Obsesión por construir un pasado a su medida

02 de abril de 2021

La armenofobia reinante en Azerbaiyán es alimentada a través del discurso incendiario del presidente Aliyev y la decisión de borrar todo vestigio de armenidad de los territorios ocupados.

Aunque no es algo novedoso, cada día es más evidente la estrategia de Azerbaiyán de delinear una geografía y moldear un statu quo que muestre la predominancia azerí por sobre la armenia en Artsaj.

Es un fenómeno que lleva décadas pero que en el último año, y más precisamente en los últimos seis meses, adoptó la forma de la limpieza étnica, a la que se adosó también un concepto que se está definiendo en círculos intelectuales como “etnocidio”.

Es un doble juego que busca eliminar físicamente a un grupo étnico, en este caso los armenios (por asesinato o exilio forzado) y a la par, borrar todo rastro de expresión histórica, tradicional, religiosa o cultural de una etnia.

Con su obsesión por renombrar las cosas, los tártaros del Cáucaso, descendientes de las tribus mongolas que partieron del Asia Central en los siglos XII y XIII, devinieron a principios del siglo XX  en azeríes (y a llamar Azerbaiyán al país), y a partir de allí la búsqueda frenética de construir una historia que, en verdad, no poseen en la región.

El presidente Ilham Aliyev, una y otra vez se refiere a territorios históricos armenios como “tierras ancestrales” de Azerbaiyán, un país que sólo emergió hacia la faz de la Tierra en mayo de 1918.

Fusiles y bulldozers

Tras la guerra iniciada por la coalición turco-azerí-terrorista en septiembre de 2020 contra Artsaj, se vieron imágenes de soldados azeríes destruyendo lápidas en cementerios armenios, disparando contra iglesias y cruces, derribando monumentos y jachkárs.

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La literal “desaparición” de la iglesia Surp Asdvadzadzín cerca de Mekhakavan (Jebrayl) por parte de las fuerzas de ocupación azeríes sorprendió por la virulencia del ataque pero al mismo tiempo contribuyó a poner al tope de la agenda, una vez más, la defensa del patrimonio y la herencia cultural y religioso de los armenios en Artsaj.

También hubo ataques documentados y vandalismo contra la Iglesia Kanach Zham de Shushí y la iglesia Surp Yeghishé de Mataghis, al noreste de Artsaj.

Además, hay que recordar la profanación del Memorial de Talish, la destrucción del campo arqueológico de Tigranakert (siglo I A.C.) y hasta la vandalización casi total del cementerio medieval armenio de Julfá en Najicheván en 2005.

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En relación a estos actos de agresión el alcalde de Shushí, Artsvik Sargsyan, señaló días pasados al portal Sputnik Armenia: “El hecho es que no comprenden el valor de la cultura, porque no tienen una cultura propia”. Más claro, echale agua.

El pasado 25 de marzo el viceministro de Relaciones Exteriores de Armenia, Artak Apitonyan, mantuvo una videollamada con Nikola Kasianides, jefe de Gabinete de la Dirección General de la Unesco, en la que abordaron la cuestión de la protección de herencia histórica y religiosa armenia en la zona de conflicto de Nagorno Karabagh (Artsaj) y la posibilidad de enviar una misión de investigación en el terreno, se informó tras el encuentro.

Pero Bakú y el propio Aliyev ponen especial énfasis en sacar carteles escritos en armenio y en cambiar los nombres, todo un simbolismo que busca mostrar que no hay vestigios de presencia armenia.

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Recientemente, por las redes sociales se vieron imágenes de la destrucción del  monumento que conmemora a las víctimas del genocidio de 1915 en Shushí. De hecho, la ciudad cambió de nombre y empezó a ser denominada Shusha.

Además, hay un intento de apropiarse de Syunik y hasta de Ereván, a los que Aliyev reivindica como propias, recordando el nombre azerí de Zankezur y llamando Erivan a la capital armenia.

Y ahora dio un paso más. En una conferencia de prensa la semana pasada, el presidente de Azerbaiyán señaló que los azeríes deberían abandonar el “Nagorno” en “Nagorno Karabaj” y llamar a la región simplemente Karabaj.

“Nagorno-Karabaj es una tierra ancestral de Azerbaiyán”, señaló en la conferencia de prensa, y amplió: “De hecho, no deberíamos unas las palabras Nagorno-Karabaj hoy en día. Karabaj, con sus partes planas y montañosas es una parte integral de Azerbaiyán. El pueblo armenio vive en una parte”, precisó el líder autocrático azerí.

