Artsaj y Armenia bajo fuego

Los tentáculos de Erdogan mueven al títere Aliyev

04 de octubre de 2020

Turquía encendió la mecha de nuevos choques armados en el Cáucaso sur, los más violentos desde el cese el fuego de mayo de 1994. En su juego político, Erdoğan arrastró a esa región a un conflicto de impredecibles consecuencias.

Por primera vez en cien años militares armenios deben repeler importantes ataques de las Fuerzas Armadas de Turquía en el territorio nacional.

Por primera vez desde el comienzo de la Guerra Fría en los lejanos años 40 del siglo pasado, fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) intervienen directamente en un conflicto en alguna de las exrepúblicas soviéticas o el área de influencia y hegemonía de la Federación Rusa.

Por primera vez en cien años la amenaza de un nuevo genocidio contra el pueblo armenio está expuesta de manera tan clara y sin disimulos.

Los ejercicios militares desarrollados a principios de agosto por los ejércitos de Turquía y Azerbaiyán fueron el prólogo que permitía preanunciar una escalada bélica de proporciones en la República de Artsaj y una velada advertencia para Armenia.

Ahora se sabe que después de aquellas jornadas de supuesta capacitación y entrenamiento militar gran cantidad del armamento turco quedó en Azerbaiyán, en especial una flota de cazas F-16 de última generación en la base aérea de Ganja.

Son los mismos aviones de combate que atacaron los poblados de Vardenis, Medz Mazrig y Sotk en la República de Armenia, al sur del lago Seván, y en Hadrut y Martakert cercanas a la zona de contacto en Artsaj.

En su retórica inflamable, Turquía a través de la primera línea gubernamental, calificó a Armenia como “la mayor amenaza a la paz y la seguridad en la región”. Cualquiera que haya seguido el conflicto en estos años sabe que la posición de Ereván siempre fue defensiva y no expansionista.

El calificativo de amenaza más bien le cabe como anillo al dedo a Azerbaiyán, que en los últimos cuatro años intentó tres veces reiniciar la guerra, bajo el pretexto de que las negociaciones de paz están estancadas y no hay avances significativos. Fue en abril de 2016, en julio de este año y ahora.

En rigor, la propia posición extrema de Bakú, que exige a Armenia abandonar los territorios recuperados en la guerra de 1991-94 como única condición para sellar la paz, hacen imposible destrabar la situación.

El “Octopus” otomano

El involucramiento directo de Turquía en el nuevo conflicto armado en Artsaj, que se disparó el domingo 27 de septiembre, ya está fuera de dudas, lo mismo que el envío de mercenarios y terroristas sirios y libios –trascendió que hay unos 4000, entre ellos militantes del temible ISIS- pagados por Ankara a razón de 2000 dólares mensuales.

La movida del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan tiene un doble propósito. En primer lugar, empujar a su aliado Azerbaiyán a intentar “recuperar” Artsaj de manos armenias por la vía militar, y en esa lógica dar un paso más en la evidente estrategia de expansión de su influencia desde el Mediterráneo oriental hasta el Mar Caspio.

En los últimos tres años los tentáculos de Turquía como parte de una política de restauración Neo-Otomana llegaron a Libia, abrieron un nuevo frente de conflicto con Grecia y Chipre por la explotación de recursos hidrocarburíferos offshore en aguas del Mar Mediterráneo, se instalaron en Siria ocupando una parte de su territorio, pusieron pie en Irak para combatir a los kurdos, y ahora buscan fortalecer a Azerbaiyán sacudiendo el tablero en Artsaj.

A partir del concepto de “dos países, una nación”, Turquía apoya a Azerbaiyán en forma incondicional y pretende ganar posiciones en la consideración de Bakú como principal proveedor de equipamiento militar, una industria en la que Ankara quiere jugar un papel más relevante a nivel internacional.

En ese movimiento el principal perjudicado sería Israel, hoy el mayor vendedor de armamento a Azerbaiyán y con quien Turquía disputa la hegemonía regional, aunque son aliados en contra del régimen chiíta de Irán.

Este juego complejo tiene otros dos destinatarios muy claros. Por un lado, Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, y por el otro Hassan Rouhani, presidente de la República Islámica de Irán.

Pese a lo que aseguran algunos analistas internacionales, ésta no es una guerra por petróleo, tampoco es una guerra religiosa, aunque ciertamente estos dos factores sobrevuelan el conflicto.

