Mostrar la hilacha

04 de octubre de 2020

En el momento más crudo de las hostilidades, en el que el pueblo armenio lucha un nuevo Sardarabad. En el que recibimos mensajes de un primo o de un amigo que nos avisa que se moviliza al frente de batalla.

En ese preciso cruce de tiempo y espacio, la Embajada de Azerbaiyán colgó un cartel.

Como toda guerra moderna, ésta también se lucha en distintos frentes. En Buenos Aires, en Argentina, la Embajada de Azerbaiyán canaliza los recursos y los riega entre personas influyentes, que arman un pequeño cuenco con la palma de sus manos para recibir la parte que les toca del oro líquido del Mar Caspio. La desinformación prolifera en idioma español y de la boca de hablantes nativos. Sus manos están manchadas de negro, o de rojo, según se mire. La marca es indeleble.

Y, sin embargo, el Embajador colgó un cartel.

En 2019, los vimos entrar al Alvear Palace, en avenida Quintana. Alquilaron un traje, o se pusieron el menos gastado, y jugaron a ser merecedores de agasajos para afortunados. Entraron a ese palacio para ser mimados, para poner en valor su carrera política, académica o periodística. O simplemente su vanidad. Ellos ahora luchan a favor del exterminio del pueblo armenio.

Y, sin embargo, el Embajador colgó un cartel.

Las agencias de prensa influidas, con sede en España, que despachan cables a la Argentina, que son reproducidos acríticamente en los medios de comunicación masivos. Todas las inversiones económicas en rubros relevantes para la economía de Argentina, como el agrícola.

Y, sin embargo, el Embajador colgó un cartel.

De plástico, y ploteado en una gráfica cercana, ese cartel nos permitió ver la íntima fibra de la que está hecha el traje que viste el embajador. La urdimbre xenofóbica en que se asienta su misión en Sudamérica. Los hilos de una trama de odio colocados uno a uno durante años, sino siglos. Un tejido que normalmente disimula, que no ven los vecinos de las calles de Belgrano R.

Pero el Embajador colgó un cartel y mostró la hilacha.

Y ahí estábamos nosotros, para verlo. Los descendientes de las víctimas del genocidio contra el pueblo armenio. Los nacidos en Armenia emigrados a causa de un país imposibilitado de desarrollares a causa de una guerra que nunca termina.

Lo vimos. El cartel. La hilacha. La provocación.

Miles de nosotros, reunidos para reclamar paz y justicia, lo tuvimos a la vista y confirmamos nuestra decisión. Había que marchar, había que ir a reclamar a las embajadas de los agresores. De los que todavía no reconocieron el genocidio de 1915-1923 y que, a las claras, consideran que el período 1923-2020 fue apenas una pausa.

Había que marchar contra esa provocación para gritar fuerte y que lo oyeran con claridad: ¡queremos paz para el pueblo armenio!

Guillermo Ferraioli

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