Por la paz
Como dije en el artículo anterior, todo lo bueno resulta de un estado de conciencia que se procura a través de la educación.
El intelectual argentino José Ingenieros, en sus ensayos, había dicho que veía un futuro promisorio para la humanidad, que se desarrollaría hacia el progreso y hacia el bien. Temo que se equivocó, si echamos una mirada crítica al mundo, es innegable que es muy convulsionado.
En el tercer milenio de la era cristiana, después de las terribles experiencias de las masacres de tantas guerras y de tanta destrucción, el hombre sigue siendo el mismo, más peligroso, debido a los admirables avances tecnológicos que le quita todo límite: entonces se convierte fácilmente en un enfermo por ejercer un poder omnimodo, lleva el sello de la ambición desmedida y olvidado de la ética, cae en la tentación de interpretar la política como búsqueda y logro de satisfacciones personales y partidarias; sigue siendo el mismo aventurero conquistador caverrnícola.
Hoy, el mapa del mundo tiene muchas heridas sangrantes. El intelecto es la llave maravillosa hacia un bienestar soñado, pero la inteligencia emocional parece no tener un crecimiento paralelo y desteje de noche lo que se teje de día.
Lo que sigue es un fragmento de la difícil situación que vive el sufrido pueblo armenio. Lo recibí como mensaje de mi amigo Slavi Avik Harutyunyan, poeta de origen armenio, autor de varios libros, entre ellos, “Días de paz”, paradójicamente, que tuve el gusto de reseñar.
“(…) Azerbaiyán ha cerrado de esta forma de vida para 120.000 armenios, incluida mi madre de 83 años.
Las vías aéreas también están cerradas.
El conflicto de Nagorno Karabaj no es nuevo, de vez en cuando Azerbaiyán intenta solucionar este problema mediante guerras y limpiezas étnicas.
Hoy, en pleno siglo XXI, ante los ojos de la humanidad civilizada, ha tomado como rehenes a 120.000 niños, mujeres y hombres.
Por favor, levante la voz, ciudadano activo en defensa de los 120.000 armenios de Karabaj”.
Cristina Elvira Regina
Profesora y escritora