Una terrible confesión de Pashinyan entre la paz proclamada y una nueva guerra latente

Levon Zurabyan, vicepresidente del partido Congreso Nacional Armenio, encendió la mecha: según afirmó, Nikol Pashinyan admitió, en su mensaje del 28 de agosto, que en 2020 rechazó un plan de paz internacional y eligió sacrificar Artsaj para, según dijo, “preservar la independencia y la condición de Estado” de Armenia.
“¿Por qué en septiembre de 2020 nuestro gobierno no hizo concesiones, la única posibilidad teórica de evitar la guerra de 44 días? La razón principal fue que las amenazas y dependencias que tendríamos como resultado de esas concesiones aumentarían desproporcionadamente, lo que llevaría a la pérdida de la independencia y la condición de Estado de Armenia”, resalta Zurabyan de los dichos del Primer Ministro armenio. En otras palabras: hubo una alternativa para evitar la guerra y Nikol Pashinyan la rechazó.
Zurabyan agrega un dato crucial que eleva el peso político de su denuncia: el plan de paz provenía de los tres copresidentes del Grupo de Minsk (Estados Unidos, Rusia y Francia). “La parte armenia devolvía cinco regiones fuera de Nagorno Karabaj y Kelbajar permanecía bajo control armenio hasta una decisión mutuamente aceptable sobre el estatus final de Artsaj, sin ‘corredor de Zangezur’”, resume. Y explica el motivo del rechazo: Pashinyan consideró que la presencia de fuerzas de paz rusas amenazaba la independencia de Armenia. Ese es el núcleo de la “confesión”: no fue imposición externa, fue una decisión política deliberada.
El dirigente opositor enumera una serie de contradicciones del primer ministro: ayer decía que “no le habían enviado ningún plan y hoy admite que sí hubo un plan y lo rechazó. Ayer culpaba a Moscú por “entregar Artsaj” a Azerbaiyán, hoy reconoce que la entrega formaba parte de su propia estrategia para “normalizar” con Turquía y Azerbaiyán. También advierte sobre un paso adicional: el oficialismo impulsa una reforma constitucional que, según Zurabyan, eliminaría la Declaración de Independencia del texto constitucional, coherente con la línea de concesiones que describe.

Las consecuencias de aquella decisión fueron desastrosas para Armenia y están a la vista. Más de 5.000 jóvenes soldados armenios, de entre 19 a 21 años, quedaron en los cementerios levantados a toda prisa después de la guerra de 44 días. Artsaj se perdió, su población fue vaciada y exiliada, y el país quedó atado a acuerdos firmados sin consulta. En su propia entrevista del 13 de noviembre de 2020, el Primer Ministro defendió que la declaración tripartita con Aliyev y Putin fue “un documento para detener las operaciones militares” y justificó no haberla discutido con el Parlamento porque “la decisión tenía que tomarse en cuestión de horas”. La historia democrática de Armenia merecía otra cosa.
La situación de la región está a la vista de todos: Ilham Aliyev festeja y dice que “alcanzó todos los objetivos”. Refuerza el gasto militar, incorpora nuevas unidades especiales, drones, artillería y aviones de combate y grita a los cuatro vientos que el tratado de paz “será recordado como una victoria histórica de Azerbaiyán” asegurando acceso terrestre a Najicheván y a Turquía a través de territorio armenio.
En tanto el Gobierno armenio ya adelantó que el presupuesto 2026 no prevé un aumento significativo de la defensa algo que Pashinyan presentó como “un paso lógico hacia el camino por la paz”. La asimetría es flagrante: Bakú habla de victoria y rearme mientras Ereván baja la guardia a niveles peligrosos.
La validación externa de este cuadro llegó desde Washington. Jim O’Brien, ex subsecretario de Estado de los Estados Unidos de la administración Biden y miembro del equipo que trabajó el marco de entendimiento entre Armenia y Azerbaiyán, escribió que el acuerdo del 8 de agosto en Washington entre Trump, Aliyev y Pashinyan dejó a Ereván vulnerable y le dio a Bakú una victoria política anticipada: “Estados Unidos pagó por adelantado, mientras Aliyev solo tuvo que reiterar promesas de paz que ha hecho muchas veces”. O’Brien detalla, además, un punto que Pashinyan intenta minimizar: no habrá acuerdo final por al menos un año porque Azerbaiyán exige cambiar la Constitución armenia para borrar referencias históricas. Si Armenia no lo hace, el “precio de la paz” subirá. Es decir, la presión continuará.
O’Brien también cuestiona la arquitectura del proyecto del corredor que excluyó a actores clave como Irán y Rusia cuyo aval sería imprescindible para que funcione. También advierte que, sin integración real a una red global, el corredor será de interés casi exclusivo para Bakú. Su frase es brutal por lo que implica: “No habrá dividendo de paz significativo para Armenia”. Algunos analistas advierten que nadie parece asumir la responsabilidad de proteger ese corredor en caso de crisis.
El cuadro se completa con una Turquía que acelera la construcción del ferrocarril para conectar con Azerbaiyán atravesando Armenia. “No hay paz positiva, hay posguerra administrada en la que uno impone condiciones y el otro cede”, advierte un politólogo.
Días atrás, Aliyev volvió a lanzar amenazas contra Armenia: afirmó que, de haber querido ocupar la región de Syunik, lo habría hecho ya que son solo 40 kilómetros. “No tomaría mucho tiempo desde el punto de vista militar. Simplemente se llega y se toma desde ambos lados: desde Najicheván y desde este lado de Azerbaiyán”, dijo con impunidad.
Si, como sostiene Zurabyan, Pashinyan confesó que sacrificó Artsaj para “preservar la independencia”, la consecuencia no es solo geopolítica: la pérdida de Artsaj, la limpieza de su población, las más de 5.000 vidas truncadas y la humillación nacional fueron el resultado de una decisión consciente y calculada. Presentarlo como una fatalidad inevitable es ocultar la verdad incómoda: hubo alternativas y hubo elección. Para colmo, hoy Aliyev celebra, Armenia desarma y Washington “paga por adelantado” por una paz que no protege a los armenios.
El Primer Ministro armenio intentó relativizar el golpe al afirmar, en el mismo discurso, que Armenia "estuvo más vulnerable en 2021, 2022 y 2023" que ahora. Que hoy está “en la situación menos vulnerable desde la independencia". La realidad lo desmiente ya que sin garantías de seguridad, con exigencias de reforma constitucional impuestas desde afuera, con el vecino rearmado y envalentonado y con una sociedad rota por sus caídos, hablar de “menor vulnerabilidad” es un autoengaño.
Mientras tanto, las últimas noticias indican que Azerbaiyán ya completó el registro de más de 100.000 personas para asentarse en Armenia. Otra exigencia de Aliyev complacida. La lista de anotados crece a un ritmo de 250 a 300 nombres diarios. Detrás del eufemismo “Azerbaiyán Occidental” se oculta un plan deliberado: socavar la democracia armenia, minar la soberanía y consolidar la influencia de Bakú desde adentro, incluso sellando pasaportes que citan pueblos armenios como lugar de nacimiento de los nuevos residentes. La pasividad del gobierno de Pashinyan frente a este avance va llevando a Armenia al borde de un debilitamiento político y estructural que podría marcar el inicio de un retroceso irreversible del país.
La confesión política ya está hecha. Ahora falta la responsabilidad. No hace falta esperar a que la Historia juzgue a Nikol Pashinyan.
Pablo Kendikian
Director de Diario ARMENIA