Un homenaje a Armen Shekoyan

30 de julio de 2021

¿Qué es una Nación? 

Una superficie de tierra con sus normas, sus instituciones políticas. Una tierra que linda con otras tierras. Otras tierras que pueden tener condiciones orográficas, geológicas, climáticas similares o idénticas y, sin embargo, se ven como extranjeras. ¿Qué es lo que hace que una tierra sea extranjera, más allá de los límites? 

La lengua, la religión, esos modos de ver el mundo que tienen los pueblos. Pero la lengua, aquella serie de signos que sirven para comunicarnos, para nombrarnos es, sobre todo, una traducción, una traslación de los sueños a la voz. Porque para conocer una nación se puede ir, posar al lado de sus monumentos, tomar una fotografía y decir, como alguna vez sentenció Julio César vini, vidi, vinci (ir, ver, vencer) como modalidades veloces de una victoria que es el conocimiento del otro, sobre el otro. Pero, ¿la foto tomada al moumento de Sardarabad, por ejemplo,  nos habla sólo de las batallas históricas  o también de la lucha diaria de un pueblo que todos los días se levanta, va a trabajar y vota? Acaso la sombra de los monumentos o los paisajes donde nos sacamos una foto diciendo: esto es Armenia, estuve en Ereván, se reflejen en los ojos de los transeúntes, de las personas que día a día dan nombre a un pueblo.

Una Nación es una imaginación sobre una Nación, y sólo comprenderemos a un pueblo si accedemos a sus sueños que son sus deseos. A eso que late, eso vibrante que está más allá de las noticias de soldados caídos o de elecciones presidenciales.

¿Pero quién cuenta el devenir onírico de una nación? ¿Cómo se nombran los deseos que son comunes y que no tienen nombre? Todos dormimos, y el poeta, en vigilia, se queda en duermevela para anotar la ensoñación. No hay un saber sobre un pueblo si no se lee a sus poetas. La nación puede seguir con su cotidianeidad, con su quehacer diario, y podemos seguir comiendo un rico manti con mazun y creer que es eso lo armenio. Sin embargo, una identidad es la tradición conformada por las costumbres, pero también el modo en que un torbellino se lanza a la vida, y a ese vértigo lo pule el sueño, le da forma, lo germina.

¿De qué están hechas las fantasías armenias, o la fantasía de los armenios? 

Si uno quisiera saber acerca de las noticias militares, se dirigiría a los encargados en defensa; si se quiere saber hacia dónde va la vida de los sueños: hay que preguntarle a los poetas. Y se pregunta cuando se lee.

Armen Shekoyan es un poeta de Armenia. Nació en el año 1953, publicó una veintena de libros. Sus libros de poesía más renombrados son “Antipoesía” y “Hotel Ereván”. Fue director del museo Hovhannés Toumanyan, filólogo y además graduado del Instituto Máximo Gorky de Moscú, sus obras fueron traducidas al ucraniano, estonio, ruso, checo y al castellano. Alice Ter Ghevondian nos ha dado la versión al castellano que se ha publicado en la Argentina en la antología de poetas armenios contemporáneos bajo el nombre “Un idioma también es un incendio” y en Colombia con el nombre “Contra la orfandad”.

Armen Shekoyan falleció en la mañana del día 29 de julio en Ereván. Shekoyan nos ha arrastrado hasta el fin de un mundo, ya no estará interpretando el bullicio deseante de lo que se dice armenio. Si en el siglo XIX el poeta era aquel ser iluminado, pensemos en Baruyr Sevag llamándose a sí mismo como “secretario de Dios”, en el siglo XX se instala la idea del poeta trabajador, un igual entre iguales. 

Así escribe Shekoyan su poema “Hotel Ereván”, un largo poema donde nos ofrece 846 nombres de personas de la ciudad, cerrando la poesía con el verso “ellos me conocen”. El poeta nos habla de sujetos iguales y reconciliados. Con su ironía parodia al poder de los políticos y de los intelectuales, y trae al amor como gran igualador. Su poema “Nosotros”, allí donde resuena la película del genio documentalista Artavadz Peleshian “Menk”, escribe: no hemos venido a la ciudad a quejarnos sino a dejar nuestros amorosos cantos. 

El semialfabetismo de los deseos creado por la erosión de toda mitología que construía una poética es producto de los modos de falsificación y deshumanización propio de los lenguajes corporativos. Una comunidad organizada, reza un ideario latinoamericano, diría que requiere de una comunidad imaginada.  Y no se trata de poetizar los sueños, sino de escucharlos, sacarlos del cuerpo de cada quien para ofrecerlos como lectura. Entonces reflejados en una página, cada quien pueda reconocer sus odios, sus amores, sus vuelos, la cavidad de sus pozos. Esa era la labor de Shekoyan, “labor” como decimos las mujeres para el parto. Porque sólo nacemos como identidad en la medida que se nos da a luz. Y nacer requiere del trabajo de dos: poeta (madre) y lector, ese ciudadano, ese armenio que es armenio cada vez que se le regala un nombre. 

“Errando me extendí

En ese laberinto al que llaman país.

Me extiendo sin fin y me chorreo

En ese pozo impenetrable y oscuro.

Me extiendo en esta oscuridad sin luz

Escarbo, pero no encuentro la salida.

Me conocen todos los culpables,

Los barbudos y bigotudos,

Lo imberbes y los jóvenes,

Los dementes e inocentes

Todos los sabios y profanos

Los escrupulosos y desvergonzados.

Me conocen todos los pintores,

Los instigadores y provocadores,

Todas las serpientes y escorpiones,

Todos los subordinados y dirigentes…

Me conocen todos los grafómanos

Me conocen todos los tramposos,

Que husmean en esa oscuridad sin luz.

Todos me conocen, pero no me encuentran….”

(Fragmento de “Hotel Ereván” de Armen Shekoyan)

Ana Arzoumanian

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