Las referencias a las partes altas y bajas aluden a lo que ocurría en la época soviética, cuando los armenios vivieron predominantemente en las partes altas (el Oblast Autónomo de Nagorno Karabaj y el norte de Artsaj) y los azeríes en las partes llanas del sur, lindantes con Irán. Justamente por allí, finalmente lograron entran las tropas enemigas en octubre pasado, dirigiéndose luego al norte hasta que finalmente cayó Shushí.

En verdad, de ancestral tiene poco y nada, o al menos para nada comparable con Armenia, que ya en el siglo I antes de Cristo, durante el reinado de Dikrán Medz (Tigrán El Grande), era un Estado que llegaba desde las costas del Mar Negro, hasta el Mediterráneo y, hacia el Este, hasta el Mar Caspio.

Pero volviendo a la actualidad, es claro que la política azerí de los últimos años podría resumirse fácilmente como: “Si no tenés un pasado, entonces apropiate de uno ajeno”.

La alusión a Nagorno no es para nada ingenua. Más bien pretende contrarrestar la estrategia armenia de buscar avanzar en un acuerdo de posguerra – lo que los gobiernos de Armenia y Artsaj llaman el estatus del enclave- que contemple las fronteras del Oblast Autónomo de Nagorno Karabaj (NKAO).

Albania Caucásica

La historia de la tergiversación histórica con el fin de apropiarse del patrimonio cultural armenio en la región se remonta a la década de 1960 y nos lleva a la figura del historiador y académico Ziya Bunyatov.

Bunyatov se especializó en historia de la Albania Caucásica (Aghván, en armenio) y Azerbaiyán durante el califato árabe, con foco en historia de los siglos VII a XIX.

Es considerado el padre de la teoría que intenta mostrar que Azerbaiyán y los azeríes son los herederos de la cultura de los albanos caucásicos, un pueblo cristiano de la región, ya disuelto como grupo étnico, con similitudes con los armenios.

Asesinado en 1997 en circunstancias confusas en Bakú, en enero de 1989 Bunyatov escribió un texto panfletario con pretensiones académicas titulado “¿Por qué Sumgait?”, donde sostiene que las masacres de armenios en febrero de 1988 fueron planeadas por los mismos armenios para desacreditar a Azerbaiyán e impulsar así el movimiento nacionalista armenio.

Para el periodista y analista internacional Thomas De Waal, Bunyatov es “el principal armenófobo de Azerbaiyán”, a quien acusa además de acompañar ideas racistas de otros autores y hasta de plagiar gran parte de sus “investigaciones” sobre la Albania Caucásica.

Por su parte, el historiador ruso Victor Alexandrovich Schnirelmann asegura que Bunyatov “intentó deliberadamente limpiar las tierras de la Azerbaiyán moderna de la historia armenia”.

En un ensayo titulado “El mito albanés. La albanización del patrimonio armenio”, publicado en 2003, Schnirelmann destaca que otra forma de apropiación es “subestimar la presencia de armenios en la Transcaucasia antigua y medieval, y menospreciar su papel reimprimiendo fuentes antiguas y medievales con denominaciones y reemplazos del término ‘estado armenio’ por ‘estado albanés’ o distorsiones de los textos originales”.

Con el fin de borrar las huellas del pasado armenio en Artsaj, en una publicación de 1965 Bunyatov se refirió al historiador armenio Movsés Kagankatvatsí (siglo VII), autor del libro “Historia del país Aghvank”, como Moses Kalankatuy. Asimismo, del historiador Kirakós Gandzaketsí (siglo XIII), autor de “Historia de Armenia” y del pensador, figura literaria, teólogo y abogado Mjitár Gosh (siglos XII y XIII) dijo que son “autores de habla armenia” en la Albania de la Edad Media.

Son ejemplos de lo que Hamlet Petrosyan, Jefe de Departamento de Estudios Culturales de la Universidad Estatal de Ereván, menciona en su ensayo “Etnocidio en Artsaj: Los mecanismos de la usurpación del patrimonio cultural armenio por Azerbaiyán” (2020). 

Allí distingue cuatro modalidades: 1) Usurpación a través de la propaganda de la igualdad de las naciones y el internacionalismo; 2) atribución de la herencia cultural de los armenios de Artsaj a los albaneses caucásicos y luego a los azeríes; 3) redenominación, reutilización y transformación; 4) destrucción física.

Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar

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