Personajes inverosímiles por tierras armenias o si se prefiere, una ventanita armenia en las letras españolas

13 de abril de 2016

4_Nota-KechichianEscritores españoles contemporáneos, como Gonzalo H. Guarch, autor de “El árbol armenio” y “El testamento armenio”, han publicado páginas con parcelas de la historia, geografía y vida de los armenios. Tales demostraciones de interés por la cultura universal merecen el beneplácito de nuestra etnia y en retribución, alientan a buscar  en la historia de España y en las páginas de su literatura a personajes que, en la realidad o la ficción recorrieron el suelo armenio llevados por los azares de la vida.

A diferencia de los autores modernos, es posible que en otras épocas se supiera de Armenia y de su gente por historiadores y geógrafos, por la lectura de “Antigüedades judías”, de Flavio Josefo, de “La expedición de los diez mil”, de Jenofonte, de “Vidas paralelas”, de Plutarco, de “La descripción del mundo”, de Marco Polo, etc.,  y sobre todo, por las menciones  del Antiguo Testamento que en distintos capítulos se refiere al monte Ararat, palaba de origen hebreo que para los intérpretes bíblicos significa “el país, o patria, de los armenios”.

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Apaciguado  el fervor de las Cruzadas,  privados del apoyo del Occidente cristiano, a medida que pasaba el tiempo los armenios no pudieron resistir el ataque de los musulmanes.  León VI, (foto) último rey de Armenia, fue derrotado en 1375 por el sultán de Egipto; llevado prisionero a El Cairo, algunos príncipes europeos mediaron para su liberación. Habiendo viajado a Europa, en 1382 fue recibido en la corte de Juan I de Castilla quien le otorgó el señorío de Madrid y de otras ciudades y el usufructo vitalicio de las rentas anejas. Un acogimiento similar le brindaron los reyes de Navarra y Aragón.

 Para esas mismas fechas visitó España Manuel de León, armenio  aventurero y mariscal  fingido que se vanagloriaba del falso título de conde de Gorigos (1).

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El valenciano Juan de Timoneda (1520-1583), además de recopilar cuentos y tradiciones populares inspirados en autores italianos, escribió narraciones breves a las que denominó “patrañas” por ser fantasiosas. Pródigas en intrigas y embrollos capaces de inducir a confusión, el autor decidió reunirlas en un libro que apareció con el título de “El patrañuelo”.

La lectura de la “Patraña primera” posibilita seguir los pasos de algunos  personajes inverosímiles en el suelo de Armenia.

El argumento basado en protagonistas de gran parecido físico y de nombre Tolomeo los dos, iba a ser copiado por el dramaturgo Alonso de la Vega (1510-1566) en “Tholomea”, una comedia de enredo entre las pocas que escribió.                                                                    

Cosme, Marco César y sus familias compartían la misma  casa en Alejandría, a orillas del Nilo. Los unía una gran amistad y eran socios en los negocios. Dueños de almacenes de cereales, dátiles, algodón y lanas, las ganancias por el considerable movimiento de mercaderías les permitían vivir holgadamente. 

Sus esposas embarazadas dieron a luz el mismo día a varones extremadamente hermosos y de notorio parecido físico. Debido al gran afecto que se profesaban, los padres pensaron poner el mismo nombre a los recién nacidos y eligieron el de Tolomeo en recuerdo del legendario rey egipcio. Desgraciadamente, las madres fallecieron al poco tiempo a causa  de las complicaciones habidas en los partos.

Pantana, el ama de leche que vivía en la casa y amamantaba a Argentina, una hijita de Cosme,  consideró que ya era tiempo de destetarla.

Ante el dolor de Cosme y Marco César a causa de la pérdida de sus esposas y de la situación  de los recién nacidos, Blas y su esposa Pantana hablaron con los viudos para  que ella fuera la nodriza y se hiciera cargo de los pequeños.

En plena madurez, Pantana no sólo estaba admirablemente dotada por la Naturaleza para ser ama de leche; agraciada y rozagante, despertaba las miradas y los deseos de los hombres de la vecindad. Mayor que ella, Blas preocupado como el “Celoso extremeño” (1), sobreponiéndose a los achaques de la vejez, vivía vigilando los pasos de su joven y desenvuelta mujer.

A medida que avanzaban en edad los Tolomeos se hacían más iguales en estatura, gestos y actitudes. Aunque Pantana no tenía dudas de sus identidades, para que no los confundieran tuvo la ridícula ocurrencia de vestirlos de modo diferente.

Aunque los mercaderes no tenían diferencias ni discusiones por la marcha del negocio común, impensadamente disolvieron la sociedad.

Resuelto a establecerse con el hijo en Atenas, Marco César ordenó a Pantana hiciera  los preparativos para el viaje a Grecia. Desafortunadamente, el ama agregó  a la manía de vestir a los Tolomeos con ropas diferentes  un grave desatino: “… trastrocó los hijos y dio a cada cual padre el que no era su hijo”.

Cuando por las tardes un gañán del lugar pasaba frente a la casa de Cosme, hacía blanco de sus miradas a la atractiva Pantana; si ella se percataba de que no la observaban respondía con gestos de connivencia. La simpatía inicial “la luz de un fósforo fue…”, como escribiera Cadícamo pero, no tardó en hacerse llama incontenible.  Ajeno a los ardores de su esposa, Blas ni siquiera sospechó de los encuentros de los enamorados. El astuto galán aprovechó la pasión intensa que había sabido despertar para inducir a la nodriza a robarle el dinero a su amo y a huir juntos.

