“Si así no lo hiciere, que Dios y la Patria me lo demanden”

28 de diciembre de 2020

En el imaginario popular está arraigada la creencia de que todo cambio de año supone una renovación de ciclo. Por lo general es una época para reflexionar y hacer un balance de los logros y reveses. En síntesis, de recomenzar, a menudo con un “borrón y cuenta nueva”.

Dejando de lado por un instante las trágicas consecuencias de la pandemia en un país de tres millones de habitantes y aquel terrible 1988 del terremoto, Armenia y los armenios estamos a punto de terminar el peor de los últimos cien años. El más triste, doloroso y trágico desde 1915. El “annus horribilis” en el que hemos perdido una generación de jóvenes y la cuarta parte del territorio de lo que fuera la Armenia libre, independiente y parcialmente unificada -Artsaj incluido- a partir de 1991.

Este 2020 quedará marcado en nuestra historia, por y para siempre, como el año en el que hemos sido víctimas de una agresión genocida, torturados, decapitados, y además, humillados, estafados, engañados. El año en el que hemos perdido nuestra histórica capital cultural Shushí, el incomparable monasterio de Tativank, las regiones de Hadrut, Karvadjar y decenas de pueblos en Artsaj y no sólo.

¿Qué decir del patrimonio individual y colectivo? Refugiados en su tierra natal, miles de armenios han abandonado –hasta quemado‒ casas, negocios, lugares de trabajo y bienes familiares. Sitios arqueológicos, museos y centros culturales; establecimientos escolares de todos los niveles; hospitales y centros de salud; iglesias y monasterios; monumentos y estadios; centrales hidroeléctricas; viñedos y empresas vitivinícolas; cabezas de ganado y tierras cultivadas… todo esto y mucho más, es lo perdido.

Rutas, caminos y poblaciones del sur de Armenia, en la región de Syunik (o Zankezur), donde el turco nunca antes había logrado entrar, han sido o están a punto de ser total o parcialmente ocupados, arrebatados o “cedidos” apresuradamente en base a mapas de google… Sin fronteras internacionales reconocidas entre Armenia y Azerbaiyán, sin mediar acuerdo interestatal alguno, sin el debido proceso de demarcación y delimitación de fronteras, sin tener en cuenta la cartografía oficial de décadas anteriores…

De hecho, Bakú desconoce todo límite anterior que no sea el trazado en sus mapas de 1918-1920. Por esa razón, no son de extrañar ni las declaraciones de Aliyev con relación a “sus tierras históricas” ni que en los últimos días militares azeríes estén festejando –y al acecho- a pocos kilómetros de Vartenís y del lago Seván.

La crisis humanitaria no se limita a los desplazados y refugiados que han quedado sin techo y sin trabajo. Aún al día de hoy se desconoce -o se oculta- el número oficial de víctimas mortales, de heridos, de prisioneros de guerra y de desaparecidos. Padres y familiares esperan cual “buena nueva” que encuentren y les entreguen el cuerpo de su hijo, padre o hermano muerto en combate… La necrópolis de Yeraplur ha triplicado su superficie.

Es un fin de año de luto y dolor intenso. Sin celebraciones.

La crisis política interna y la gravedad de la situación socioeconómica producto de la guerra y de la pandemia, son también el distintivo de este fin de año en Armenia. Ante este balance estremecedor ¿es posible hablar de “año nuevo, vida nueva”? ¿de “borrón y cuenta nueva”?

Desde antaño, en las mesas familiares armenias, las tradicionales -e interminables- palabras de brindis son parte inseparable de la ceremonia de los comensales. Sería como repetir uno de esos “discursos”, si hoy nos conformáramos diciendo que Armenia renacerá como el ave fénix de sus cenizas, que se sobrepondrá a la adversidad y que volverá a crecer y fortalecerse. Resiliencia, esa palabra tan de moda.

Es cierto que Armenia y los armenios lo han hecho muchas veces en el pasado y que han logrado sobrevivir y sobreponerse, a pesar de todo y de todos. Pero lo ocurrido –y lo que sigue ocurriendo‒ a partir del 27 de septiembre es tan alarmante, que no podemos darnos el lujo de falsos optimismos a corto y mediano plazo. ¿En qué contexto acudirán los sectores políticos al llamado de Pashinyan para analizar su convocatoria a elecciones parlamentarias extraordinarias en 2021? ¿O acaso se pretende que Armenia atraviesa una crisis como tantas otras y sólo es cuestión de ponerse de acuerdo en la fecha de los comicios?

