¿Porqué vinimos a la Argentina?

29 de enero de 2015

InmigrantesCuando el gobierno nacionalista de Mustafá Kemal Pasha se consolidó, los franceses se retiraron de Cilicia y los griegos fueron derrotados en Asia Menor, no cabía otro recurso a los armenios sino dirigir sus miradas hacia nuevos horizontes en busca de nuevas patrias. Ya que nuestras vidas estaban en peligro, dejamos las tierras de Cilicia (nuestra segunda patria) y nos refugiamos en Siria y Líbano, donde los franceses se quedaban. Los de Asia Menor se guarnecieron en Grecia. Pero estos países eran pobres y pequeños. Había que buscar otros rumbos, otros países. Ya estábamos cansados de vecinos conflictivos, queríamos una patria libre de persecuciones, matanzas y saqueos.

Buscábamos paz, libertad y seguridad. Entonces nos enteramos de que la entrada a la Argentina era libre, sin restricciones, y algunas compañías de navegación facilitaban el viaje con sensible descuento en los pasajes. Así que a partir del año 1923, en grandes y/o pequeños contingentes, emigramos los armenios a estas playas.

Hemos encontrado lo que anhelaba nuestra alma: paz, libertad y seguridad, pero también sinsabores que no esperábamos. Y estos mayormente provienen que no hemos encontrado al pueblo argentino tan “cristiano” como imaginábamos. Pero todo lo bueno que hay en Argentina se lo debemos al Evangelio de Cristo. En la primera carta que escribí desde Buenos Aires a mis amigos de Siria, les dije lo siguiente: “Amigos, los cristianos son la sal de la tierra, sin ellos no tiene sabor ni Argentina, ni América, ni Turquía, ni Siria”. Por qué escribí así? Permitanme narrarlo.

Cuando fui al Consulado argentino, en Beirut, para la visación de los pasaportes, el cónsul me dijo en idioma inglés: “hijo, nosotros tenemos en Buenos Aires un hotel para los inmigrantes en donde os hospedarán hasta que encontréis trabajo o alojamiento”. Esta noticia me alegró mucho, porque no tenía a nadie en estas tierras. En el barco, el comisario de la nave nos preguntó si deseábamos alojarnos en el hotel de Inmigrantes. Nosotros contestamos: “sí, señor, porque no tenemos conocidos ni amigos en Buenos Aires”. El día 4 de octubre de 1923, cuando desembarcamos, el tiempo estaba nublado y frío; en el barco no nos habían dado de comer. Los españoles y los italianos fueron alojados en el hotel. Yo también acudí conforme a lo que me habían dicho el cónsul y el comisario del barco. Pero me rehusaron diciéndome que no era para nosotros, porque nuestro gobierno (turco) no tenía acuerdos con el de Argentina. Cuando escuché esto sentí que los cielos se desplomaban sobre mí. Allí frente al desembarcadero nos quedamos con nuestros bagajes y bultos. Todos nuestros compañeros de viaje, que tenían amigos, o conocidos, se fueron yendo uno por uno. No teníamos dinero. Los chicos tenían frío. Comenzaba a oscurecer, y aun quedábamos una docena de familias.

Cuando perdíamos ya toda esperanza se aparecieron los “ángeles de ayuda”, con dos carros, quiero referirme a los del Ejército de Salvación, que nos transportaron con nuestros bagajes a donde hoy está su Cuartel General y nos alojaron en habitaciones, que entonces existían, hasta que encontramos casa, por medio de otros compatriotas. Por eso escribí que sin los cristianos, ni Argentina, ni América, ni Inglaterra, tienen sabor.

Si los cristianos son la sal de la tierra, tienen que tener cuidado de no perder su sabor. Ahora bien, cómo pierde la sal su sabor? En los países orientales la sal se amontona en galpones que tienen como pisos el suelo natural, la tierra. La parte de la sal que está en contacto con la tierra pierde su sabor y no sirve para nada, sino para ser echada fuera, pero la parte superior que está en continuo contacto con el aire puro, se conserva bien.

Lo mismo sucede con los cristianos. El íntimo contacto con el mundo, el apego a las cosas terrenales, echa a perder a los cristianos. Pero la íntima y continua comunión con el Padre, el vivir en las esferas celestiales los conserva bien y los hace útiles en dar sabor al mundo. Conservemos nuestro sabor para que seamos usados en las manos del Señor para bendición y sabor del mundo.

Ohannes Haleblian
Uno de los miles de inmigrantes que llegaron en 1923 y se establecieron con su familia en la  Argentina.

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