Los armenios, solos, a merced de otro genocidio

13 de noviembre de 2020

Armenia vuelve a ser martirizada, y el mundo vuelve a mirar para otro lado, como hace 105 años en el primer genocidio del siglo XX, cuando los turcos otomanos exterminaron a un millón y medio de armenios.

Después de un mes y medio de guerra entre Armenia y Azerbaiyán por el enclave de Artsaj, los medios de comunicación informan del acuerdo de paz como si fuera una buena noticia. Pero en realidad es la condena al pueblo armenio a quedar expuesto a un nuevo plan de exterminio.

¿Por qué? Porque el acuerdo propiciado por Rusia entrega a Azerbaiyán gran parte del enclave de Artsaj, habitado desde hace miles de años por armenios. Y sobre todo entrega a Azerbaiyán la ciudad de Shushí, estratégica porque es la parte más alta de una región ya de por sí montañosa (Nagorno Karabaj significa el Alto Karabaj, Artsaj para los armenios).

Shushí, ahora en manos azerbaiyanas, está a sólo 10 kilómetros de Stepanakert, pero 700 metros más alta. Shushí a 1.500 metros sobre el nivel del mar, Stepanakert (capital de Artsaj) a 800 metros de altura. Desde Shushí se ve, allá abajo, Stepanakert y el resto del enclave, que supuestamente seguirá siendo habitado por armenios.

¿Cuánto tiempo pasará antes de que Azerbaiyán desate una nueva guerra? Si lo hizo el pasado 27 de setiembre sin esta ventaja estratégica que tiene hoy. Lo único que impedirá eso será la presencia de las tropas “de paz” rusas. Uso las comillas porque sabemos del eufemismo que conlleva siempre esta definición.

En cualquier caso, la vida para los armenios de Stepanakert y de lo que les quede de Artsaj será un martirio, teniendo ahí encima a los azerbaiyanos respirándoles en la nuca. Pero no es la única tragedia que conlleva la firma del acuerdo de paz. El otro punto grave es la promesa de un corredor que unirá Azerbaiyán con su territorio de Najichevan, que está al lado de Turquía y separado del resto del país por Armenia. Este corredor cumplirá dos funciones. Por un lado, será la concreción del anhelo de una continuidad territorial entre Azerbaiyán y Turquía, aliados históricos, sobre todo en el afán exterminador de armenios. Por otro lado, borrará o al menos dificultará mucho el tránsito en la pequeña frontera que Armenia tenía con Irán, el único país que le proveía de gas, energía, alimentos y otros productos esenciales. Ahora, Armenia estará más aislada que nunca, rodeada de enemigos declarados: Turquía al oeste, Georgia al Norte, y Azerbaiyán al Este y ahora también al sur por causa de este corredor.

Esta situación geopolítica sería difícil para cualquier país del mundo, pero cobra dimensiones dramáticas en este caso porque tanto Azerbaiyán como Turquía han repetido oficialmente en varias oportunidades su intención de terminar con la tarea exterminadora que encararon sus ancestros hace 105 años, con el Genocidio Armenio.

Indiferencia e hipocresía

En aquella oportunidad, el mundo sabía lo que estaba pasando y miró para otro lado, mientras el Imperio Otomano primero (desde 1915 hasta 1918) y luego la República de Turquía de Kemal Ataturk (desde 1918 hasta 1923) llevó adelante el plan sistemático de exterminio de armenios.

Ahora, 105 años después, otra vez el mundo mira para otro lado. Azerbaiyán inició esta guerra de agresión el pasado 27 de setiembre. Nadie dijo nada. En este mes y medio cometió infinidad de crímenes de guerra denunciados por Amnesty Internacional y Human Rights Watch. Nadie dijo nada. Armenia estuvo sola. Se potenció la agresión. Azerbaiyán contó con toda la ayuda y logística de Turquía, el segundo ejército de la OTAN. Nadie dijo nada. Contó con toda la ayuda del Estado de Israel, que le proveyó los drones de quinta generación que marcaron la diferencia en esta guerra destruyendo los sistemas antiaéreos armenios. Nadie dijo nada. Llegaron al teatro de operaciones miles de mercenarios terroristas de Siria, mano de obra desocupada del Estado Islámico. Nadie dijo nada. Estados Unidos también trasladó tropas y equipamiento desde Afganistán hasta Azerbaiyán. Nadie dijo nada. No era Armenia contra Azerbaiyán. Era Armenia contra todos los mencionados.

¿Y Rusia? Bien, gracias. Hace 15 días, Armenia le pidió ayuda desesperada a Rusia, invocando la obligación de asistencia de acuerdo a la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajtan, Kirguistan y Tayikistan). Rusia desairó a Armenia, le dijo que no se metería, que dejaría que todas las fuerzas conjuntan masacraran a los armenios. Pero Vladimir Putin no se quedó quieto, empezó a congregar gran cantidad de tropas y armamento en su frontera sur, al pie del Cáucaso.

