Autoevaluación de los estudios publicados por Hetq

Los “Repatriados”: decepción, sacrificio y, luego, triste olvido

27 de julio de 2017

repatriados-1Ereván (Hetq).- En los últimos meses la agencia de noticias Hetq publicó una serie de artículos que describía el destino de entre 90.000 y 100.000 repatriados que se trasladaron a la República Socialista Soviética de Armenia desde otros países de Europa, Medio Oriente y Estados Unidos entre 1946 y 1960. Varios de los autores de estas notas describen como los repatriados, o “ ” como eran llamados por los locales, llegaron y modificaron la vida de la República Socialista Soviética de Armenia.

Como ya se expresó, desde el día de su arribo, estas personas de origen armenio que volvían a su madre patria se encontraron cara a cara con la verdadera naturaleza del sistema soviético. “Era crudo autoritario  y totalmente indiferente hacia la dignidad y el destino del individuo”, explica uno de los autores. “El sistema estaba lleno de violencia, temor y barreras” (Aghasi Tadevosyan, “El socialismo soviético y las dificultades de integración de los repatriados”, Hetq). Es de esta forma que la mayoría de los repatriados, o eventualmente sus hijos, abandonaron el país y volvieron a la Diáspora.

repatriados-4Esta serie viene luego de varios proyectos de alto perfil en relación a los “maltratados” refugiados.  Estos incluyen la presentación multimedia de Hazel Antaramian-Hofman “Stream of light”, y a “My Genius of Humanity” (2015), una obra teatral escrita por Richard Kalinoski, el autor de Una Bestia en la Luna.

Esta última cuenta la historia de la familia Davidian, que estaba entre los pocos cientos de armenios americanos que fueron “seducidos por el régimen estalinista de la Unión Soviética para reasentarse en su patria”. En este caso, en lugar del paraíso prometido la familia llegó a un lugar agobiado por la pobreza y dominado por una burocracia comunista sumergida en la paranoia. Allí la comida era terrible, las filas para el pan eran largas y las falta de privacidad era penetrante y humillante.

El punto es que hemos escuchado este discurso varias veces: ingenuos armenios de la diáspora, criados en un ambiente de prosperidad y libertad en occidente (o en los países con influencia occidental de Medio Oriente) que hacen su camino hacia la utopía socialista, solo para encontrarse con una amarga decepción. De esta forma, desilusionados por su idealismo, intentan desesperadamente librarse de la trampa y finalmente vuelven luego de mucho trabajo a occidente, con un nuevo aprecio por la democracia y el libre mercado.

La inconsecuente matanza de decenas de millones

repatriados-3Hasta ahora, en la extensa serie de notas presentada por Hetq no se menciona el hecho de que en el momento en que se da la inmigración, el país intentaba desesperadamente salir de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Nos enfocaremos en la condición de Armenia para finales de 1940.

La invasión masiva de Hitler a la Unión Soviética, lanzada en junio de 1941, apenas cinco o seis años antes del comienzo de la mayor ola de repatriados, fue la mayor operación militar de la historia. La invasión tuvo lugar a lo largo de un frente de 2900 kilómetros, desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro. Las fuerzas invasoras estaban comprendidas por 134 divisiones de la maquinaria militar nazi, la Wehrmacht, sumadas a más de 73 divisiones adicionales desplegadas detrás del frente y 650.000 soldados aliados alemanes. (En comparación, por ejemplo, Estados Unidos y Reino Unido enfrentaron juntos dos divisiones alemanas en sus combates más duros en Sicilia).

repatriados-6La Wehrmacht desplegó unos 600.000 vehículos motorizados y más de 4.000 aviones en la primera etapa del ataque. En el transcurso de cuatro años las fuerzas de Hitler diezmaron 1.700 pueblos y ciudades soviéticas, 70.000 pequeños pueblos y aldeas, 31.800 fábricas, 1.900 granjas colectivas, 84.000 escuelas, 43.000 bibliotecas y 65.000 kilómetros de vías férreas. Los invasores arrasaron la agricultura y la industria, mutilaron a decenas de millones y mataron a más de 26 millones de ciudadanos soviéticos.

Solo las bajas armenias, más de un cuarto de millón, igualaron el recuento total de bajas estadounidenses en los teatros de operaciones de Europa y el Pacífico juntos (Recordemos que Estados Unidos se unió a la guerra más de cinco meses después de la invasión nazi a la URSS). Casi todas las familias de Armenia tuvieron al menos un miembro que luchó o murió en la guerra, e incluso aquellos que no combatieron vivieron en condiciones de privación incluyendo una grave escasez de alimentos y la amenaza de invasión por un enemigo -el turco- que estaba a sus puertas.

Las fuerzas de Hitler sitiaron la ciudad de Stalingrado en el camino hacia los campos petroleros de Bakú. De hecho, varios historiadores creen que es probable que si la Wehrmacht hubiera logrado tomar Stalingrado y capturar esos campos de petróleo, la República de Turquía se habría unido a las potencias del Eje. Si eso ocurría, este podría haber reanudado su ofensiva territorial contra Armenia y por segunda vez en 27 años, la supervivencia de la nación habría estado en grave riesgo.

