Iglesia Evangélica Congregacional Armenia

Sobre la vida y el futuro

18 de noviembre de 2015

Paul_Tournier

La Biblia nos presenta al hombre como el que camina en la sombra de la muerte, como el que está tocado por una enfermedad o, como dice el Nuevo Testamento, por una astenia que anticipa a la muerte… la muerte no llega al hombre como una catástrofe natural; está ligada a su existencia más íntima, a su existencia ante Dios”, y prosigue aún: “y sigue estándolo, todavía después de su justificación, pues si por la fe en Cristo, un ser nuevo –contenido por la fe- nace en él y escapa de la muerte (Juan 11:25) el hombre viejo… sigue llevando su existencia mortal, sigue siendo, según la expresión de San Pablo, un “cuerpo de muerte” (Romanos 7:24).”

El tema no son los moribundos, sino los vivos en edad de tener conciencia que están envejeciendo, y sus problemas, es decir, sus tormentos. El problema de la muerte merecería por sí mismo otros desarrollos, y aquí lo he tocado sólo porque constituye una preocupación importante para esas personas.

Ya ha pensado en la muerte y cuando una enfermedad nos recuerda que somos seres mortales, todos lo hacemos: la esposa del enfermo, sus hijos, sus amigos. Cualquiera piensa en la muerte aunque se sienta sano, al comprender que el tiempo pasa, que la vejez llega y que sus coetáneos desaparecen.

Volvamos una vez más a los Antiguos. Ya hablé sobre los estoicos y sobre su resistencia ante la angustia por la muerte. Ahora quiero referirme en especial a Epicuro y a su célebre razonamiento con el que suponía vencer el miedo a la muerte: “¿Cómo puedo temer a la muerte? Cuando yo soy, la muerte no existe y cuando la muerte es, yo no existo”. El razonamiento es impecable y ningún filósofo de la historia pudo jamás refutarlo de modo racional. Es indudable que mientras estoy vivo, la muerte no está presente; pero en mi alma está la consciencia de la muerte, la perspectiva segura de la muerte y su emoción inevitable.

aprendiendo-a-envejecer-de-paul-tournierAquí podemos medir la influencia profunda que la psicología ha ejercido sobre el pensamiento. La antigua máxima de Epicuro se nos presenta como un malabarismo puramente verbal, casi un juego de palabras ingenuo; para un psicólogo habituado a otra verdad, a la verdad vivida por el alma humana, tan real que ninguna palabra puede borrarla. Ya San Agustín, que en su frívola juventud había sido discípulo del epicureísmo, oponía a esta doctrina la unión constante de la vida con la muerte; pero la respuesta más importante la ha dado en nuestro tiempo el filósofo alemán Heidegger. Él ha descripto la condición humana de modo sorprendente: “la muerte no es un evento que le ocurre al hombre, sino un hecho que éste vive desde su nacimiento”. Desde su aparición el hombre está a punto de morir; nace y vive sobre un patrón mortal y desde el momento en que empieza a vivir ya es bastante viejo como para morir… La muerte es constitutiva de nuestro ser; día tras día vivimos nuestra muerte. Por esencia el hombre es un ser-para-la-muerte (Sein-zum-Ende).

Hay dos actitudes fundamentales posibles frente a la muerte: Heidegger la mira de frente y Sartre rehúye de ella. En todos los hombres con los que dialogo encuentro una u otra de estas dos posiciones; unos tienen consciencia aguda de la realidad de la muerte y de su importancia para comprender la vida; los otros rechazan esta verdad hacia el subconsciente. Los últimos esperan encontrar la serenidad a condición de no pensar en la muerte, pero creo poco probable que se pueda conocer la verdadera serenidad a ese precio; a lo sumo se podrá lograr una tensa impasibilidad, crispada y un poco inquieta, pues toda situación de rechazo se vive bajo la amenaza de un contragolpe de lo rechazado, en ese caso una toma brutal de consciencia de la realidad inevitable de la muerte.

Estas dos actitudes simbolizadas por dos existencialistas, Heidegger y Sartre. Pero hay que ser filósofo para tomar una posición tan decidida. En la práctica, todos los demás, creyentes o no, mezclamos sin cesar las dos reacciones o alternamos entre ellas, captamos la seriedad del problema de la muerte o bien nos lo ocultamos a nosotros mismos.

Asimismo, la respuesta cristiana a la muerte no es filosófica y creo que tiene una cierta ambigüedad intelectual. Si alguien me pregunta: ¿en la fe se puede aceptar la muerte?, mi contestación honesta tendrá que ser “si y no”. ¡Qué contradictoria! Temo decepcionar a muchos de mis lectores que esperan, de un creyente, afirmaciones seguras. Pero es la contradicción propia de nuestra naturaleza humana.

El anciano puede considerar a la muerte como una liberación, el fin de las pruebas, el reposo en Dios, el puerto que nos pone al abrigo de todas las vicisitudes de la existencia.

Eduardo Armen Hayetian
del libro “Aprendiendo a Envejecer”
de Paul Tournier, psiquiatra cristiano suizo

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