Limpieza étnica, el genocidio armenio en su versión 3.0

25 de abril de 2023

En las vísperas del 108° aniversario del comienzo de 1915-23 Azerbaiyán dejó en claro que quiere terminar el trabajo inconcluso de Abdul Hamid II, Talaat Pashá y Kemal Atatürk.

Entrado el siglo XXI en el mundo ha vivido varios genocidios, cronológicamente el genocidio armenio de 1915 a 1923, el Holocausto judío desde antes de la Segunda Guerra Mundial hasta 1945, las matanzas masivas llevadas a cabo por el régimen de extremista maoísta de Pol Pot en Camboya en 1975-79 y el intento de exterminio de la nación tutsi en Ruanda mano de la minoría gobernante hutu en 1994-95, por mencionar los más emblemáticos

Pero si uno observa con detenimiento, se verá que, en todos los casos, salvo el armenio, los crímenes estuvieron acotados en tiempo y espacio. No hay en la faz de la Tierra otro pueblo que haya sufrido genocidio, crimen de lesa humanidad, por más de un siglo y continúe esa amenaza hasta la actualidad.

Pero no es que los armenios hayamos sido expulsados del Paraíso o Dios nos haya condenado al castigo eterno. La contraparte de esta amenaza permanente al exterminio es que tampoco hay nación alguna – salvo los turcos con todas sus variedades desde seldjúcidas a otomanos, y de turcos modernos y europeístas a azerbaiyanos- que intente exterminar, someter, islamizar, reducir o expulsar de sus tierras a naciones vecinas.

Así, la obsesión de los turcos con los armenios y autoritarismo y terrorismo reinante en sus decisiones, excede toda límite imaginable.

La relación de otomanos y armenios nunca fue sencilla, pero sin dudas no fue hasta el último cuarto del siglo XIX, con la entronización al poder del sultán Abdul Hamid II, apodado “el carnicero” por la prensa occidental de la época, que la idea de exterminio de los armenios tomó cuerpo.

Las llamadas masacres hamidianas durante la década final del siglo se anotan decenas de miles de asesinatos de armenios, que pedían reformas y mejoras en la calidad de vida, con sucesos trágicos en Erzerum (1890), Tokat (1893), Sasún (1894), Zeitún (1895), Erzerum nuevamente (1895-97), donde murieron 200.000 armenios y Sasún (1904).

Pero el clímax de sangre, fuego y muerte se vería en 1909 en Adaná, no tanto por la magnitud de la tragedia, sino porque tras el golpe palaciego al sultán en 1908, el gobierno de los Jóvenes Turcos, que en teoría iba a dotar de mayor autonomía a las minorías terminó asesinando a unos 20.000 armenios, en medio de una escaramuza provocada por el propio gobierno y los gendarmes turcos para justificar la represión.

El punto crucial fue que ni en las masacres hamidianas ni en la masacre de Adaná, los reclamos de las potencias occidentales frente al exterminio de armenios, logró frenar la sed de sangre del gobierno de Constantinopla, hoy Estambul.

Lo que siguió fue lo previsible. La versión 2.0 del ataque sistemático a los armenios fue un plan diseñado a fines de 1914, cuando ya había estallado la Gran Guerra y ejecutado a partir de abril de 1915.

Las últimas relevaciones del investigador turco Taner Akçam señalan que la decisión de exterminar a la población armenia se tomó antes del 3 de marzo de 1915, muy probablemente entre el 15 de febrero y el 3 de marzo de ese año.

Dos cartas firmadas por Behaettin Şakir, miembro fundador del Comité de Unión y Progreso (CUP) y uno de los arquitectos del plan de exterminio de los armenios, no dejan lugar a dudas, según Akçam.

La primera fechada el 3 de marzo de 1915 dice: “El Comité … ha decidido aniquilar a todos los armenios que viven en Turquía, no permitir que se quede uno... Sobre la cuestión de cómo se llevarán a cabo estos asesinatos y masacres, el gobierno [central] dará las instrucciones necesarias a los gobernadores provinciales y a los comandantes del ejército”.

