Lo que cuenta es el resultado, no las intenciones

03 de abril de 2021

En vísperas de un nuevo 24 de abril y de las manifiestas intenciones de la administración Biden de reconocer el Genocidio haciendo uso del término jurídico, han comenzado una vez más los debates acerca de los motivos por los cuales el presidente de los EE.UU. se inclinaría por tomar esa decisión.

Hemos tratado este tema en más de una oportunidad y dadas las circunstancias, creemos oportuno volver sobre el asunto. Εn los considerandos de las resoluciones de los diversos Estados o Parlamentos que hasta el día de hoy han reconocido el Genocidio –entre ellos ambas cámaras legislativas de los EE.UU.-  están claramente especificados esos motivos. 

Si el reconocimiento del Genocidio Armenio ha sido en defensa de la verdad histórica y del carácter imprescriptible de los crímenes de lesa humanidad, bien hecho. Si además, ha tenido motivos de política interna o externa de la más variada índole, cuestión de ellos. Pero eso no le resta valor alguno al reconocimiento.

¿Acaso debemos exigirles certificado de “buena conducta” a los que tomen decisiones favorables al reconocimiento de nuestros derechos?

El Estado turco mueve cielo y tierra desde hace un siglo para impedir cada uno de esos reconocimientos hasta en el último rincón del planeta. Más aún, cada vez que se trata de la primera potencia de Occidente, utiliza todos los recursos a su disposición para disuadir a Washington de tomar esa decisión. Eso sí, esta vez cuenta con más cartas en la mano. Una de ellas, es el evidente acercamiento oficial del régimen Pashinyan hacia Turquía y Azerbaiyán. 

No es extraño que tanto el primer ministro todavía en funciones como también diversos representantes de su corriente política –entre ellos Armen Grigoryan, secretario del Consejo de Seguridad Nacional‒ hayan declarado públicamente y sin rodeos, la necesidad de hacer “correcciones” en la postura de Armenia con relación a sus vecinos históricamente genocidas.

El “colorín colorado, el cuento de la guerra ha acabado” es lo que el actual gobierno de Armenia pretende conseguir, en plena campaña electoral de cara a las próximas elecciones parlamentarias. 

Un tejido social desmembrado, una población descontenta por la crisis económica y decepcionada por la guerra, una oposición política que no encuentra su rumbo y un ejército desmoralizado, son los factores en los que se apoya Pashinyan para seguir aferrado al poder. Para ello, todo recurso es válido. Incluso el falso discurso de que la apertura de las fronteras será la solución mágica a todos los problemas. Bien ha dicho Bismarck: nunca se miente más que después de ir de caza, durante la guerra y antes de las elecciones… 

Sea como fuere, al presidente Biden poco le importará la situación en Armenia y mucho menos las pretensiones de Erdogan, con el cual ni siquiera ha mantenido una conversación telefónica desde que asumiera el puesto el pasado 20 de enero. 

A la hora de tomar la decisión de utilizar –o no‒ la palabra Genocidio, lo que prevalecerá en la Casa Blanca serán los intereses estratégicos y geopolíticos de Washington. Y si en esta ocasión dichos intereses coinciden con los intereses nacionales armenios, bienvenida sea. 

Otro tanto ocurre con la actitud de Rusia y la cuestión de Artsaj durante y después de la guerra. 

Los furibundos antirrusos -hoy en el poder- en Armenia, consideran a Moscú el chivo expiatorio de la derrota en el reciente conflicto. Según ellos, la política gubernamental rusa es la responsable de todas las desgracias armenias. Es más, el acercamiento oficial hacia el eje Ankara-Bakú pone en tela de juicio la necesidad de la base militar rusa en territorio de Armenia y la presencia de las tropas de paz en Artsaj y en zonas fronterizas.

Para los no menos furibundos pro rusos dispuestos a que Artsaj sea un protectorado de Rusia al estilo de Abjasia o de Osetia del Sur, la intervención de Moscú a último momento logró salvar Stepanakert, reafirmando la actitud defensora que tradicionalmente ha demostrado hacia los armenios.

El ejemplo se repite: al presidente Putin poco le importa lo que piensen los armenios anti o pro rusos. Lo importante para él son los intereses estratégicos de Rusia tanto en la región como a nivel internacional. ¿Por qué habría de ser de otro modo?

Si Rusia mantiene una base militar en Gyumrí, si tiene tropas en Artsaj y en las fronteras de Armenia, es porque sus intereses estratégicos así lo requieren. No hay duda alguna de que el presidente Putin es uno de los líderes políticos más destacados del mundo actual y que cada jugada que hace en el tablero regional e internacional está pensada y calculada para retribuir beneficios a su nación.

El resultado de la entrada de las tropas de paz rusas fue la salvación de lo que hoy aún se conserva de armenio en Artsaj. El plan turco-azerí –con la connivencia dolosa o negligente del gobierno de Pashinyan‒ era ocupar todo el territorio y borrar definitivamente la presencia armenia en el lugar. Y Rusia desbarató ese plan. El hecho de que haya actuado en defensa de sus propios intereses en la región no quita que haya sido una intervención de vital importancia para el pueblo armenio. 

La fama que tienen los armenios como campeones internacionales de ajedrez, lamentablemente, no se corresponde con la reputación de la dirigencia política en términos de estrategia. Claro que en el tablero regional e internacional, dos -o más- jugadores pueden ser ganadores de una misma partida. 

Lo fundamental para cada competidor es defender sus intereses nacionales, intentando que coincidan con los de sus aliados estratégicos para relacionarse con ellos como tal. 

En el tablero político internacional lo que cuenta en definitiva, es siempre el resultado de la partida y no el motivo de la jugada. 

Ricardo Yerganian
Exdirector del Diario Armenia

Compartir: