Sobre los laureles conseguidos que no supieron ser eternos

07 de agosto de 2022

Los soldados armenios caídos en los últimos días -ahora bautizados “rebeldes autonomistas”- han vuelto a ser los muertos nuestros de cada día... Algunos de cerca, otros de lejos, desde hace dos años no dejamos de sufrir viendo cómo se desmoronan familias enteras, cómo se desintegra un país... El instinto de autoconservación parece estar en plena extinción.

Éramos la generación afortunada que vivió el paso a una Armenia nuevamente independiente y a un Artsaj liberado luego de setenta años de opresión azerí. Pero algunos no aprendieron de nuestra historia: así como cayeron los reinos Arshakuní, Pakraduní y hasta la República de 1918, así pueden caer las Repúblicas de Artsaj y de Armenia. De generación afortunada a desafortunada hay sólo un paso.

Pro romanos y pro persas, pro bizantinos y pro árabes, pro occidentales y pro rusos y así hasta nuestros días nos debatimos en “grietas” internas que sólo benefician a los depredadores de turno. Pero es cierto también, que buscar puntos de coincidencia con el gobierno actual es tarea harto difícil, para no decir imposible: el traspaso de todas las líneas rojas habidas y por haber en la cuestión de Artsaj –y no sólo- no ha dejado margen de conciliación.

Lo grave del asunto es que ni siquiera la oposición ha logrado formar un bloque unido, como debería serlo en estas trágicas circunstancias. Dos intentos de agrupar a la población en torno a las fuerzas políticas opositoras han caído en saco roto. Y no precisamente por culpa de la gente. Aunque la patética indiferencia de muchos es una realidad que no se puede obviar. Pero ¿cómo caracterizar la nueva convocatoria a la gente en la calle... para el 2 de septiembre, es decir, una vez terminadas las vacaciones estivales?

La situación ha llegado a un punto crítico, in extremis. Así como Bedrós Kedatarts entregó el reino de Aní hace mil años, de la misma manera se está entregando Artsaj desde 2020. Los ataques azeríes de los últimos días sirven de cortina de humo para ocultar –y para acelerar- la entrega final.

Los turco-azeríes han puesto todas las cartas sobre la mesa y presionan para lograr su objetivo: ocupar lo que queda de Artsaj, pero vacío de armenios. Los rusos están allí para salvaguardar sus intereses estratégicos y para “garantizar” la paz, pero esa “garantía” hace agua por todos lados: los soldados armenios siguen cayendo víctimas de los drones turcos y los azeríes siguen avanzando y ocupando territorios.

Días atrás, Moscú señaló claramente a Azerbaiyán como responsable de haber violado la tregua en la línea de contacto existente a partir de noviembre de 2020. Pero esas palabras se las lleva el viento, así como las declaraciones de “profunda preocupación” de Washington y sus aliados europeos. En medio de la crisis energética surgida tras la guerra ruso-ucraniana, Bakú ha sido coronada como la salvadora de Europa al garantizar el suministro de gas. Y Bruselas no se va a arriesgar a poner en peligro el abastecimiento de los hogares europeos por salir en defensa de unos “autonomistas” armenios.

¿Qué hace el jefe de gobierno de Armenia ante la última escalada bélica? Volver de sus vacaciones y buscar excusas y justificativos: al fin y al cabo, que los rusos se hagan cargo de mantener el orden y la paz, para eso están ahí. ¿Y qué más da entregar unos pueblos armenios de Artsaj? En aras de entrar cuanto antes en la dichosa “era de la paz”, todo es aceptable.

Y para que no quede duda alguna, declara oficialmente que ya no hay soldados del ejército de Armenia en Artsaj. No son necesarios. Casualmente, los últimos fueron traídos de vuelta a Yereván, entre gallos y medianoche, un día antes del ataque azerí... Para decirlo lo más suavemente posible: Armenia ha abandonado definitivamente Artsaj a su suerte. De garante de su seguridad ha pasado al rol de Poncio Pilatos. Es evidente que no hay voluntad política de defender el interés nacional. Más claro, echarle agua.

Dos corredores que no son la misma cosa

El remanido tema del “corredor” de Zanguezur –el que uniría a Bakú con Najicheván a través del territorio armenio de Syunik- está siendo utilizado por el tandem turco-azerí con el claro propósito de equipararlo al corredor de Lachín (Berdzor), que une Artsaj con Armenia a través de una franja de territorio de 5 kilómetros de ancho (ver mapa abajo).

