San Gregorio de Narek, el próximo Doctor de la Iglesia Católica

28 de enero de 2015

El sabio de Vaspurakán, cercano al doctorado

gregorio-di-narekSe están ultimando en la Congregación de los Santos, en el Vaticano, los pasos necesarios para la declaración por parte del Papa de un nuevo Doctor de la Iglesia, el próximo que recibirá dicho título: Se trata del gran Doctor de la Iglesia Armenia, que sin embargo para muchos en la iglesia latina es un gran desconocido, San Gregorio de Narek (Krikor Naregatsí), monje del siglo X, que ha sido llamado el San Agustín de los armenios, sin duda no por la cantidad de sus obras sino por el influjo que han tenido entre los fieles.

El gran Doctor de la Iglesia armenia nació probablemente en el 950, el pequeño pueblo de Narek, en Armenia, de una familia de escritores. Su madre murió mientras Gregorio todavía estaba en edad temprana, su padre Khosrov, quien más tarde se convirtió en arzobispo, escribió el más antiguo comentario de la iglesia armenia sobre la Divina Liturgia.

Fallecida la esposa, Khosrov confió a Gregorio y su hermano Juan a su primo Ananías Vartabed, llamado “el Filósofo”, Abad del monasterio de Narek, fundador de la escuela local y del monasterio del pueblo. En aquella época el monasterio, situado en las orillas del lago Van en Vaspuragán (hoy territorio ocupado por Turquía) era floreciente en vocaciones y en vida espiritual.

Eran tiempos tranquilos para los cristianos de Armenia, de antiguas raíces. En efecto, en el 451, la Iglesia Apostólica Armenia, junto con el Patriarcado de Alejandría y la Iglesia jacobita, consideraron que se rompía con lo acordado en el Concilio de Éfeso (425) y se producía una recaída en el nestorianismo, por lo que rompieron formalmente la comunión con el Papa y los demás patriarcas, siendo los escindidos considerados monofisitas.

Posteriormente, numerosos obispos armenios intentaron restaurar la comunión con Roma: en 1195, durante las Cruzadas, los católicos del reino armenio de Cilicia entraron en una unión con los católicos romanos que duró hasta que el reino fue conquistado por los mamelucos en 1375.

La unión fue posteriormente restablecida durante el Concilio de Florencia en 1439, mediante el decreto Exultate Deo del 22 de noviembre, pero no tuvo ningún efecto práctico hasta 1740, cuando Abraham Bedrós Ardzivian, quien previamente se había convertido al catolicismo romano, fue nombrado Patriarca de Sis (antigua Cilicia). Dos años antes, el papa Benedicto XIV había establecido formalmente la Iglesia Católica Armenia.

Pero la vida de San Gregorio se sitúa en plena época de la separación, en una época de paz y prosperidad anterior a las terribles invasiones de los turcos y los mongoles. Se trata de unos años en la que Iglesia armenia experimentó un auténtico renacimiento cultural, al cual contribuyó grandemente el mismo Gregorio.

El monasterio de Narek, hoy deshabitado, fue destruido como comunidad religiosa en el siglo XX, tras el Genocidio Armenio, la deportación forzosa y exterminio de un número indeterminado de civiles armenios, calculado aproximadamente entre un millón y medio y dos millones de personas, por el gobierno de los Jóvenes Turcos en el Imperio otomano, desde 1915 hasta 1923.

A la edad de 25 años fue ordenado sacerdote y nombrado formador de los novicios. Su fama de santidad y sabiduría trascendió las paredes de Narek, pasó a los monasterios vecinos y se convirtió sin pretenderlo en reformador de monjes. Elegido Abad del monasterio, llevó una vida llena de humildad y caridad, llena de trabajo y oración, animada por un ardiente amor por Cristo y su Santísima Madre. Por la envidia de su sabiduría, y debido también a la estricta observancia de las normas de vida conventual, se ganó la enemistad de algunos que abrieron contra él una auténtica persecución; le llegaron a acusar injustamente de herejía, y aquella campaña terminó con la deposición de sus cargos.