Abandonada la ciudad, después de jornadas agotadoras llegaron a Armenia con sendos talegos repletos de monedas de oro. Una noche, en medio del sueño profundo de Pantana, el seductor se alzó con las monedas y la dejó abandonada.

Pantana llegó a la región del Ararat luego de deambular por poblados de pastores. Enterada de que uno de los ermitaños se había ido decidió ocupar la ermita (2). Costurera habilidosa, confeccionó un hábito rústico utilizando la saya que vestía. Con ese atuendo y haciéndose llamar Fray Guillermo, no tardó en extenderse en el valle su fama de penitente entregado al ayuno y la oración.

Argentina y su hermano ya no eran niños; llenos de vida y de físicos atractivos, la familiaridad y el trato diario les hicieron olvidar el vínculo de sangre y al poco tiempo Argentina se encontró embarazada.

De regreso de Atenas con el dinero suficiente para desinteresar a sus acreedores, poco tiempo después Marco César fue a visitar a Cosme para tratar el posible matrimonio de Tolomeo Ateniense, como habían comenzado a llamar al hijo, con Argentina, la hija de su antiguo socio. Habiendo logrado el arreglo sobre la dote y la celebración del casamiento, como era costumbre en esos tiempos los progenitores se estrecharon las manos en señal de consentimiento y de ese modo la boda quedó concertada.

Marco César debía viajar próximamente por razones de negocios y por ello solicitó que durante la ausencia los esponsales quedaran en secreto.

Transcurrían los días y Argentina se animó a confesar el embarazo a su prometido. Sintiéndose engañado y ganado por el despecho, Tolomeo Ateniense consideró que debía abandonar la casa. Antes de irse encomendó a una parienta que se ocupara secretamente de Argentina cuando naciera la criatura. Consciente de su inocencia, viajó a Armenia para buscar consejo en su antigua nodriza. Fray Guillermo lo acogió en la  ermita  y le brindó consuelo en la angustiante situación por la que pasaba.

Cuando la sirvienta cumplía la orden de Argentina de sacar de la casa al fruto de aquella  relación equívoca, fue sorprendida por Marco César que enterado de lo sucedido mandó a Blas que se llevara la criatura y la ahogara en un río de Armenia. Por la crueldad de la orden y el inmenso dolor que ello le causaba, Argentina rogó al criado que se limitara a abandonar a la criatura en las montañas de esa región y que antes le pusiera un joyel en el cuello. Fray Guillermo descubrió al pequeño entre las breñas y pidió a una familia de pastores que apacentaban su rebaño cerca de la ermita, que lo alimentara con la leche de las ovejas y cuidara de él en todo.  

Enterada de que su prometido vivía como penitente en las laderas del Ararat, Argentina viajó a Armenia sin que nadie se enterara de su determinación.

Encontrarse y hablar con Fray Guillermo iba a permitirle conocer su inocencia y saber que no había cometido pecado alguno. Su relato no hizo más que confirmar que el niño confiado a los pastores era verdaderamente hijo suyo.

Estando presente Tolomeo Ateniense, la nodriza travestida de ermitaño aseguró que gracias a Dios la criatura estaba bien cuidada. Una vez disipadas todas las dudas  propuso que los tres fueran juntos a hablar con Cosme.

Parecía que las cosas tomaban un curso favorable pero, se produjo un entredicho entre Marco César y Cosme. Este último, extrañado por la ausencia de Argentina exigía que se realizara el matrimonio según  lo apalabrado.

La presencia y las palabras de Fray Guillermo apaciguaron a Cosme. Una vez solos,  el falso ermitaño le aseguró que su hija Argentina, Tolomeo Ateniense y el niño que Marco César había ordenado ahogar en un río de Armenia, estaban con él. Los padres se enteraron ese día de la verdad sobre sus hijos y del hábito engañoso de Pantana, la esposa de Blas. Finalmente ella pidió perdón por todos los enredos que tan livianamente había urdido.

En un libro de cuentos infantiles, una historia similar a la de Timoneda puede finalizar con el popular “Fueron felices y comieron perdices”. En cambio, el autor español se refirió así a la felicidad que según el final de su “Patraña” pudieron disfrutar  personajes tan inverosímiles: “…se hicieron las bodas muy solemnes y regocijadas, como a sus estados y honra pertenecían”.

 

(1) Gorigos. También Corico o Corycus,  puerto de Cilicia, sobre el Mediterráneo.

(2) El celoso extremeño. Una de las “Novelas ejemplares”, de Cervantes.

(3)Ermitaños en el Ararat. En el “Apéndice” de “Teatro crítico universal”, el benedictino español Benito J. Feijóo (1676-1764) reproduce los testimonios de un herborista francés, del cirujano holandés Juan Struis y de otros viajeros que visitaron el Ararat. El cirujano holandés cuenta en la relación que dejó, haber visitado en las alturas de la montaña a un ermitaño afectado de hernia y que había allí ermitas de cristianos dedicados a la vida contemplativa.

                                                                                               Roberto  N. Kechichian

 

 

 

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