Nuevo gobierno, ¿Mismos integrantes? ¿Mismos defectos?
Acaba de ponerse en marcha un nuevo sistema de gobierno parlamentario en Armenia.
Nuestro país, que apenas tiene algo más de un cuarto de siglo de vida y que alcanzó casi inesperadamente su independencia del régimen soviético, que tuvo que recorrer ese espacio de tiempo sobrellevando crisis económicas, la guerra de liberación de Artsaj y varios gobiernos que no brillaron por su apego al cumplimiento de sus compromisos electorales, tiene ahora la oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva con la aplicación de la reforma constitucional que la llevó a este modelo de gobierno.
Sin embargo, esa oportunidad parece estar a punto der derrochada. En primer lugar, la desafortunada decisión del partido de gobierno de designar como su candidato a primer ministro al expresidente Serge Sarkissian que puede considerarse un error estratégico, pues a los republicanos no les faltaban candidatos idóneos para acceder a ese cargo, algunos de ellos con mayor aceptación pública que el ahora electo. Luego, un sector de la oposición que deja de actuar como tal con el partido Armenia Próspera automarginándose del proceso, y finalmente la aparición de Nigol Pashinian, un legislador con escaso apoyo popular en las urnas, erigiéndose como el conductor de lo que el mismo proclamó una "revolución de terciopelo". Un supuesto líder que busca capitalizar la protesta popular, pero que no tiene una propuesta o un plan que pueda proponer como una alternativa de gobierno. Sólo reclama una renuncia del primer ministro, objetivo que él mismo sabe que es más que improbable. Además, lo hace casi en soledad política, aunque se lo ve acompañado de muchos jóvenes y entusiastas activistas. Lo curioso del caso es que sus socios de la coalición Elk no lo acompañan en las protestas.
En medio de todo este contexto se encuentra el Tashnagtsutiún, que fuera el principal impulsor de la reforma constitucional que buscó cambiar el sistema de gobierno de modo permanente y que seguramente, no previó la continuidad de Sarkissian en el poder, quedando entrampado en esta encrucijada.
La FRA dejó en claro muchas veces que su participación como socio menor del gobierno tenía como único fin trabajar en las áreas donde se consideraba más útil contribuyendo desde dentro de la administración a mejorar la situación socioeconómica de los armenios.
Cualquier militante político que se precie de tal considera la protesta pública como una herramienta válida para expresar su desacuerdo. Es un sano ejercicio de la democracia que los pueblos puedan manifestarse y buscar alcanzar sus objetivos desde el clamor popular. Lo que debe entenderse es que jamás se debe poner en peligro la integridad física de los ciudadanos o dañar el mobiliario público y que las autoridades encargadas de guardar el orden deben hacerlo sabiendo detectar las provocaciones armadas por los oportunistas de turno.
Pero duele y mucho, ver las imágenes que muestran cómo son detenidos adolescentes y jóvenes, siendo conducidos a los empujones a vehículos no identificados. Entendemos que el orden debe ser mantenido, pero no se justifica el uso de la fuerza para detener a mujeres que solo manifiestan y no representan peligro para nadie.
También debería estar preocupado por este escenario de violencia quien lidera estas manifestaciones pues en sus mensajes también trasunta enormes deseos de poder porque aunque trate de enmascarar sus verdaderas intenciones en sus mensajes de corte revolucionario, siempre aparece algún acólito que reclama para Pashinian el cargo de primer ministro.
Dos años atrás, cuando tuvo lugar la toma del edificio policial también tuvieron lugar muchas protestas públicas. Por aquellos días, julio de 2016, hubo cientos de detenidos y además un manifestante que se inmoló arrojándose nafta y falleció al prenderse fuego.
Tuve la ocasión de presenciar algunas de esas movilizaciones que al igual que hoy recorrían las calles céntricas de Ereván. También pude hablar con varios de los ciudadanos armenios que exteriorizaban su enojo hacia las autoridades. Las quejas eran muchas y casi todas de tipo económico derivadas de la falta de trabajo, los bajos sueldos y las insuficientes jubilaciones, la ausencia de seguridad social, etc.
