90º aniversario del colegio Jrimian

Misceláneas del siglo XX

18 de agosto de 2020
Colegio Jrimian, Secundario Canbazyan, Cuarto año de Bachillerato, 1975.

Marzo de 1967. Empiezo segundo grado de Primaria en Jrimian después de tres años en el Arzruní. Pocos días después un hombre mayor de pelo blanco visita nuestra escuela. El alumnado formado en el patio lo escucha con atención. No nos cuenta de cómo luchó junto a Antranik en 1918 en Erzurum, liderando un grupo de 600 voluntarios armenios. Ni de su participación, bajo las órdenes de Tro, en la decisiva batalla de Pash Abarán. Ni siquiera sobre cómo ejecutó, en 1921 en Constantinopla, a Djivanshir, el organizador y ejecutor de la masacre de miles de armenios en Bakú.

Nos habla entusiasmado sobre su tierra natal y nuestra causa nacional. Frente a él, en el otro extremo del mundo, nosotros, los nietos de los sobrevivientes del genocidio de 1915 y 1922. Lo acompaña el Barón Hovannés Devedjian, nuestro Dnorén, otro de los protagonistas de los históricos sucesos de 1918. Con su mirada fija en los alumnos, lo escucha atentamente. Al final, es él quien nos cuenta sobre las hazañas de nuestro visitante: es el héroe nacional Misak Torlakian, uno de los “Némesis”.

Dos años antes, una escena similar, en el mismo lugar, en presencia del último Primer Ministro de la Armenia independiente, Simón Vratsian. Los artífices de la independencia de Armenia, en carne y hueso, en el patio de nuestro colegio…

El comedor/salón de actos es una larga sala rectangular donde reina el escudo de la República independiente de Armenia. Ese emblema que todos llevamos en el pecho, cosido en nuestros guardapolvos y uniformes. Todavía no está redondeado y modernizado como el actual. Es bien salvaje. Tanto que Vratsian lo describe en sus memorias como un “perfecto conjunto de fieras”. En sus paredes cuelgan también unos cuadros impresionistas del lago Seván bañado por la luz de la luna con el Sevanavank en primer plano. También reina el olor a guiso de papas. Ese olor tan característico del comedor…

Las grandes ollas con sus cucharones salen humeantes de la cocina de manos de “Mortimer”. Alto, corpulento y siempre sonriente, deja entrever algunos dientes de oro, al igual que las mujeres que trabajan en las labores de cocina. Es la sopa nuestra de cada día. Centenares de alumnos murmuran el rezo habitual esperando ansiosos el momento de atrapar un pedazo de pan. Luego llega el plato principal. Las docentes de armenio son las encargadas de repartir la comida. El postre es a veces una manzana, una banana o una mandarina. En este último caso el intenso y penetrante aroma a mandarina inunda los grados en el turno tarde. ¡Abran las ventanas! gritan despavoridas las maestras…

Los micros escolares son la prolongación de la escuela. Se prolongan hasta los más alejados suburbios del gran Buenos Aires y barrios de la capital. Si uno tiene el “privilegio” de ser de los primeros, sube al micro temprano por la mañana cuando todavía es de noche. Y vuelve a casa por la tarde al oscurecer… recorridos interminables. No tenemos acompañantes que nos cuidan ni usamos cinturones de seguridad. Son –en su mayoría- colectivos transformados en micros escolares.

El chofer es el encargado de todo. De velar por la seguridad de los alumnos, de conducir con precaución, de soportar el griterío y el alboroto (hasta pegar el grito para que se haga silencio), de llegar a tiempo al colegio y a las casas de regreso, en medio de cánticos alusivos (apure el motor que en esta cafetera…) La mayoría de los alumnos duerme durante el trayecto, otros sacan sus cuadernos y repasan o estudian la lección. Hay tiempo de sobra. El fuerte y característico olor al cruzar el puente del riachuelo nos avisa que ya estamos llegando…

El izado y arriado de las banderas tiene su protocolo diario. En la primaria, la nota la da la diguín Karamanian. No llega al metro y medio pero tiene una voz potente y aguda. Saca religiosamente los dos palillos de madera del bolsillo de su guardapolvo blanco y al son de “Dzaghguir azad im hairenik…” se izan las banderas con el toc-toc de los palillos marcando el ritmo al canto del alumnado.

En la secundaria, ya contamos con tecnología de punta. Cada mañana –bien temprano, a las 07.40- se baja de la dirección el wincofon para que suene el vinilio de “Aurora”. Altas en el cielo, suben las banderas. Por la tarde las arriamos con “Harach Nahadag”, desafinando y sin LP…

La disciplina en el colegio es un tema importante. En primero de secundaria les tenemos terror a los alumnos de quinto. Hay casos de bullying pero nadie lo llama así. En caso de indisciplina –individual o colectiva- las amonestaciones son moneda corriente y no hay que llegar a las 25. Si tiene que venir alguno de los padres al día siguiente, viene para preguntar qué ha hecho su hijo y no para ver qué le han hecho a su hijo… La palabra de los directivos y los docentes no se pone en tela de juicio. Hay suspensión y hasta expulsión por problemas de conducta. Esta última aparece también por escrito en los boletines junto a las notas.

