Rosita Youssefian: “Es importantísimo viajar a Artsaj y charlar con su gente”

26 de mayo de 2020

Diario ARMENIA dialogó con la profesora y traductora Rosita Youssefian para conocer su visión sobre la comunidad armenia de Argentina y su extensa trayectoria docente.

—Contanos sobre tu formación y tu extenso quehacer.

—Terminé San Gregorio y mientras cursaba el profesorado de Castellano, Literatura y Latín, el Padre Ferahian, director del Mekhitarista, me invitó a tomar clases de armenio. Hoy me pregunto por qué me llamó… quizás alguien le comunicó qué estudiaba, o quizás le dijo mi papá. No lo sé. Pero fue una buena decisión: no solo me enseñaba lingüística y vocabulario (como todos los mekhitaristas, era un cultor de la palabra y de la etimología), sino método y formas de trabajo autodidactas. Acá no existe terciario armenio, por lo que especializarse depende de cada uno y su la vocación. Barón Bedrós Hadjian fue también mi admirado maestro y tuve el honor de compartir la reedición del diccionario español-armenio, junto a otros colegas encargado por la Iglesia Armenia Católica. Enseguida me llamaron de Marie Manoogian. Escaseaban ¡escasean! docentes de cultura armenia. Comencé con clases de teatro y de lengua armenia. No disponía de más tiempo, criando a tres hijas pequeñas aún. Cuando el director Kevork Marashlian se fue, asumí la coordinación de Armenio durante 25 años. Fueron años hermosos, de mucho trabajo creativo y apasionante. Eso coincidió con la independencia de Armenia. Mucha efervescencia, mucho patriotismo.

Acompañé a 18 promociones de egresados a su viaje de estudios a Armenia. Todos los años incluíamos un destino más, un lugar distante para visitar, trabajar. Sitios desconocidos y sin embargo tan fabulosos, cargados de historia, belleza y aventura. Valoro el vínculo que pude establecer con mis alumnos, quererlos, entusiasmarlos, transmitirles la armenidad: creo que eso lo hice muy bien. En 2019 completé el viaje número 50. Me enorgullece porque di clases de armenio occidental en los cursos de perfeccionamiento que organiza el Ministerio de Educación, tomé clases en la facultad de Filología y junto con los representantes de todas las filiales del Fondo Armenia de Argentina, visitamos los pueblitos de frontera de Armenia y de Artsaj. Conocimos muy de cerca los problemas y la idiosincrasia de los habitantes de esa valerosa región. Esos viajes me valieron el “reconocimiento” del gobierno azerí: fui declarada persona non grata, incluida en su lista negra. Un honor.

Un objeto. Alforja de Artsaj (խուրջին). Me alegra la mañana y cada vez que subo o bajo las escaleras de casa: me remite a las montañas, porque aún tiene ese aroma a hierbas silvestres.

—Te ocupás de las clases de Hamazkaín. ¿Qué más?

—Sí, en el curso de armenio al que se dedicó Carlos Hassassian, a quien extraño tanto y con quien compartí la misma pasión, infinitas charlas y discusiones fervorosas, a quien tanto admiré por sus principios, sus conocimientos, su forma de escribir las notas para el Diario ARMENIA… era sorprendente verlo tipear todo de una sola vez, de memoria. Estos alumnos del curso que hoy continúan organizando Edgardo Kevorkian, Eduardo Kozanlian y Onnig Yorgandjian.

Me encanta traducir, colaboré con el periódico Hay Dzayn de Ereván que fundó mi hermano Daniel. Traduje dos libros: Recién bajé del Ararat de Eduard Sargsian y Sueños de Piedra, novela del azerí Akram Aylislí, hoy perseguido por su gobierno a causa de esta obra. Y está en lista de espera un ensayo sobre Najicheván. Me falta tiempo. Tiempo que distribuyo entre mis nietos Alfonso Vartán y Vicente Levón; mis hijas Ágata, ingeniera agrónoma; Álvaro, hijo de Griselda, la arquitecta y Sirún, la más chica, es comunicadora y miembro activo del Fondo Armenia. Además de ser orgullosamente armenia, artsají, argentina, también soy urfatsí. Mis cuatro abuelos eran de Urfá y contaban sobre su pueblo natal con nostalgia aunque sin tragedia. Siempre miraron el porvenir con optimismo. Me enseñaban canciones y poesías. Mis abuelas y mi mamá insistieron en enseñarme las especialidades de la cocina armenia y urfatsí, pero no fui una alumna receptiva entonces, y lo lamento.

—Tu mirada sobre la comunidad.

—La veo un poco desatenta en lo que refiere a la participación de eventos comunitarios o culturales. Quizás deberíamos variar más las propuestas, no reiterar lo mismo cada año, y lograr convocar a los jóvenes, que están, quieren y pueden participar. En el Fondo Armenia armamos una comisión que llamábamos Fondo Joven pero enseguida se convirtió en miembro de la Comisión Directiva. Tienen ideas brillantes, visión y energía. Considero útil la existencia de distintas instituciones. La competencia es sana, ayuda a crecer y a mejorar. Pero a veces esa competencia es feroz y es un gasto de recursos y energías. Y aunque hay una institución que nuclea a todas, sin embargo, veo que también hay muchas diferencias entre ellas, en cuanto a los objetivos… estoy convencida de que el objetivo no debe ser solamente la institución –que al fin y al cabo, es un medio-; el objetivo debe ser Armenia: colaborar con su engrandecimiento, progreso y desarrollo.

—¿Cuál es tu conclusión tras tantos viajes?

—Estoy convencida de que para amar, hay que conocer. Por eso es que considero importantísimo viajar a Artsaj y charlar con su gente, que espontáneamente cuenta los momentos de la guerra y la victoria, la historia reciente y la antigua, con un orgullo indisimulable. En uno de los últimos viajes, fui con un amigo a visitar a su abuelo, en el pueblo de Norakiugh. El señor Galstyan, quien había sido intendente de su pueblo hace unos 50 años, y había hecho mucha obra, me dijo: (lo grabé, y por eso lo sé casi de memoria): “El lugar más maravilloso del mundo es Karabaj. Está defendida de los terremotos, de los vientos; tiene todas las ventajas de la naturaleza para vivir. Que sepan los armenios del mundo: Artsaj se convertirá en el centro del paraíso. Se convertirá en un país próspero. Si nuestra cuestión se resuelve -y sin dudas se resolverá- en beneficio del pueblo armenio”.

—¿Cómo están llevando el confinamiento?

Por suerte, en este confinamiento obligatorio -que está durando demasiado ya-, no estoy sola. Mi hija y mi yerno viven un su casa, jardín de por medio. Y casi todas las tardes voy un rato a casa de mi mamá, estando justificados así mis paseos en bici. El resto del tiempo lo ocupo con unos de mis grandes placeres: leer novelas y notas, y escribir. Preparo también las clases virtuales del Curso de Armenio de Hamazkaín. Y descubrí con alegría las películas de Netflix, para las que nunca llegaba el momento. Pero está clarísimo que todo esto, por más lindo que sea, no puede reemplazar a la libertad de salir, de ver gente, de ser dueña de mi libre albedrío. No creo que el confinamiento, sobre todo de niños, sea la medida más efectiva o adecuada. Pero esperaremos, claro.

Lala Toutonian
Periodista
latoutonian@gmail.com

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