Si el gobierno busca cambiar la agenda política, como si nada hubiera pasado, y crear una cortina de humo bajo el lema “hay que mirar hacia adelante”, no va por buen camino. Para que las cosas cambien habrá que enfrentarse a la realidad por más dura que sea. Y para salir del atolladero, habrá que investigar y llegado el caso, juzgar a autores y cómplices. Claro que para que eso sea posible, los funcionarios implicados, empezando por el Primer Ministro, deberían renunciar a sus cargos y asumir sus responsabilidades políticas con hechos y no con palabras.

Las acusaciones –con o sin pruebas concretas‒ formuladas en los últimos días contra el gobierno de Pashinian y contra su persona en el ejercicio de sus funciones, son tantas y tan graves, que no se pueden pasar por alto. Acusaciones -desmentidas o no- cuyos responsables no han sido demandados o querellados, hasta el momento, por delitos de difamación, calumnias e injurias. Eso sí, las citaciones a políticos a declarar ante las oficinas de los servicios de seguridad y los juzgados son ahora moneda corriente. Tanto como la presencia y el accionar policial en las calles…

Así pues, de esas muchas acusaciones, merece la pena señalar las referidas a:

Desde interrogantes relacionados con los contactos pasados y presentes de Pashinian con Aliyev, hasta la entrega sin resistencia de Shushí; desde la infiltración con pasaportes armenios de comandos turco-azeríes de Najicheván a Armenia, hasta su participación –con dominio del idioma armenio- en los grupos de “voluntarios” que se trasladaron de allí a Shushí vía Zankezur;

Desde la misiva oficial del 1 de septiembre de 2020 dirigida al Consejo de Seguridad de Armenia por el secretario de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva) advirtiendo sobre los peligros de una probable guerra inminente y sobre la posibilidad de recurrir a ese organismo regional de defensa del que Armenia es miembro pleno, hasta el hecho inconcebible de que el gobierno de Pashinyan haya ignorado ese ofrecimiento y no haya acudido a la OTSC durante la guerra, a pesar de que pueblos y aldeas de la República de Armenia (en las regiones de Syunik y Kegharkunik) fueron blanco inequívoco de ataques turco-azeríes;

Desde la negación a los continuos pedidos del presidente Putin –en particular el de la noche del 19 al 20 de octubre‒ de poner término a la guerra con menos víctimas y en condiciones más favorables, hasta la presencia de civiles –entre ellos de Anna Hagopian, cónyuge de Pashinyan, y de funcionarios del gobierno‒ en los búnkeres del Estado Mayor del ejército, donde nada tenían que hacer;

Desde la paralización del reclutamiento obligatorio al tercer día de la guerra, hasta el envío de grupos de voluntarios en lugar de efectivos de recambio del ejército regular; desde la retirada injustificable de las fuerzas armenias de los sitios que ocupaban al momento de la firma del acuerdo tripartito del 10 de noviembre, hasta la entrega de alturas estratégicas y poblaciones armenias de Artsaj y de Syunik, no estipulada en dicho acuerdo;

Desde la ineptitud diplomática con relación a sus aliados estratégicos, la inexistencia de contactos esenciales con el presidente Macrón –uno de los copresidentes del grupo de Minsk‒ durante y después de la guerra, hasta la escasa o nula relación con el gobierno de Irán y las reiteradas expresiones despectivas y deshonrosas –que surgen de conversaciones oficiales telefónicas grabadas‒ hacia Rusia y el presidente Putin…

La lista es larga y las acusaciones gravísimas. De probarse fehacientemente, algunas de ellas podrían configurar incluso, delitos contra la seguridad de la nación.

Históricamente, el Derecho a la Verdad tuvo sus raíces en el Derecho Internacional Humanitario y surgió con relación a la necesidad de las familias de conocer la suerte corrida por sus seres queridos desaparecidos durante los conflictos armados.

En este fin de año los padres y familiares de los miles de jóvenes armenios masacrados por los drones turcos tienen el derecho a la verdad. Los que buscan los restos o el paradero de sus hijos, hermanos y esposos, también.

El pueblo armenio en Artsaj, en Armenia y en la Diáspora tiene el derecho a conocer lo que sucedió, a que se haga justicia y a que no haya impunidad. Las futuras generaciones de armenios, también.

El juramento argentino del título es válido también para las autoridades armenias, hoy más que nunca.

Ricardo Yerganian
Exdirector del Diario Armenia

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