No había por entonces un líder a la vista y era evidente que la gente se autoconvocaba a través de las redes y se unía a las protestas. Pashinian había intentado transformarse en la cabeza visible del movimiento, pero su carencia de estructura política, sumada a una llamativa exposición que exponía su fuerte ambición, pronto lo marginó del escenario. Las protestas fueron amainando poco a poco y de pronto cesaron por completo.
El contexto actual muestra algunas coincidencias: movilización juvenil, protesta popular y mucho activismo por ahora encaminado tras el mismo personaje político, Nigol Pashinian. Por supuesto, no es mi intención deslegitimar su mensaje político porque su mensaje encuentra muchísimos adherentes. Sin embargo, al establecer un enemigo visible -Serge Sarkissian-, Pashinian se lleva el apoyo de miles de personas que se unen a él en el acto de reclamar su renuncia, pero pocos de aquellos miles conocen el verdadero pensamiento político y los objetivos del diputado de Elk.
La violencia no es el medio adecuado para alcanzar un objetivo político en democracia. Insisto, es saludable la protesta porque la militancia con compromiso hace que el ciudadano se sienta partícipe de la construcción del estado. El estado por su parte debe cumplir con el compromiso establecido en la constitución nacional. La ley por encima de todas las cosas.
Pero, cuando el estado se transforma en el instrumento de unos pocos para beneficiarse económicamente o satisfacer sus apetitos políticos, es el momento de recurrir a las herramientas legales que ese mismo estado propone a través de su propia carta magna. Claro, muchos pueden argumentar, seguramente con razón, que la corrupción imperante beneficia a quienes llegan al poder con manejos espurios y artimañas políticas impidiendo al pueblo ejercer libremente su voluntad. En este caso podemos disentir porque los armenios no han logrado entender la importancia de un acto eleccionario. Las viejas costumbres de aceptar sobornos o votar a quien promete quimeras, siguen dominando los comicios fuesen estos parlamentarios o presidenciales.
Tal vez las nuevas generaciones de armenios comiencen a tomar conciencia de que su voto es el que puede torcer el rumbo de la historia del país y que al momento de emitirlo se debe optar por el postulante adecuado. Pero la sociedad armenia también padece de descreimiento y desazón y en cada nueva votación hipoteca su futuro. Sin embargo, no todos los votos que consagran ganador a uno u otro partido político son comprados a falseados. El votante debe también comprender que asume un compromiso con el resto de la sociedad al encumbrar al personaje de turno.
Serge Sarkissian dijo claramente en su discurso al Parlamento que era el líder del partido político más votado de Armenia y no mintió. Ese argumento le servirá para gobernar hasta la próxima elección, siempre y cuando la Asamblea Nacional de Armenia no decida lo contrario.
Las fuerzas políticas que integran el parlamento, sean oficialistas u opositoras, tienen la misma responsabilidad con sus electores, hacer que su accionar sea funcional a las urgencias y necesidades que el pueblo armenio padece. Sarkissian argumentó su experiencia como uno de los motivos para continuar dirigiendo los destinos de Armenia. Es de esperar que ese pretendido bagaje de conocimientos sea puesto al servicio de quienes más necesitan que el país les de un futuro de paz y trabajo y que no los empuje una vez más al destierro en busca de las oportunidades que su patria les negó.
El diálogo es una vía de acercamiento. En estos momentos es imperativo que las partes se acerquen a conversar y concertar lo más pronto posible una salida para esta crisis. Está en juego el futuro de varias generaciones de jóvenes que no ven en sus dirigentes los líderes que den la talla para regir los destinos de Armenia.
Acordar posiciones puede ser una vía para encontrar aquellas soluciones que reclama la gente. El cambio de régimen de gobierno puede ayudar a ello. La Asamblea nacional debe ser el espacio donde los representantes del pueblo diriman sus diferencias y luchen codo a codo para sacar del pantano del desánimo a una sociedad que merece un mejor futuro.
No podemos darnos el lujo de derrochar esta nueva oportunidad.
Jorge Rubén Kazandjian