Gregorio fue un distinguido teólogo y uno de los poetas más importantes de la literatura armenia. Entre sus obras destacan un Comentario sobre el Cantar de los Cantares, muchos panegíricos y una colección de noventa y cinco oraciones en forma poética llamada “Narek”, por el monasterio en el que vivió. Murió alrededor del año 1003 y fue enterrado en el mismo monasterio. Su tumba fue el destino de peregrinaciones hasta la época de las masacres perpetradas por los turcos.

Fiel a la tradición de su Iglesia, Gregorio era un gran devoto de la Virgen, le cantó con acentos inspirados y según la tradición María también se le habría aparecido.

Entre sus composiciones son de destacar el “Discurso panegírico a la Santísima Virgen María” y en su “Libro de oraciones” (también llamado “Libro de las lamentaciones” porque lo escribió en la vejez durante una larga enfermedad) destaca la oración 80, titulada “Desde la profundidad del corazón, coloquio con la Madre de Dios.” En el Discurso, que parece inspirado en el Himno Akathistos, Gregorio profundizó la doctrina de la Encarnación, partiendo de ella para exaltar y cantar con tierna compasión y el estilo sublime, la dignidad única y la magnífica belleza de la Virgen Madre.

La oración 80 es una obra más madura que el Discurso. En ella, el santo, abrumado por muchas razones y llevado a la desesperación, expresó con ardiente amor, la certeza de ser ayudado por la Madre del Juez.

De sus obras se han hecho numerosas traducciones e incluso en 1984 el compositor Alfred Schnittke compuso un concierto para coro con versos de su Libro de las canciones, traducidas al ruso.

Proponemos dos oraciones del “Libro de los lamentos” de San Gregorio para conocer un poco más su pensamiento. Tratan los dos temas favoritos de este santo: La contrición por los pecados y la devoción a la Santísima Virgen.

“Hubo un tiempo en que yo no existía, y tú me creaste. No había pedido nada, y tú me hiciste. Todavía no había salido a la luz, y me viste. No había aparecido, y te compadeciste de mí. No te había invocado todavía, y te ocupaste de mí. No te había hecho ninguna señal con la mano, y me miraste. No te había suplicado nada, y te compadeciste de mí. No había articulado ningún sonido, y me comprendiste. No había todavía suspirado, y me escuchaste. Aún sabiendo lo que actualmente iba a ser, no me despreciaste.

Habiendo considerado con tu mirada precavida las faltas que tengo por ser pecador, sin embargo, me modelaste. Y ahora, a mí que tú has creado, a mí que has salvado, a mí que he sido objeto de tanta solicitud por tu parte, que la herida del pecado, suscitado por el Acusador, ¡no me pierda para siempre!…Atada, paralizada, encorvada como la mujer que sufría, mi desdichada alma queda impotente para enderezarse. Bajo el peso del pecado, mira hacia el suelo, a causa de los duros lazos de Satán… Inclínate hacia mí, tú, el sólo Misericordioso, pobre árbol pensante que se cayó. A mí, que estoy seco, hazme florecer de nuevo en belleza y esplendor según las palabras divinas del santo profeta (Ez 17,22-24)…Tú, el sólo Protector, te pido quieras echar sobre mí una mirada surgida de la solicitud de tu amor indecible… y de la nada crearás en mí la misma luz. (cf Gn 1,3)”.

 

“Hacia Ti me vuelvo, santa Madre de Dios,
Tú que has sido fortificada y protegida por el Padre Altísimo,
preparada y consagrada por el Espíritu que sobre Ti reposó,
embellecida por el Hijo que habitó en Ti:
ayúdame con tus oraciones,
a fin de que socorrido siempre por Ti
y colmado con tus beneficios;
habiendo hallado refugio y luz junto a tu santa maternidad
viva yo para Cristo, tu Hijo y Señor.
Sé mi abogada, demanda, suplica;
pues, así como creo en tu inefable pureza,
así creo también en la buena acogida que se hace a tu palabra.
Glorifica en mí a tu Hijo:
que Él se digne obrar divinamente en mí
el milagro del perdón y de la misericordia,
¡oh, servidora y Madre de Dios!
¡qué por mí tu honor sea exaltado,
y que por Ti mi salvación se manifieste!
Así ocurrirá, ¡oh Madre del Señor!”

 

Alberto Royo
Infocatólica

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