Un Centenario que pasó sin pena ni gloria
El Centenario de la creación de la República de Armenia pasó casi desapercibido en un país más preocupado por los cambios políticos prometidos por sus nuevos líderes que por recordar la historia de los héroes que lograron alcanzar la independencia de los poderes que sojuzgaron nuestra nación por tantos siglos.
Escasos dos días antes del 28 de Mayo las calles de Ereván no mostraban signo alguno de la ansiada conmemoración y sólo unas pocas horas antes aparecieron algunas banderas tricolores anunciando la festividad. La televisión tanto oficial como privada hacía muy poca mención del Centenario y la gente, aquella que debía ser protagonista de una fiesta maravillosa, apenas se acordaba que ese día era algo trascendental para la nación de los armenios.
La expectativa creada en tantos hermanos de la Diáspora que concurrimos a nuestra Madre Patria para tomar parte de las celebraciones que suponíamos iban a ser magníficas e inolvidables, quedaron sepultadas. La indolencia oficial se extendió hasta el propio Memorial de Sardarabad donde tuvo lugar el acto oficial y al que peregrinamos miles de armenios que recorrimos medio mundo para compartir la alegría de dicha celebración.
El acto resultó un caos, calles cortadas, el acceso al monumento impedido y lo que es peor, ninguna previsión para que la multitud que llegó también de Ereván y otras localidades pudiera disfrutar su 28 de Mayo como lo anhelaba.
El primer ministro Pashinian pasó raudamente con su comitiva, dio su discurso, saludó a unos pocos que lograron acercarse a él y se retiró. Hubo un desfile polémico con fuerzas armadas del extranjero y todos de vuelta a sus casas. Pero, aquí también falló la organización porque a pesar de que había decenas de agentes del orden en el área, el tráfico se atascó debido a la inoperancia policial, tanto que recorrer unos pocos cientos de metros insumió al menos tres horas de un día sofocante.
Por la noche hubo un festival en la Plaza de la República. Estaban el primer ministro, el presidente, el Catolicós Aram I y algunos funcionarios. Poco público y poco entusiasmo en todos. Lo mejor del día fueron los fuegos artificiales que sorprendieron a propios y extraños.
Y aquí cabe preguntarse el por qué de tanta “austeridad”, de tanta celebración que pareció casi de compromiso y que cualquiera supondría que al igual del Centenario del Genocidio Armenio iba a merecer la mejor atención oficial.
Ereván estaba colmado de armenios de todo el mundo. Podemos dar fe de ello los casi trescientos compatriotas que viajamos desde Argentina con grandes expectativas que sólo fueron cubiertas en parte.
Uno pensaba que Aram Manukian y sus compañeros de la heroica gesta de mayo del 18 merecían otra recordación y tratamiento y que no serían sólo mencionados como tales en un discurso oficial que se preocupó más en un resaltar un presente politizado y parcial que en honrar la memoria de los verdaderos hacedores de la Armenia moderna.
Pero la verdad visible es otra y no es más que aquella política que todos los gobiernos de Armenia imponen una y otra vez en sus ciudadanos, desmereciendo un pasado glorioso y no tan lejano.
Olvidando a quienes dieron su vida en el campo de batalla o luchando por las reivindicaciones de nuestro pueblo, olvidan también sus orígenes y desmerecen la valiosa herencia recibida.
Armenia es una gran nación conformada por los pobladores de sus territorios y los integrantes de su gigantesca Diaspora y no es justo que unos y otros no se hermanen al menos en la recordación de su mayor evento reciente, el 28 de Mayo de 1918.
Jorge Rubén Kazandjian