Retratos de Nagorno Karabaj: fotografías y testimonios de Diran Sirinian

01 de septiembre de 2020

Diario ARMENIA publica una serie de fotografías tomadas por Diran Sirinian durante su visita a Armenia, entre junio y agosto de 1992. El siguiente texto escrito por él mismo y su selección de fotografías son un valioso relato documental de su experiencia de varios días junto a los soldados armenios en el frente de batalla.

Luego de las elecciones para parlamentarias del 28 de diciembre de 1991 de Karabaj, Azerbaiyán reaccionó rodeando Stepanakert. Comenzó una campaña de bombardeos indiscriminados sobre los armenios karabajíes y en lanzar una serie de ataques por tierra. Los ataques azeríes comenzaron a principios de 1991 con un bombardeo masivo sobre Stepanakert y otras ciudades y pueblos. Hacia el verano de 1992 Azerbaiyán había tomado y ocupado cerca de la mitad del territorio de la República de Nagorno Karabaj y, por la fuerza, desalojó y desplazó a los habitantes armenios. Los armenios karabajíes organizaron un ejército y emprendieron operaciones militares que les permitieron tomar áreas desde donde Azerbaiyán lanzaba sus ataques sobre Stepanakert y otras ciudades, y quebrar, mediante el establecimiento de una conexión por tierra con Armenia, el bloqueo impuesto por los azeríes sobre Karabaj.

Entre junio y agosto de este año, durante una visita laboral de ocho semanas, tuve la oportunidad de viajar junto con tres amigos armenios de Estados Unidos a Armenia, zona de guerra en Karabaj y de realizar un breve documento fotográfico.

El viaje desde Ereván a Stepanakert, capital de Karabaj, nos llevó todo el día. Una vez llegados obtuvimos permiso del Ministerio de Defensa para avanzar hacia la provincia norteña de Martagert, donde sabíamos que los fedayines armenios combatían contra el ejército azerí. Nuestra próxima parada fue una pequeña base militar como una hora al norte de Stepanakert, donde conocimos un comandante fedayín armenio de Marsella -su nombre de batalla es Hovsep Hovsepian- que sería nuestro anfitrión durante los próximos tres días y durante la siguiente visita que realizaríamos un par de semanas más tarde.

Hovsep comanda un grupo de unos cien fedayines que tienen su base en Stepankert pero que actualmente combaten en Martagert. Al no haber un ejército armenio organizado con una línea de comando definida, la lucha se realiza por pelotones de entre diez y menos de mil soldados con su estructura interna de disciplina y jerarquía militar. Cuando hay que realizar una operación, como se realizaría al día siguiente de nuestra llegada a Martagert, se juntan los comandantes, coordinan los aspectos bélicos y logísticos de la misma, y después de recuperar el terreno en cuestión, tratan de repoblarlo y de organizar su capacidad defensa ante eventuales ataques azeríes.

El rango de edad de los combatientes armenios va de los catorce hasta los cincuenta y cinco o sesenta años, aunque la mayoría tienen entre dieciocho y cuarenta. La gran parte de los combatientes son hombres pero de vez en cuando nos encontraríamos con alguna mujer. Los combatientes son voluntarios y provienen tanto de Karabaj como de Armenia. Dejaron sus profesiones – conocimos músicos, choferes, comerciantes, estudiantes- y familias para tomar las armas. La mayoría son creyentes.

Hovsep, que tomó nuestro pedido para conocer la zona de batalla muy seriamente, nos comentó que al otro día realizarían un ataque sobre los pueblos de Medz Shen y Mohradar, dos pueblos armenios que el ejército azerí había ocupado, desplazando a sus pobladores, y que sería una oportunidad interesante para nosotros. Decidimos aceptar su propuesta así que nos guió hasta el campamento desde donde sus soldados partirían la mañana siguiente.

En el campamento nos amigamos fácilmente con todos los fedayines. Nos recibieron con mucha calidez y hospitalidad. Poco a poco nos fuimos dando cuenta que nosotros también éramos objetos de la curiosidad de ellos; son muy pocos los extranjeros que se aventuran tan cerca de la zona de combate. Nos comentaron que nuestro interés en su “baikar” (lucha) era motivante y que, aunque fueran ellos los que empuñan las armas, el baikar es de todos los armenios, los de Karabaj, los de Armenia, y los de toda la diáspora.

Pasamos una tarde interesante y entretenida. Hovsep nos llevó a dar un paseo por la región para mostrarnos hasta donde llegaban las posiciones armenias y donde comenzaban las azeríes. Los Grad azeríes -cohetes soviéticos con un alcance de 20 kms.- se escuchaban ocasionalmente y también se veían columnas de humo de algún campo de trigo ardiente, pero el paisaje majestuoso no perdía su calma.

En el camino le pregunté a Hovsep si algún día se casaría y me respondió que sería muy difícil por dos motivos. Primero, por una cuestión de prioridades: “No tengo tiempo para casarme”, me dijo. Y segundo porque dudaba que encontrara una mujer con la suficiente fuerza emocional para aceptar su estilo de vida. A pesar de esto una buena parte de los fedayines que conocí están casados.

Regresamos al campamento con un cerdo de setenta kilos que cazamos en el camino y que dos horas más tarde sirvió de sabroso almuerzo para unas cuarenta personas. Durante todo el almuerzo Manoug, el lugarteniente de Hovsep de 23 años que moriría la mañana siguiente en el ataque, se negó a sentarse diciendo que así la comida llegaría a todo su cuerpo.