Primer año de la secundaria, 1972. Nuestro profesor de lengua es el señor Nanclares. Un hombre de frente amplia, melena corta y echada hacia atrás, mirada severa y voz de barítono. Examen parcial… “Saquen una hoja y escriban: Pretérito pluscuamperfecto del verbo errar, en tercera persona del singular”, “imperfecto del subjuntivo del verbo adecuar, en primera persona del plural”… silencio absoluto en el aula. De pronto siento un “movimiento convulsivo e involuntario del diafragma que se va repitiendo a intervalos más o menos regulares, que fuerza a los pulmones a expulsar aire de manera brusca y entrecortada y va acompañado de un sonido característico”: empiezo a tener uno de esos hipos fuertes que salen de las entrañas y retumban en las paredes. Hay algunas risas, el resto se la aguanta como puede. Nanclares me mira fijo. “Vaya ahora mismo a dirección y traiga el parte de amonestaciones”. Al volver con el cuadernillo, el hipo ha desaparecido. “¿Vio lo que hace un buen susto?”…

El laboratorio de física y química está en las plantas superiores del edificio de la secundaria. Nos gustan las clases en el luminoso y amplio laboratorio. No es todavía época de computadoras sino de experimentos tradicionales. Con el profe Cassano uno nunca se aburre. Nos explica el problema desde el punto de vista de la física y concluye siempre con un “a partir de acá empieza el problema matemático”. En el laboratorio nos da también geometría y astronomía. Allí nos familiarizamos con lentes cóncavos y convexos, el teorema de Pitágoras, el cuadrado de la hipotenusa y los catetos, el teorema de Tales y las teorías de Copérnico.

Segundo año de la secundaria, 1973. Subimos al laboratorio pero esta vez para la clase de zoología con la profesora Dumanian. Se trata de aprender sobre los órganos de los animales. El pobre conejo enjaulado está vivo. Minutos más tarde bajo el efecto del formol, se transforma en conejillo de indias. Algunas de las chicas se ponen a llorar… Pero lo tragicómico sucede el día de la rana. El formol parece no dar el resultado esperado y el batracio sale dando saltos por las mesadas con sus partes colgando. Las chicas espantadas gritan… Lo peor para mí es el trabajo de disección del langostino. Hay que separarle las partes del cuerpo, pegarlas en el interior de la tapa de una caja de zapatos, cubrirla con un celofán y llevarla al colegio. Es desde ese día que no como langostinos…

La civilización greco-romana es uno de los temas del manual de historia de primer año de la secundaria. Grecia antigua y Roma son temas apasionantes para mí hasta el día de hoy. La profesora Haikazounian (mi tía) nos explica la historia llenando el pizarrón de flechas. Acontecimiento-flecha-causas-flecha-consecuencias-flecha-resultado-flecha… Nos pide como tarea encontrar palabras de origen griego como arqueología, astrología, ginecología, etc. Abro el Pequeño Larousse Ilustrado y empiezo la búsqueda. Al día siguiente levanto la mano entusiasmado y leo: “pedología (del griego “pedon”, suelo, tierra, y “logos”, estudio, tratado) es el estudio de los suelos en su ambiente natural”. No sé de que suelos habla el diccionario pero en el suelo del aula veo a mis compañeros revolcándose de la risa…

Los de bachillerato ahora tenemos también francés, además del inglés, del castellano y del armenio. Cuarto año de la secundaria, 1975. Entra Felicitas al grado toda sonrisas con su “bonjouuur”. Apenas podemos contenernos. Nos habla de lo contenta que está de empezar en nuestro colegio. En una de sus primeras clases nos cuenta acerca de una amiga turca y de lo amables que son los turcos. Sergio se levanta y le dice unas palabras en voz alta. No las recuerdo exactamente. Pero a partir de allí la de francés nunca más menciona ni a su amiga ni a los turcos…

Danzas armenias, coro, teatro, el programa escolar está saturado. Ya no hay donde agregar horas. La dirección de la secundaria no tiene más opción que poner las horas de educación física los sábados por la mañana. La antipatía que siento por el profe de gimnasia aumenta cada sábado y es mutua. Pasa lista y nos cambia los apellidos adrede. “Samule” le dice a Jorge, “Kenia” a Sergio y así con todos. Al final, la tortura de los sábados parece que crea problemas con las familias. Después de un tiempo, todo vuelve a su cauce normal. Pero el de gimnasia nos sigue cambiando los apellidos…

Por otro lado, las clases de coro con Mario Majnaric transcurren en general en un ambiente tranquilo en la nueva sala de música y de actos, con piano de cola y todo. Salvo cuando se pone rojo de nervioso y da un golpe fuerte al teclado. Es que tenemos que aprender el himno nacional del Líbano debido a la inminente visita del embajador de ese país a nuestro colegio y hay que cantar en árabe. Al final lo conseguimos: “Kul lunaaa, lil watán, lil ula lil alám…”

A las cinco de la tarde. Monasterio, el profe de literatura de tercer año, nos lee emocionado el famoso poema de Federico García Lorca. “A las cinco de la tarde” repite el poeta granadino una y otra vez en una suerte de lamento sin fin… Monasterio nos dice que es un “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” titulado “La cogida (del toro) y la muerte”… Para qué lo habrá dicho. Del llanto a la risa hay sólo un paso.

El 21 de septiembre es una revolución en el colegio. Es el día del estudiante y ese día nos está permitido asumir el rol de directivos o hacer un pequeño acto imitando a profesoras y profesores. Siempre hay alguien que imita bien a una u otro. Es un deleite ver cómo ellos también se divierten con nosotros. “Yo hablo asi?” pregunta la de inglés asombrada… Mónica, Graciela y Marga preparan un largo poema con juegos de palabras dedicado a los profesores. Es excelente. Ojalá alguien lo haya guardado.

Jrimian es nuestra segunda casa, nos dicen siempre docentes y directivos. Y cómo no serlo. Si descontamos las horas de sueño, de lunes a viernes pasamos más tiempo en el colegio que en nuestras casas… Por eso y por todo lo que nos ha dado, tanto le debemos como a nuestras propias familias.

Ricardo Yerganian
Exdirector del Diario ARMENIA

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