Ésta es una lucha por un territorio de 12.000 kilómetros cuadrados, una rémora del colonialismo al estilo soviético, que quitó a Armenia los territorios de Artsaj y Najicheván en 1921 para balancear el poder interno de la exURSS.

Pero para los armenios es ni más ni menos que una lucha por la supervivencia. El anhelo de “borrar del mapa” a los armenios sigue en el inconsciente colectivo de Turquía, por lo que está latente la amenaza de un nuevo genocidio.

En el plan expansionista de Erdoğan, Armenia vuelve a ser una piedra en el zapato como hace más de 100 años. Y en la lógica brutal del presidente turco “lo que no podés dominar, tenés que destruirlo”. En eso también hace honor a sus ancestros otomanos.

El juego regional

En este complejo ajedrez internacional se advierten también algunos cambios en los últimos tiempos. Es notorio el segundo plano en que se mantiene Estados Unidos en el conflicto y en paralelo, el protagonismo que está ganando Emmanuel Macron, el presidente de Francia.

Los dos países junto con Rusia lideran como co-presidentes el Grupo de Minsk de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea (OSCE), que impulsa desde 1997 el proceso de paz para alcanzar una solución definitiva al conflicto de Artsaj.

El relativo silencio de Rusia en los primeros días del conflicto pareció más bien un movimiento táctico, con el fin de esperar la mejor oportunidad para intervenir. Al cierre de esta edición un nuevo contacto telefónico entre el presidente Putin y el primer ministro Nikol Pashinyan buscaba detener la escalada bélica y pasar al terreno diplomático. Es una opción que Armenia no aceptará mientras sigan volando los misiles azeríes hacia Artsaj.

También hubo llamamientos de Macron y del gobierno iraní en el mismo sentido, y un pedido de congresistas de Estados Unidos para que ese país no venda armas a Azerbaiyán. Además, el secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, viajará a Ankara para entrevistarse el lunes 5 de octubre con el canciller turco Mevlüt Çavuşoğlu.

En el caso de Estados Unidos es probable que la inminencia de las decisivas elecciones del 3 de noviembre haya llevado a un relativo desinterés del gobierno en el conflicto del Cáucaso. Sin embargo, hay otra mirada posible.

Thomas de Waal, periodista inglés y senior fellow de Carnegie Europe, especializado en Europa del Este y la región del Cáucaso, aseguró que “el vacío de poder en Estados Unidos pone en riesgo una escalada de la violencia entre Armenia y Azerbaiyán”.

Recuerda que EE.UU fue el último de los principales actores internacionales en condenar el reinicio del conflicto regional y atribuye eso a un cierto “desinterés” en la región. “Sería un signo de que el presidente Donald Trump –sponsor de la nunca finalizada Trump Tower en Bakú- ve a Armenia y Azerbaiyán únicamente a través de una perspectiva de negocios”, señaló.

El factor iraní

Mientras tanto el gobierno de Irán observa con preocupación los choques en su frontera norte. La presencia de mercenarios y terroristas reclutados por Turquía “desestabiliza” la región según la óptica de Teherán. Y la creciente influencia de Turquía en Siria e Irak encendió las alarmas del régimen de los ayatollah.

Hay una razón religiosa y a la vez política que explica este temor. Para el gobierno chiíta iraní el conflicto de Artsaj es una cuestión de seguridad nacional. Bajo ningún concepto quiere nuevos combates cerca de su frontera. Irán es el único país que limita con Armenia, Artsaj y Azerbaiyán y eso lo pone en una situación de relativa vulnerabilidad.

Por otro lado, la presencia de extremistas sunnitas (como los turcos) cerca de su frontera y la prédica de algunos líderes en las provincias del norte de Irán (Azerbaiyán Occidental, Azerbaiyán Oriental y Ardabil), en especial en las oraciones de los viernes, con proclamas anti-armenias e instando al gobierno a tomar partido por Azerbaiyán, generan una situación compleja.

De hecho, el propio gobierno de Teherán promueve una solución pacífica al conflicto o como mínimo el mantenimiento del statu quo. Es que en el plan panturquista de Ankara no faltan las voces que llaman a integrar a Azerbaiyán la parte norte de Irán.

“Con el apoyo de Turquía, Azerbaiyán está constantemente tratando de hacer avanzar la idea de una nación, dos estados, presentando las provincias del norte de Irán como ‘Azerbaiyán del Sur’ y hablando de la necesidad de unirlas con la República de Azerbaiyán”, señaló la analista Anna Gevorgyan en EVN Report. Una definición que presagia una nueva escalada del conflicto.

Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar

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