Tsitsernagapert, la primera batalla ganada al negacionismo

21 de abril de 2020

Las marchas masivas de 1965 en Ereván lograron que el poder soviético permitiera construir el Memorial del Genocidio y abrieron camino para pasar del lamento al reclamo de justicia.

En ocasiones las efemérides, mucho más cuando son números redondos, parecen tener un simbolismo especial. La Causa Armenia vivió un verdadero punto de inflexión al conmemorarse el cincuentenario de las masacres que dieron lugar al primer genocidio del siglo XX y el nacimiento forzado de la diáspora tal cual la conocemos hoy. Pero todo comenzó en el corazón mismo de Armenia.

Las demostraciones callejeras del 24 de abril de 1965 en Ereván marcaron un antes y un después en la difusión de los hechos y el pedido de reconocimiento por parte de la comunidad internacional.

No fueron marchas para protestar contra el gobierno de turno, ni en reclamo de demandas de orden doméstico. Fue un grito de justicia que respondió a la necesidad de poner el Genocidio Armenio, planeado y ejecutado por el Estado turco-otomano entre 1915 y 1923, en un lugar prioritario en la agenda mundial.

Pero al interior de las diversas comunidades armenias las demostraciones fueron también una clara señal de que más allá de diferencias políticas, la lucha por el reconocimiento del genocidio cometido por los turcos era una prioridad y un objetivo común, detrás del cual la República Socialista Soviética de Armenia, las instituciones de la diáspora y los armenios de todo el mundo debían aunar esfuerzos.

La vanguardia

En algún sentido, fue la élite política e intelectual de Armenia la que impulsó una campaña masiva de difusión en el 50° aniversario del genocidio.

El punto de giro fue un acto político de corte nacionalista en las calles de Ereván en abril de 1965 y el reclamo de reconocimiento, la construcción de un memorial en recuerdo de las víctimas y hasta reivindicaciones territoriales.

Sashur Kalashyan y Arthur Tarkhanyan, los arquitectos que construyeron el complejo, junto a un armenio de la diáspora en 1968.

A mediados de los años ’50, tras la muerte de Josef Stalin, el proceso de desestalinización había desencadenado una ola de relativa apertura, muy distante de la democracia occidental, por supuesto, pero sí un cierto florecimiento de las ideas y la acción política, hechos desconocidos hasta ese momento en la experiencia soviética.

Figuras como Paruyr Sevag, Silva Kaputikyan y su esposo, Hovannés Shiraz comenzaron a tomar vuelo por sus aportes literarios, que fueron a la par de su compromiso político y el involucramiento en los asuntos públicos.

Pero también hubo un invalorable apoyo político. Ya hacia fines de 1964 Yakov Zarobyan, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Armenia, había mantenido contactos con altos oficiales de la URSS como Andrei Gromiko, Nikita Khruchev y Leonid Brezhnev. El objetivo era obtener permiso para la construcción de un memorial en homenaje a las víctimas del genocidio armenio.

Conociendo las buenas relaciones entre la URSS y Turquía el proyecto llevaba por nombre “monumento dedicado a los mártires armenios sacrificados durante la Primera Guerra Mundial”. Pero ya en marzo de 1965 el Consejo de Ministros de Armenia Soviética adoptó una resolución sobre “Construir un Monumento para Perpetuar la Memoria de las Víctimas del Yeghern de 1915”.

El 24 de abril de 1965, una gran movilización, estimada en unas 100.000 personas, se reunió en la Plaza Lenín de Ereván (hoy Plaza de la República) pidiendo a las autoridades el reconocimiento del genocidio perpetrado por el Estado turco y erigir un monumento en recuerdo de las víctimas. Fue la primera manifestación callejera en la Unión Soviética desde los tiempos de la Revolución.

Carteles con leyendas como “Solución justa a la Cuestión Armenia” y otras consignas nacionalistas con referencias a Armenia Occidental y los territorios ocupados, Karabaj (Artsaj) y Najicheván, pudieron verse allí.

Silva Kaputikyan y Paruyr Sevag fueron algunos de quienes tomaron la palabra en aquella jornada histórica, en la que recordaron a los intelectuales armenios detenidos y asesinados al comenzar el genocidio. Días después, ambos – con vínculos en la estructura de poder soviética- fueron “invitados” al Kremlin para encontrar un cauce político a la manifestación.

El resultado de las gestiones fue el aval de las autoridades soviéticas para la construcción del monumento de Tsitsernagapert (o Dzidzernagapert, como se prefiera) que recuerda al 1,5 millones de víctimas de la barbarie otomana.

Bloques de piedra

Con la autorización consumada, el gobierno de Armenia se abocó a la tarea de armar un concurso y seleccionar el proyecto para la construcción del complejo. Sobre 78 propuestas iniciales, finalmente se eligió el proyecto de Arthur Tarkhanyan y Sashur Kalashyan, dos jóvenes arquitectos que debieron trabajar duro para tener las obras concluidas en tiempo récord.

La idea original era una gran cruz de 10 metros de alto, con una llama votiva en un área en la que había que descender varios metros. En una entrevista con el portal Sputnik, Anahid Tarkhanyan, hija de uno de los arquitectos, recordó que la idea quedó de lado porque “en los años soviéticos la cruz era una opción inaceptable”.

Así maduró el proyecto como lo conocemos hoy, con tres estructuras principales, el Monumento de 12 columnas, el Templo de la Eternidad, donde está la llama votiva permanente, a la que se llega oyendo música tenue de duduk, y el monumento “Revivir Armenia”.

La inauguración tuvo lugar el 29 de noviembre de 1967, al conmemorarse el 47° aniversario de la creación de Armenia Soviética, con las máximas autoridades de la república. La llama la encendió el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Armenia, Antón Kochinyan, acompañado por figuras políticas y de la cultura.

Apenas unos meses después, en mayo de 1968, con criterio similar se inauguró el monumento de Sardarabad. Pero ésa es otra historia.

Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar

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