La guerra terminó menos de dos años antes de la primera gran ola inmigratoria a la Armenia soviética. Sin embargo, los autores de esta serie de textos buscaron esquivar esta abrumadora realidad. Su referencia más sostenida a la Segunda Guerra Mundial es una nota entre paréntesis en una de las entregas. Allí según el autor, algunos de los recién llegados asimilaron las dificultades que enfrentaban en Armenia, porque “hace poco el país había estado en guerra”.

repatriados-5También leemos una referencia pasajera en otra nota a “soldados tomados prisioneros en la guerra o que habían servido en la Legión Armenia”. El término “la guerra” aparece en otra entrega como la frase “después de la Segunda Guerra Mundial”, y las dos palabras “guerra perdida” aparecen también después en notas de otros autores. Entonces, de las quince entregas de esta serie, compuestas de 21.000 palabras, menos de treinta palabras desparramadas se refieren a la devastación que acababa de ocurrir en la URSS y en la Armenia soviética.

Se podría haber pensado que comprender las consecuencias de la guerra nos ayudaría a dar sentido a las experiencias de los “repatriados”. Por ejemplo, si uno tomara en cuenta la devastación, el lector podría comprender mejor que la población local, que acaba de salir de cuatro años de infierno, podría haber sentido resentimiento por estos hombres, bien vestidos y relativamente ricos, recién arribados de la diáspora.

Seguramente la brutalidad de la guerra tenía algo que ver con la “violencia, el miedo y las barreras” que enfrentaron los recién llegados años más tarde. Estos se encontraron con una población entera que sufría de lo que los psicólogos llaman hoy trastorno de estrés postraumático. Bajo estas circunstancias ¿Sorprende que los repatriados percibieran a los lugareños como crudos, autoritarios e indiferentes? ¿Puede asombrar que un país (Rusia) que acababa de perder 26 millones de ciudadanos ante un invasor extranjero estuviera “infundido por la paranoia”?

Consideremos a modo de comparación la paranoia de Estados Unidos luego del ataque japonés a Pearl Harbor, enviando 110.000 japoneses étnicos a campos de concentración. O después de los atentados de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001: que derivó en la promulgación de la Ley Patriota, la movilización al Departamento de Seguridad Nacional, la intensificación de la práctica de la tortura y asesinatos extrajudiciales de ciudadanos estadounidenses y el aumento de prisiones secretas en todo el mundo. Todo en respuesta a un ataque que causó unas tres mil muertes.

Sin embargo, uno puede oír a los comentaristas objetar: señalar que 26 millones de ciudadanos fueron asesinados seis años antes del arribo de los repatriados es solo una excusa del totalitarismo comunista.

Pero para que conste: sí, Joseph Stalin era un tirano y un asesino en masa. (Tener en cuenta que el primero de sus millones de víctimas fue un comunista: entre otras cosas, Stalin mató a los compañeros más cercanos de Lenin, diezmó el partido y destruyó la Revolución de Octubre).

Pero recordemos también que Estados Unidos, representado en la serie como la antítesis del “totalitarismo” soviético, han tenido también su parte de tiranos y asesinos, desde antes de Andrew Jackson hasta nuestros días. Los hermanos Dulles, John Foster y Allen, por ejemplo, causaron la muerte de tantos civiles desarmados como Stalin, y en menos tiempo. John Foster y Allen Dulles, como secretario de Estado de los Estados Unidos (1953-1959) y jefe de la CIA (1953-1961) respectivamente, presidieron golpes violentos y asesinatos masivos, desde Irán hasta Guatemala, pasando por Congo, Cuba y más allá, preparando el escenario para millones de muertes en los años subsiguientes.

Pero los estadounidenses no dejan que su historia de genocidios, esclavitud y guerras de agresión interponga el camino de sus celebraciones patrióticas. Cuando se trata de la Unión Soviética, por el contrario, se supone que tenemos que tomar literalmente el comentario sarcástico de Fidel Castro: “la Unión Soviética es el único país de la historia que no tenía Enemigos, sólo víctimas”.

Enemigos del idealismo

logo NEDEsta serie sobre los “repatriados”, según se informa, fue financiada por la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés). Esta se describe como una “organización privada y sin fines de lucro, dedicada al crecimiento y fortalecimiento de las instituciones democráticas alrededor del mundo”. De hecho, esta “fundación privada” es financiada con una asignación anual por el Congreso de Estados Unidos, a través de la Agencia de Información del mismo país. Aquí tenemos otro ejemplo de ONG financiadas por occidente que son, de hecho, proyecciones contundentes del poder estatal extranjero.

La fundación no es una organización dedicada a la investigación. En el curso de sus treinta y cuatro años de existencia abrazó a toda clase de tiranos de derecha, incluidos los perpetradores de las guerras sucias en América Latina, partidarios del Apartheid en Sudáfrica y los regímenes asesinos en Centroamérica. A lo largo de toda la serie la ironía está ahí para que todos la vean: nuestros  autores financiados por la NED cometen el mismo pecado que denuncian cuando se trata del totalitarismo soviético, malinterpretan grotescamente la realidad, con mentiras y falsificaciones (Hetq, 23 de mayo), con el objetivo de servir a la agencia de un brutal estado.

Cuando se nos niega una comprensión precisa y equilibrada del contexto histórico de la inmigración de posguerra a Armenia, nos quedamos con poco más que clichés de la Guerra Fría sobre los males del bolchevismo y “la tontería” de perseguir cualquier objetivo más elevado que el enriquecimiento personal y el consumo de mercancías. La triste historia de los “repatriados”, arrancada de su escenario histórico, se convierte en otra narración sesgada que quita el idealismo de nuestros jóvenes compatriotas y denigra los honorables sacrificios de sus abuelos y bisabuelos, tanto “repatriados” como ciudadanos nativos.

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