Rita Kuyumciyan: “Cada reconocimiento del genocidio es una sanación”

23 de abril de 2019

Autora de El primer genocidio del siglo XX – Regreso a la memoria armenia (Planeta, 2009), Kuyumciyan cursa hoy el doctorado en USAL dentro del grupo de investigación sobre Lo Disruptivo y Psicoanálisis dirigido por el Dr Moty Benyakar. Condecorada por la Academia Filosófica Armenia con la medalla David, el Invencible, la psicoanalista repasa cada palabra con una cadencia única. Su devenir profesional y como descendiente de sobrevivientes del genocidio le confieren un aura particular, casi un sostén de pilares ancestrales.

“Trabajé en la tesis sobre la negación del Genocidio Armenio. Como hay una perturbación en la elaboración del duelo, no hay presencia del cuerpo, esas personas no existieron y eso es difícil de elaborar. Repasé sobre cómo los sobrevivientes y los descendientes tuvieron indicadores similares y en todo se veía esta alteración del duelo. El apoyo ahora es casi mundial con tantos Estados reconociendo el genocidio. Para los armenios, cada gesto de reconocimiento es una forma de sanación. Fue una herida sangrante, esos muertos eran muertos errantes que necesitaban una sepultura. Eso ha ocurrido durante los últimos años”.

—¿Hay un cambio de paradigma en estas nuevas generaciones? ¿Esta herida sangrante empieza a cicatrizar?

—Sí. El genocidio trae aparejado una sensación de desamparo por ser un hecho tan disruptivo. Más allá de las matanzas previas que podrían haber sido una advertencia de lo que vendría, fue muy fuerte. Los armenios no tenían recursos ni jurídicos ni emocionales porque fueron arrasados en su ser. El negacionismo de Turquía está perturbando el duelo: los muertos no existen, no se los puede enterrar emocionalmente. A nivel individual, tenemos que ver cómo ha sido la transmisión traumática. A algunos descendientes se les ha obstruido la elaboración del duelo, en otros ha sido elaborativo y otros han querido olvidar. Como dice Primo Levi, están los que hablaron y los que callaron, así describió a la Shoá: algunos pueden hablar y transmitir lo ocurrido, otros se han callado frente al dolor. Pero todos estamos atravesados por el genocidio, lo admitan o no. Yo, por ejemplo, me enteré que mi abuelo había sobrevivido al incendio de Esmirna en 1922 cuando hacía esa tesis frente a la revelación de mi madre y supe que una familia turca rescató a la de mi abuelo. Siempre me pregunté por qué no tenían fotos como las de mis abuelos paternos que eran de Estambul: los otros habían perdido todo en el incendio de 1922. Yo también tenía mi parte de ocultamiento.

—Su interés por la psicología.

—Cursé en Northlands y en cuarto año año teníamos Psicología como materia. En mi familia había cierto estoicismo, sin mucha muestra de emociones, todo muy austero. Mi padre era de Estambul y mi madre nació en Inglaterra, todos de familia armenia. Estudié psicología y años más tarde hice la maestría en psicoanálisis. En una de las materias debíamos hacer un trabajo con respecto el poder del Estado. En el caso de los armenios, con la Ley de Deportación de parte del Estado, se los despojó de bienes y propiedades y hasta de sus vidas. Ese fue el germen de mi pensamiento, lo desarrollé más y me he dedicado a conferencias y seminarios al respecto. Lo gratificante como armenia es poder transmitir lo sucedido.

—¿Por qué tenemos esta necesidad de trabajar al respecto?

—Porque el dolor es muy grande y les debemos mucho a nuestros mártires. Es emocionante decirlo. Además, inmediatamente luego de lo sucedido, se vivieron setenta años de sovietización: esto es, más silencio. Recién en el año 1965 se empezaron a erigir monumentos: tuvieron que pasar cincuenta años para poder enfrentar lo que pasó.

Pudieron recién empezar a respirar un poco, por eso esa segunda generación pudo hacerlo. Y la tercera generación llenó el mercado de libros: los nietos cuentan las historias de sus abuelos sobrevivientes en una necesidad de búsqueda, de investigar lo que pasó. El libro que yo investigo, Pasaje al Ararat de Michael Arlen trata sobre eso: él veía cómo cuando su padre celebraba cuando se reunía con sus hermanos… y le pregunta a su madre si eran armenios. “¡No!”, dice la madre, “Mirá tu pasaporte, sos inglés”.

—Ahí entra el factor identidad.

—Exacto. Y la búsqueda, Así se va Michael Arlen con su esposa a Armenia y de ahí su pasaje al Ararat. Como el poema de William Saroyan donde dice que hagan lo que hagan siempre vamos a estar. También está el que lo niega, el que piensa que ocurrió hace mucho tiempo y hasta reniegan de su país, como Michael Arlen que cambió su nombre para ser aceptado en Inglaterra dentro de los círculos literarios. Pero hay que separar: todos estamos traumatizados. Social e históricamente estamos todos atravesados pero de modo individual, cada uno lo elabora o lo obstruye según su propio recorrido.

—¿Cómo lo vivió su familia?

—A través de ocultamiento. Mi abuela solo decía “los turcos son malos”. Yo crecí con eso. Hay psicoanalistas que hablan de un núcleo escindido, un quiste que se va transmitiendo de generación en generación. Quizá lo mío está identificado con ese concepto. Mi interés vino de mayor. Mi padre era diácono, muy armenio. Pero fui de grande a Armenia y fue muy emocionante, se respira algo ancestral, como estar en casa. Mi abuelo estaba radicado en Inglaterra y trabajaba en el rubro textil: cuando se quema Esmirna, todo termina perdido en el mar. De parte de mi padre eran de Estambul y en el momento de los disturbios se protegieron en una casa muy grande, muy fuerte. A mi abuela, que era bebé, la tiraron al convento de monjas que lindaba. Pero a mí no me transmitieron nada de esto, no se hablaba. De grande, mi padre escribió sus memorias y lo acompañé. Yo estaba en pleno proceso de escritura de mi tesis. Fue un reencuentro después de tanto silencio.

—¿De qué trata este doctorado?

—Vuelvo a profundizar sobre el impacto del genocidio y sus efectos psíquicos: todo lo que refiera al duelo no perturbado y cómo se ha transmitido este enquistamiento de generación en generación. Lo colectivo reúne el evento trágico que nos une mientras que lo individual tiene que ver con el descubrimiento que va haciendo uno a través de las vivencias. Por otro lado está esta necesidad grupal de ponerle palabras a todo lo que nos pasó. Todo lo impensable, lo indecible, anudar las emociones. Por eso la divulgación de tantos libros: a medida que uno escribe, va elaborando lo vivido. Los que lo toman como algo lejano no lo logran, pero los que logran conectarse con la emoción tienen un gran avance en su ser, en su identidad, en su lugar de identidad. Hay una asociación psicoanalítica armenia muy pequeña ya que durante la era soviética estaban limitados a los estudios sobre la problemática de los deportistas y sus conductas, no profundizaban en traumas o el impacto del genocidio, para ellos fue una elaboración distinta a lo que vivió la diáspora que lo hicimos con libertad.

Lala Toutonian
Periodista
latoutonian@gmail.com

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