Expliquémonos: la forma de estrangular a Artsaj y a su población es cortarles ese cordón umbilical con Armenia. Para justificar ese objetivo, utilizan el siguiente argumento: si no se da paso libre a los azeríes por territorio de Armenia para llegar a Najicheván, tampoco tendrían que tener paso libre los armenios para llegar a Artsaj vía Lachín.

Una aclaración: cuando se habla del “corredor” de Zanguezur (flecha verde en el mapa) lo que turcos y azeríes ambicionan es la obtención de un paso libre del control de las fuerzas armenias sobre el mismo. Es decir, pretenden pasar por territorio de Syunik como panchos por su casa. Claro que esto es inaceptable –¿por ahora?- para Yereván y al parecer, también lo es para Moscú y para Teherán, que dicho sea de paso, acaba de concentrar efectivos y armamento en la zona limítrofe...

Es evidente que ambos corredores no cumplen con las mismas funciones vitales: si se corta el corredor que une a ambas partes de Azerbaiyán por encima de Armenia, los azeríes siempre tienen la posibilidad de llegar a Najicheván a través de Irán o de Georgia. Pero si se corta el corredor de Lachín, Artsaj está perdido. Así de simple.

Otra aclaración: el corredor de Lachín está –o debería estar- bajo el control de las fuerzas de paz rusas en Artsaj teóricamente hasta 2025. Cualquier modificación del estatus actual del mismo a favor de Azerbaiyán implicaría tomar a dos mil efectivos rusos “rehenes” dentro del territorio de Artsaj. Es obvio que turcos y azeríes quieren matar dos pájaros de un tiro: apoderarse definitivamente de todo el territorio de Artsaj -con el consecuente vaciamiento de su población- y presionar para el retiro anticipado de las fuerzas rusas. Dicho de otro modo, ¿qué funciones de mantenimiento de la paz tendrían para cumplir allí los soldados rusos si no quedaran más armenios?

Al momento de escribir estas líneas, los habitantes de Sus, Berdzor y Aghavnó (foto abajo), los tres pueblos armenios ubicados en el corredor de Lachín, han recibido el ultimátum de abandonar sus hogares hasta el 25 de agosto próximo. La entrega de los mismos, planificada en principio para los primeros días de julio no se llevó a cabo debido a la resistencia interna o vaya uno a saber por qué acuciantes temores del gobierno. Siguió el ataque mortal de Bakú a principios de agosto y mediante la amenaza de la guerra, ahora han puesto nuevamente fecha de entrega. “Y ni se les ocurra quemar sus casas”, les advierten...

Pero hay algo que no queda claro: en el acuerdo tripartito del 9 de noviembre de 2020 no se establece en ninguno de sus puntos que los armenios deberán abandonar el corredor de Lachín. Entonces ¿a qué se debe todo esto? Según analistas políticos de Armenia, en el texto ruso –el único válido- del mencionado acuerdo se habla de un camino alternativo a crearse hasta 2023, para evitar el paso por la ocupada Shushí. Pero de ningún modo se habla de abandonar pueblos o de crear un nuevo corredor fuera del existente. En opinión de esos mismos analistas, todo indica que existen acuerdos secretos –verbales o escritos- entre los dirigentes de Armenia y de Azerbaiyán y que la entrega de los pueblos del corredor de Lachín se enmarca dentro de dichos acuerdos... 

De sultanes, zares y mendigos de la paz

La historia de los últimos trescientos años nos enseña que las relaciones entre Rusia y Turquía han sido conflictivas, no exentas de numerosas guerras en las que los zares y sus sucesores han llevado las de ganar. Pero eso no ha sido motivo para impedir que en ocasiones –como la actual- se hayan entendido y hasta se hayan repartido territorios. Y Armenia siempre ha salido perdiendo de ese acercamiento: Kars, Aní, Ardahán, el monte Ararat... ¿Y hoy Artsaj?

Cabe señalar que ninguna de las dos partes se sienta a la mesa de negociaciones con un perfil de perdedor. Cada una tiene sus puntos de apoyo y sus palancas de presión al otro. La cuestión es no volver con las manos vacías. En todo caso, patean para más adelante los temas más espinosos. Ambas son expertas en el chantaje político y diplomático. Eso hay que reconocerlo.

