la región, por fuera del acuerdo.

Del lado azerí fueron todos compromiso firmados, pero no cumplidos. El punto 1 se refiere al cese al fuego desde las 00.00 hora de Moscú de 10 de noviembre.  Hasta aquí OK, pero son innumerables las veces que el alto el fuego fue violado por parte de Azerbaiyán, incluyendo la incursión en territorios bajo control del gobierno de Artsaj, ataques con artillería a población civil, asesinato a sangre fría de civiles y soldados que se habían entregado, además de invasión de territorio soberano de Armenia.

El punto 3 se refiere al despliegue de la fuerza de paz rusa en el corredor de Lachín (de 5 kilómetros de ancho), que en verdad está cortado por seudo ambientalistas azeríes desde el 12 de diciembre, impidiendo el tránsito entre Artsaj y Armenia.

Justamente por el punto 6 Azerbaiyán debe garantizar “la seguridad del tráfico de ciudadanos, vehículos y mercancías a lo largo del corredor Lachín en ambas direcciones”. El mundo entero está mirando para otro lado desde hace más de 100 días.

Los puntos 7 y 8 tampoco se cumplen. En el primer caso los desplazados internos y refugiados deben regresar al territorio de Nagorno Karabaj y área adyacentes, bajo supervisión de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Esto no se cumplió.

El octavo es un punto crítico. Tiene que ver con el intercambio de prisioneros de guerra, rehenes, detenidos y cuerpo de fallecidos en combate. Desde hace más de dos años hay al menos 33 soldados armenios prisioneros de guerra, según datos del gobierno de Armenia, aunque se presume que son más porque hay gran cantidad de desaparecidos.

En el punto 9 Armenia se compromete a garantizar la “seguridad de las conexiones de transporte entre las regiones occidentales de Azerbaiyán y la República Autónoma de Najicheván, a fin de organizar el movimiento sin obstáculos de ciudadanos, vehículos y mercancías en ambas direcciones”. Como se ve no hay ninguna mención explícita a ningún corredor Zangezur, como quiere hacer creer el presidente azerí.

En el marco de las negociaciones Armenia propuso que el control de tránsito respete las normativas y regulaciones de cada uno de los países. Azerbaiyán se niega, quiere paso libre y sin tasas, tarifas, ni impuestos. Y, además, insiste con el corredor Zangezur, que está fuera del acuerdo.

Bajo estas condiciones, alcanzar un acuerdo de paz se parece bastante a una quimera. Salvo que en algún momento el sistema político de Azerbaiyán se deshaga del dictador Aliyev y elija una conducción democrática, que privilegie la paz regional de buena fe y buscando que todas las partes encuentren beneficios en el acuerdo.

La historia los condena

Desde comienzos del siglo XX hubo al menos cuatro enfrentamientos armados de envergadura entre armenios y azerbaiyanos o tártaros, como se denominaba a los azeríes hacia fines del siglo XIX.

Hubo choques en 1905, luego la guerra armenio-azerí de 1918, enfrentamientos a lo largo del año 1920, luchas armadas hasta 1922, y más recientemente, la primera y la segunda guerras de Artsaj, en el período que va de 1988 a 2020, más escaramuzas -y muertos- hasta hoy en día.

En esos enfrentamientos murieron decenas de miles de hombres y mujeres de ambos lados, territorios fueron pasando de un lado al otro, pero sólo se logró una cierta paz “forzada” durante gran parte del período soviético entre 1922 y 1988.

Las fechas no son antojadizas, sino que coinciden con la entrega como repúblicas autónomas de Najicheván y Artsaj (Nagorno Karabaj), territorios históricamente habitados por armenios, a la República Socialista Soviética de Azerbaiyán en 1921, a instancias de Josef Stalin, entonces Comisario del Pueblo para las Nacionalidades.

Hasta 1988 ambos pueblos vivieron en relativa armonía con episodios esporádicos, pero las arteras matanzas de armenios en Sumgait en febrero de 1988, encendieron la mecha de lo que la historia recogió luego como la primera guerra de Nagorno Karabaj (1988-1994).

Entre todo ese “siglo largo”, parafraseando al historiador británico marxista Eric Hobsbawm, quien definió como siglo largo el período que va de la Revolución Francesa de 1789 al comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914, no fue posible avanzar hacia la paz.

Y hoy en medio de un inédito proceso de negociación de un tratado de paz, que ya tuvo no menos de una decena de encuentros cara a cara entre el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev y el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, a instancias como facilitador del presidente ruso Vladimir Putin, o el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, la supuesta negociación parece ser una teatralización de algo que nunca sucederá en términos reales.

La razón es muy simple. El presidente de Azerbaiyán no quiere la paz, sólo le interesa obtener el control total del territorio de Artsaj y limpiar ese territorio de armenios. La única paz posible es bajo sus condiciones de paz.

Desde que el mundo es mundo en una negociación todos deben ceder algo en función de llevarse también. Ninguna paz será duradera si una de las partes impone sus posiciones a la otra y quiere “llevarse todo”, como en el viejo juego de la perinola.

Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar

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