Pashinian: Un lustro en el poder demoliendo nuestra identidad

21 de febrero de 2024

Cuando Nigol Pashinian llegó al poder en 2018, el año del Centenario de la Independencia de Armenia, muchos armenios sintieron que por fin alguien escuchaba sus reclamos y los encaminaría hacia ese futuro prometido por todos los gobiernos del país desde su regreso a la democracia en 1991. El pueblo estaba cansado de las promesas vacías, sofocado por la situación socioeconómica y temeroso de la siempre latente amenaza de la guerra con Azerbaiyán.

El líder de la autoproclamada “revolución de terciopelo” también hizo muchas promesas a sus seguidores y algo no habitual, también incluyó a la diáspora en sus deseos de una nación armenia digna de sus merecimientos. Pashinian habló de lo mucho que iba a corregir mediante el esfuerzo y la dedicación de su equipo de trabajo que por entonces apenas asomaba.

Sus apariciones populares fueron de alto voltaje porque se atrevió a empuñar un martillo con el cual aseguraba iba a derrotar a sus enemigos políticos o cuando en repetidas ocasiones utilizó la frase “Artsaj es Armenia y fin”, buscando y logrando aglutinar el apoyo de las masas que lo votaron encaramándolo como nuevo primer ministro de  Armenia, una y otra vez.

Una vez instalado en su “trono”, Pashinian comenzó sin prisa y sin pausa a demoler cada una de las promesas de campaña con las que había logrado el fervor popular, en especial en las nuevas generaciones de jóvenes. Había sentenciado que la lucha contra la corrupción iba a ser una de sus tareas más urgentes, sin embargo y a pesar de la campaña publicitaria que promovió la “prensa” amiga, esa premisa jamás fue cumplida. Las sospechas de negociados sobrevuelan toda su administración y apenas hace un par de días renunció su ministro de Economía imputado de serias acusaciones de favorecer a empresarios amigos en las licitaciones de su cartera.

Otra de sus banderas de campaña fue que en apenas unos años Armenia superaría los cuatro millones de habitantes a través de la repatriación de muchos compatriotas que regresarían a su patria que los esperaría con mejores condiciones sociales y económicas. Tampoco esto sucedió, la emigración jamás descendió alcanzando límites realmente preocupantes en los últimos tiempos.

Ni que hablar de la Guerra de los 44 Días, donde el rol de Pashinian y su gobierno fue realmente lamentable, responsabilizando a todos los demás de sus propios errores y horrores jamás investigados y obviamente sus responsables sancionados, con la excepción de algunos jefes militares que cayeron por su propia incapacidad y corruptela.

Desde hace más de tres años, Pashinian está convirtiendo a Armenia en un Estado miserable que suplica por la paz, pero en cambio recibe golpes y más golpes, pero al no responder a ellos, se degrada aún más.  Armenia, como Estado, ha perdido casi irreversiblemente su dignidad y este proceso continúa. Parece que todo esto lo ocasionan Nigol Pashinian y su grupo político o a través de ellos. Por supuesto que es así, pero sólo a primera vista. De hecho, decenas de sistemas con cientos de funcionarios de alto y medio rango y de base participan en el proceso liderado por el gobierno de privar al Estado de su dignidad.

Cientos de militares de alto rango del ejército, con grados de generales y de otros rangos, siguen en silencio el proceso de devaluación y descrédito de las fuerzas armadas por parte de las autoridades políticas, y honran a quienes están a cargo de ese proceso, seguramente dándose cuenta de las trágicas consecuencias de la destrucción del ejército armenio.

Y no es cierto que las fuerzas armadas estén formadas enteramente por soldados recién nombrados. La mayoría de los soldados de alto rango actuales han estado en el ejército armenio desde el primer día de su formación, han servido durante décadas y, aparte de las dificultades, también han experimentado la alegría de ser los comandantes del ejército victorioso.  Hoy, sin embargo, el liderazgo del ejército victorioso sigue tácitamente el proceso de debilitamiento consciente del ejército después de su derrota debido a un liderazgo político fallido.

Lo mismo en el ámbito de la política exterior. Al menos algunos de los embajadores armenios en ejercicio hoy estuvieron en las raíces de la diplomacia armenia, representaron al Estado victorioso en el mundo después de la primera guerra de Artsaj, pero hoy sirven a la política exterior encaminada a privar al país de su dignidad. Los demás, los más nuevos, lamentablemente son funcionales a la política impuesta por sus superiores entreguistas, y obviamente no se atreven a contradecirlos.

Una situación similar existe en el Servicio de Seguridad Nacional, la policía y otros sistemas de aplicación de la ley con características diferentes. Los sistemas estatales de Armenia, de hecho, no tienen esa dignidad característica de profesionalismo y simpatía que los obligaría a al menos mostrar signos de resistencia y desacuerdo con la política que se está llevando a cabo. En este punto hay que recordar que muchos cuadros de seguridad reciben estímulos económicos para llevar a cabo sus tareas de represión.

Centenares de funcionarios de alto rango y miles de funcionarios inferiores están en paz con la realidad en la que sirven para humillar al Estado. Armenia ha incorporado los sistemas y el conformismo a la situación actual, que también se proyectó en la sociedad a través de diversos mecanismos. Pero la peculiaridad de esta situación es que la dignidad del Estado sólo puede ser restaurada por la sociedad, despojando del poder a todos aquellos que privan al Estado de su dignidad. Realmente queda increíblemente poco tiempo para ello.

Finalmente, la Diáspora ha sido condenada a ser un mero espectador del derrumbe de su amada patria. Han sido cortados todos los puentes que se habían tendido en el pasado, en especial desde el ya extinto Ministerio de la Diáspora, reemplazado por un Comisionado al que no se le conocen méritos y atributos positivos y que sólo actúa como propagandista de su jefe Pashinian.

Las organizaciones benéficas esperan todavía la rendición de cuentas de millones de dólares que se enviaron a Armenia en tiempos de la guerra de 2020. Muchas de ellas al igual que diferentes benefactores, cansados ya de reclamar respuestas del gobierno, canalizan ahora sus aportes desde otros medios directos evitando por completo la intervención de un estado de accionar dudoso.

Las comunidades deben saber qué es lo que realmente sucede en Armenia, tienen la obligación de informarse y decidir qué lugar ocuparán cuando lleguen las malas noticias, consecuencia de la entrega proyectada y concertada que preparan Pashinian y sus esbirros. Afortunadamente, al menos en nuestro medio, las voces de la prensa coinciden en la mayoría de las condenas al accionar político de quienes pretenden que Armenia arríe sus símbolos patrios y que cambie de religión conformando los reclamos de nuestros enemigos, so pena de una nueva guerra, esta vez total y definitiva.

La debilidad de Pashinian quedó de manifiesto hace mucho tiempo, sin embargo él insiste en sus teorías ya fracasadas, en lugar de convocar a un gran acuerdo político armenio que busque nuevos caminos para fortalecer la unidad de todos los armenios para enfrentar a un enemigo amenazante que busca aniquilarnos.

Jorge Rubén Kazandjian
Exdirector Diario Armenia

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