El timing de los últimos sucesos en Artsaj no es casual: antes del encuentro al más alto nivel en Sochi entre los presidentes Putin y Erdogan, el tandem turco-azerí necesitaba tener más cartas en la mano para presionar a la parte rusa. Es evidente que en plena guerra contra Ucrania, Moscú no quiere un segundo frente en el Cáucaso. Qué mejor momento entonces para presionar contra la presencia del ejército ruso en Artsaj.

A pesar de las cuatro horas de negociaciones, no ha habido ni una sola palabra sobre Artsaj en la declaración publicada al finalizar el encuentro. Es harto improbable que ante los últimos acontecimientos, la cuestión de Artsaj no estuviera en la agenda bilateral. Días antes, el Consejo de Seguridad de Rusia había sesionado sobre el tema. Pero lo que han acordado en Sochi al respecto, por ahora sólo ellos lo saben...

¿Por qué a Armenia no se la toma en cuenta en el terreno diplomático? ¿Por qué son siempre los vecinos los que deciden su suerte? ¿Quiere pero no puede?

Las respuestas no son sencillas. Lo que sí está claro es que para ser tenida en cuenta, además de requerirse un mínimo equilibrio de fuerzas para presionar a la contraparte, es necesario demostrar una firme voluntad política en defensa de los intereses nacionales, así como de los intereses estratégicos comunes con los países aliados (si es que todavía queda alguno...)La ausencia de esa voluntad deriva en una falta de credibilidad en el ámbito regional e internacional. De ahí que deba llevarse a la práctica, poniendo en marcha todos los recursos posibles en los ámbitos de Defensa, diplomático, mediático y de la diáspora.

Por el contrario, el primer ministro Pashinyan lleva adelante una política nacional entreguista; reparte promesas a los cuatro vientos y al verse en aprietos chicanea por igual a aliados y enemigos; debilita las fuerzas armadas; anula la labor del ministerio de Relaciones Exteriores y cierra las puertas a los dirigentes armenios de la diáspora. Eso sí, las abre ampliamente a los azeríes para que se dirijan a Najicheván a través de Armenia: “Pasen ustedes por donde quieran”, acaba de declarar públicamente...

El primer ministro armenio mendiga la paz, mientras los azeríes no sólo siguen asesinando con drones turcos sino que no ocultan sus intenciones de llegar hasta Yereván. Hasta han “descubierto” un supuesto barrio azerí en el corazón de la capital... Ya lo había anunciado Aliyev en su momento: “Volveremos pero sin tanques”. Y no es casual que se haya creado una asociación denominada “Azerbaiyán occidental”. Con que logren tener a unos 100 o 200 mil asociados, supuestamente antiguos pobladores de distintas regiones de Armenia y sus descendientes, no sería extraño que exigieran el regreso a “sus tierras ancestrales”. Claro que también ofrecerían el regreso a los armenios de Sumgait o de Bakú. Pero ¿qué armenio regresaría?

¿Y cómo hará el gobierno de Armenia para prohibirles a esos azeríes la entrada a Syunik, Kegharkunik, Vayots Tsor, Tavush y Yereván? Una vez allí instalados, tampoco sería raro que en pocos años presionaran para organizar un referéndum declarando su autonomía y su deseo de reunirse con sus hermanos de Azerbaiyán. Cualquier intento represivo levantaría un revuelo del estilo “no están respetando los derechos de nuestra minoría” y el conflicto armado estaría nuevamente servido y justificado ante la opinión pública internacional. Esta vez, para ocupar regiones enteras de Armenia.

Estas hipótesis no están en la esfera de la fantasía. La “paz” que mendiga el gobierno es una vana ilusión que abrirá aún más el apetito panturquista y que más pronto que tarde traerá una “paz” humillante, además de no duradera. La historia está repleta de ese tipo de paces...

El conjunto de la dirigencia política y militar de Armenia y de Artsaj no ha logrado que los laureles conseguidos hace treinta años fueran si no “eternos”, al menos duraderos. Se ha dormido en esos laureles y no ha tenido la visión de futuro necesaria para crear las bases de un Estado sólido. Un error de nefastas consecuencias visibles, del que seguramente hablarán las futuras generaciones.

En esta triste etapa iniciada tras la guerra de Artsaj de 2020, el gobierno de Armenia está dando muestras de un auténtico e inaudito colaboracionismo. Sus acciones y sus declaraciones no dejan lugar a dudas. Ya ni siquiera intenta ocultarlo. La pregunta es: ¿Llegará también el infausto momento en que los habitantes de Yereván deban abandonar la capital?

Ricardo Yerganian
Exdirector de Diario Armenia

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