En la segunda carta del 7 de abril apunta: “… el Comité decidió aniquilar y fundamentalmente extirpar las diversas fuerzas con las que ha luchado durante años… Lamentablemente se verá obligado a tomar medidas brutales en este sentido. Tenga la seguridad de que nos preocupan los temores de estas medidas”.

El triunvirato que gobernaba el Imperio Otomano, Mehmet Talaat (Interior), Ismayil Enver (Guerra) y Ahmed Djemal (Marina), los tres paşá, fue la cara visible de una política genocida que avanzó mucho, al punto que exterminó a dos tercios de la población, pero que no logró su objetivo de eliminar de la faz de la Tierra a los armenios.

El trabajo quedó en manos del general nacionalista Mustafá Kemal, autodenominado “Atatürk” (padre de los turcos), que en el marco de la guerra civil en la que cayó Turquía tas la derrota en la Primera Guerra Mundial, avanzó con la limpieza étnica o islamización forzada de los armenios.

A 108 años del inicio de aquellos hechos, Turquía, en tanto sucesora jurídica del Imperio Otomano continúa negando la existencia de un genocidio contra el pueblo armenio. El país tiene una estructura jurídica, cuyo vértice es el Código Penal turco y que en su artículo 301 pena con duras condenas a prisión a quienes se atrevan a cuestionar el papel del Estado en aquellos años, bajo acusación de ofender la identidad turca.

También tienen programas educativos que niegan la existencia de delito alguno y sostienen que los agresores fueron los armenios. Eso aprenden los niños desde temprana edad, lo que al cabo de más de un siglo se ha transformado en “la verdad”.

Pero eso sólo ocurre fronteras adentro de Turquía masivamente ha reconocido el genocidio armenio. Sólo los mesiánicos, delirantes o interesantes niegan su existencia.

Genocidio en cámara lenta

Pero tal vez hoy el problema más grave es que todos somos testigos de un genocidio en cámara lenta o en su versión 3.0.

La política de limpieza étnica de Azerbaiyán en Artsaj es continuadora de aquella vieja frase atribuida a Talaat Paşá: “Pueden vivir en el desierto si quieren, pero en ningún otro lugar”. O sea, si te quedás serás turco, sino ándate.

El conflicto por la autodeterminación de Artsaj tiene innumerables ribetes, pero un denominador común, hacerle la vida imposible a los armenios para que abandonen su tierra.

El domingo 23 de abril, el régimen del presidente Illham Aliyev estableció un puesto de control (check point) en un puente estratégico en el Corredor de Lachin, que según el artículo 6 del Acuerdo Trilateral de Paz del 9 de noviembre de 2020, debía quedar abierto al paso desde y hacia Armenia y Artsaj, y bajo control de las fuerzas rusas.

NO hay en esa declaración ninguna mención a puestos de control. El objetivo es dejar salir al que quiera, pero si quiere volver pedirle documento de identidad expedido por el Estado azerí. O sea, sólo podés entrar si sos ciudadano de Azerbaiyán, algo que los armenios nunca van a aceptar. Un nuevo obstáculo en un proceso de paz que Bakú, no quiere.

La amenaza de un nuevo genocidio está latente, mientras las potencias occidentales se rasgan las vestiduras por lo que ocurre en Ucrania, con envío de armamento pesado, tecnología militar de punta y toda la apoyatura logística.

Pero no hizo lo mismo cuando los misiles azeríes caían sobre Stepanakert, o las fuerzas de Azerbaiyán tiraban fósforo blanco -dicho sea de paso, provisto por Ucrania- sobre los bosques que circundan a Shushí, o lanzaban bombas racimo ilegales y prohibidas por las convenciones internacionales, sobre la población civil armenia en Artsaj.

El mismo doble discurso que los nuestros bisabuelos vieron en épocas del Sultán Hamid, y que debieron soportar nuestros abuelos mientras escapaban del genocidio a comienzos del siglo XX y que nosotros vivimos a través de los medios de comunicación y las redes sociales y nos irrita saber que para Occidente es más importante un metro cúbico de gas o un barril de petróleo de Bakú que la vida de decenas de miles de armenios.

Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar

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