A las dos de la mañana del siguiente día, en plena oscuridad y con llovizna, se inició el movimiento de tropas. Hovsep lideró el avance con su jeep y lo siguió un gran camión con unos cuarenta soldados. Un par de horas más tarde salieron los tres tanques. Nosotros debíamos quedarnos en el campamento hasta que se hiciera de día. Como a las cinco escuchamos el inicio del ataque desde un bosque a unos diez kilómetros del campamento. La impaciencia y curiosidad generada por el ruido de las Kalishnikov y los obuses nos inquietaban.

A las diez convencimos a los dos fedayines que se quedaron con nosotros para que nos alcancen al punto en el bosque desde donde Hovsep dirigía la operación en su vehículo de radio. El cielo estaba nublado y la luz difusa que se filtraba a través de los árboles embellecía el bosque. Hovsep esperaba noticias del combate mientras el operador de la radio se comunicaba con el frente. Los azeríes sabían que el cerebro de la ofensiva armenia estaba en algún lugar en el bosque así que iniciaron un ataque de Grad hacia el mismo. Primero escuchamos el ruido del disparo, luego un fuerte silbido que nos sobrevolaba, luego debíamos tirarnos al piso, y finalmente el estruendo del la explosión. Dos de los cohetes cayeron a menos de 200 metros de donde estábamos parados. La adrenalina corría bastante rápidamente por nuestras venas. La falta de puntería azerí nos aliviaba.

Finalmente, después de esperar tres o cuatro horas en el campamento del bosque, decidimos seguir a pie los cinco kilómetros que faltaban hasta Medz Shen. Las ambulancias venían en el sentido contrario. Los fedayines ya estaban en Mohradar, defendiéndola de los refuerzos que Azerbaiyán envió después de perderla esa mañana.

En una hora llegamos a Medz Shen, un pueblito campesino en el medio de un valle. Gallinas y perros correteaban por las callecitas desiertas pero los cerdos estaban todos muertos. Hratch, el fedayín que nos guiaba, nos contó que eso lo hacen los azeríes cada vez que ocupan un pueblo armenio. Como son musulmanes, y no comen carne porcina, matan a todos los cerdos, les cortan las orejas, y los dejan en exposición frente a las casas. El simbolismo de ese acto brutal es que el cerdo y el armenio son la misma cosa.

A juzgar por el número de casas, alrededor de mil personas vivían en Medz Shen. Entramos en algunas casas; la mayoría permanecía de pie pero los interiores habían sido destruidos y robados.

Seguimos caminando y nos encontramos con unos soldados que habían sido apostados para vigilar el camino de salida hacía Mohradar. Mientras conversábamos pasó Hovsep en un camión levando ocho prisioneros de guerra azeríes para un posterior intercambio prisioneros estaban sentados, con las manos atadas atrás de la espalda, en la parte posterior por prisioneros armenios. Fue uno de los momentos más intensos de todo el viaje. Los prisioneros estaban sentados, con las manos atadas atrás de la espalda, en la parte posterior del camión.

Luego nos dispusimos a avanzar hacia Mohradar cuando vimos una caravana de seis o siete vehículos armenios que venían a toda velocidad en nuestro sentido. Paró el primer camión y el conductor nos ordenó que subiéramos. El piso del vehículo estaba lleno de fusiles que tornaron del enemigo esa mañana. Después de varias horas de lucha tuvieron que entregar Mohradar ya que los azeríes recibieron más tropas y tanques de refuerzo. La contraofensiva había sido tan fuerte que los armenios tuvieron que retroceder hacia Medz Shen, donde intentarían defender sus posiciones.

Durante la segunda visita a Karabaj no pudimos ir a Martagert porque los combates se habían intensificado y el peligro sería mayor. De alguna manera Hovsep se sintió responsable de nuestra seguridad y no cedió ante nuestra insistencia de ir al frente norte. Permanecimos gran parte del tiempo en Stepanagerd, visitando la ciudad, sus dos hospitales, y los centros de refugiados. Dos días antes de nuestro arribo la fuerza aérea azerí había bombardeado la ciudad, tirando bombas de 500 kilos que mataron más de treinta personas, civiles en su mayoría. Ese había sido el mayor número de víctimas que sufría la capital desde que se inició el conflicto en 1988.

Por las calles la gente se peleaba para obtener pan de un camión de ayuda. Los más jóvenes lograban sus objetivos y los ancianos debían conformarse con las migas que quedaban en el piso. La gente también salía a buscar madera para cocinar comida y calentar la casa ya que la distribución de gas estaba dañada. Las cañerías de agua también estaba dañadas así que las mujeres y los niños concurrían a los pocos pozos públicos que hay en la ciudad para cargar sus baldes y regresar a casa. Las fábricas no funcionan por falta de electricidad y materia prima En la calle los pocos autos que circulan son militares ya que no hay combustible, ni teniendo plata para pagarlo.

El hotel y los colegios sirven de alojamiento para los refugiados de Shahumian y Martagert. Sobreviven en condiciones muy precarias, algunos acampando en los pasillos ya que no alcanzan las habitaciones. Cada día que nace trae una nueva batalla por la sobrevivencia: conseguir algo de comer, tener un techo bajo el cual se pueda dormir, evitar las bombas azeríes, cuidar de los niños y no dejarlos perder su fe, soportar el dolor de la muerte del amigo o pariente, regresar al pueblo y encontrar la casa destruida.

Intenté llevarme en mis fotos un poco de lo que vi, viví, sentí en el Karabaj, en parte para saciar mi curiosidad respecto al conflicto, ya que no me satisfacía enterarme a través de terceros, y además para compartir mis vivencias con todo aquel que se interese. Me conmovió lo que presencié y quise, de alguna manera, reflejar eso en mis fotos para que la distancia y nuestras vidas relativamente confortables no nos traicionen, convirtiéndonos en complacientes u olvidadizos.

Diran Sirinian

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