Rusia veía cómo su “patio trasero” podía desestabilizarse demasiado y, además, aprovechó para pasarle una factura al gobierno armenio de Nikol Pashinyan, que en los últimos meses coqueteó con la OTAN, con Estados Unidos, y abrió una embajada en Israel. Eso no lo podía permitir Rusia. Y se agazapó.

Hasta que el lunes, tuvo su oportunidad Putin. Azerbaiyán derribó por error un helicóptero ruso MI24, un helicóptero de ataque.Inmediatamente el presidente de Azerbaiyán, Aliev, llamó a Putin para pedirle disculpas y ofrecer todas las indemnizaciones posibles. Ni lerdo ni perezoso, Putin le aceptó las disculpas, pero lo obligó a sentarse a la mesa con Armenia para firmar la paz. Unos días más y Azerbaiyán hubiera tomado Stepanakert y todo Artsaj, sin dudas, por la ventaja ya explicada sobre la altitud. Pero tampoco era bueno para Rusia un triunfo completo de Azerbaiyán y Turquía. En cambio de esta manera divide, ocupa con sus tropas de paz y se asegura para la estatal rusa Gazprom, la eventual construcción de un futuro gasoducto por el corredor del sur de Armenia, que lleve gas desde el Mar Caspio hasta el Mediterráneo.

¿Y Argentina?

Argentina, al compás del resto de la comunidad internacional, guardó un silencio estruendoso. Miró para otro lado. ¿Y esto qué tiene de malo si la guerra entre Armenia y Azerbaiyán nos es ajena y lejana?, podrá decir usted.

Insistimos en la idea de que existe un plan sistemático de exterminio, que nunca terminó, desde el mismo hecho de que Turquía y Azerbaiyán siguen hasta hoy negando el Genocidio Armenio. Esto es fundamental. Y la situación en que queda el pueblo armenio lo deja expuesto a este plan.
Por eso, cualquiera que entienda el concepto de crimen de lesa humanidad, debe entender que es un crimen contra toda la humanidad, y ninguno es ajeno o lejano.

Como dice Miguel Julio Rodríguez Villafañe, el gobierno argentino está obligado a pronunciarse, porque los tratados internacionales tienen jerarquía constitucional desde la reforma de 1994. Y la Convención de la ONU contra el genocidio obliga a pronunciarse contra cualquier instigación a la comisión de un genocidio, que es exactamente lo que está sucediendo.

Después, será tarde para que el canciller o el presidente de Argentina, o de cualquier otro país, vayan a los foros internacionales, y aboguen por un mundo multipolar y el respeto de la legalidad internacional. Una frase atribuida a Albert Einstein reza: “El mundo es un lugar peligroso. No por causa de los que hacen el mal, sino por aquellos que no hacen nada por evitarlo”. Sepan que el silencio y la indiferencia siempre es cómplice del genocidio.

Sucedió hace 105 años con el Genocidio Armenios. Sucedió luego en la Segunda Guerra Mundial con la Shoá, cuando los aliados no hicieron nada para evitarla. Hubo una guerra contra el expansionismo alemán, pero nunca contra el nazismo. Ni siquiera fueron capaces de bombardear las vías de tren para que no se pudiera seguir con la deportación de miles y miles de judíos de toda Europa hacia los campos de exterminio de Alemania y Polonia. Y puede suceder ahora, porque repito este concepto: están dejando indefensos a millones de armenios, a merced de un nuevo genocidio.

Pero además, así nos les importara en lo más mínimo los armenios, se arrepentirán cuando no puedan detener el monstruo que están dejando que crezca, cuando Erdogán lleve a su Estado totalitario turco a sus siguientes objetivos: Chipre, Siria, Grecia, entre otros.

¿O es más importante que la Turkish Airlines siga volando a Buenos Aires y que siga dejando sus millones en publicidad en la camiseta de River? ¿O los negocios que algunos puedan entrever en Azerbaiyán, que nada sobre un mar de petróleo y gas? Lo puedo entender desde la perspectiva cínica de la real politik, del pragmatismo y de la máxima que dirige algunas vidas: hay que acomodar el cuerpo. Pero nadie que tenga humanidad y que realmente crea en la defensa de los Derechos Humanos y la justicia entre los pueblos, puede seguir mirando para otro lado.

A veces, cuando uno se pierde entre tanta sobreinformación, es bueno pensar en los referentes que cada uno tiene. Y pensar qué haría ese o esa referente ante una situación así.

Mariano Saravia
Magister en Relaciones Internacionales

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