Unidad e Integración
La presente nota proviene de nuestros archivos. Escrita en los años setenta, ofrece una realidad que impresiona por la exacta descripción del actual contexto de nuestra comunidad. Luego de varias décadas subsisten los mismos problemas y conflictos de intereses comunitarios. Abraham Aharonian se acerca a ellos con precisión de cirujano y propone el camino a seguir.
Las vocaciones nacionales hacen la grandeza de los pueblos. En la historia universal no hay un solo caso de Nación que haya alcanzado a realizarse en todas sus dimensiones sin antes definir su vocación nacional.
Para que un país exista en términos de Nación, tienen que estar claramente definidas las pautas de coincidencia, aquellas que identifican a todos sus integrantes bajo el sello de la nacionalidad y que constituyen los objetivos que son comunes a todos los sectores y a todas las ideologías, sin que puedan admitirse exclusiones o parciales renunciamientos. No basta ser país, hay que ser Nación. Y no serlo un día, sino todos los días. El punto de partida de tan inmensa tarea es la unidad e integración de todos los sectores de la comunidad. La unidad y el desarrollo traerán la satisfacción de las necesidades nacidas de la desintegración y el estancamiento. Antes de hablar de fronteras ideológicas, tenemos que hablar de fronteras de dolor, de sufrimientos y de miseria. Los males deben ser combatidos en sus orígenes y no en sus consecuencias.
La Comunidad Armenia de la República Argentina necesita y exige, en este momento histórico: Unidad e Integración. Jóvenes armenios, no seamos una generación sin lugar en la historia. Pongamos el hombro, unidas todas las partes, a la tarea de la prioridad máxima: LA UNIDAD. La armenidad necesita que esta generación le ofrezca una clase conductora que haya puesto sus ideas absolutamente en claro en materia de objetivos comunitarios y nacionales. No puede haber una conducción comunitaria, con posibilidades de lograr sus objetivos, si en cada uno de los sectores en que estamos divididos no existe una plena claridad de conceptos acerca de nuestro destino común.
Tenemos un mandato. Tenemos que empinarnos sobre las querellas y dejar de mirar el pasado. Desterremos en forma definitiva las luchas internas.
No esperemos milagros. No se trata de renunciar al pasado. Se trata de no renunciar al futuro. No hay hombres indispensables. No hay hombres irremplazables. Indispensables e irremplazables son los grandes objetivos que la comunidad armenia trata de alcanzar. Parejas son nuestras inquietudes y desvelos, y parejos han de ser nuestros destinos si todos comprendemos que ésta es la hora de responsabilidades y no de evasivas, de resoluciones y no de escapatorias. Debemos trabajar juntos, sin sectarismos ni banderías y para ello debemos comenzar por entendernos. Esto es posible y se hará si cada uno de nosotros cumple con su deber.
Acción. Esto es lo que quiere y reclama la juventud armenia: Acción.
Ha habido una fecunda controversia. Es este uno de los rasgos confortadores de la época. Comenzamos a abandonar las personalizaciones de nuestra incipiente y luego desarticulada unión. Y existe, pese a todo lo negativo que ha gravitado en el quehacer de la colectividad armenia, vocación, interés y gusto por el debate de las ideas. Por este camino hemos de avanzar y estamos avanzando. Por eso, porque la juventud está en condiciones de hacer y sus hombres y mujeres perciben ya las exigencias históricas de este tiempo y porque nada puede sernos ajeno, extraño o indiferente dentro del ajustado encuadre de nuestras realidades, es que debemos enarbolar la bandera de la Unidad y consagrar a ella nuestro esfuerzo común. Esta es la prioridad número uno. Hay otras, pero ésta es la que encabeza la marcha hacia la conquista de un rango que nos debemos a nosotros mismos y a nuestros hijos. Esta es la misión indeclinable de nuestra generación: acometer resueltamente, con energía, con coraje, para llegar a los objetivos comúnmente anhelados.
Es evidente que si la batalla de la Unidad tiene muchos frentes, debemos dar batalla en todos los frentes sin excepciones y sin retardos. La hora de las formulaciones teóricas ha quedado atrás en el consenso de la armenidad. Seguir debatiendo sobre el papel estas teorías, sin abocarnos al esfuerzo que habrá de llevarnos a las soluciones prácticas, positivas y tangibles que la comunidad armenia necesita, no será otra cosa que entregarnos a un juego, acaso brillante, pero estéril, de dialéctica bizantina. No podemos admitir dilaciones en esta materia. No puede pasar un día sin que se produzca un hecho positivo, so pena de que mañana tengamos que ir a apoyarnos de bruces en el muro de los lamentos, más que a dolernos de nuestra frustración, a intentar justificaciones a nuestra inoperancia.
De nada servirá entonces quejarnos de la miopía de unos, de la timidez de otros y culpar del fracaso a los irresolutos, a los faltos de imaginación y espíritu de lucha. De muy poco ha de valernos, ante el juicio de las generaciones venideras, a las que debemos rendir cuentas, el que digamos que fueron muchos y demasiados altos los obstáculos que se nos pusieron en el camino. Hay que derribar esos obstáculos o saltar por encima. No podemos quedarnos de este lado del paredón. Esta no es la hora de las vacilaciones, es la hora de la unidad total y definitiva de todos los sectores que forman la colectividad armenia de la República Argentina.
No puede ni debe prevalecer sobre nuestro ánimo la esmirriada estatua espiritual de los que quieren ir de pesca, colmar las redes y no mojarse. Hemos llegado a una encrucijada. Estamos ante una disyuntiva. Se nos plantea un dilema. Debemos elegir entre hacer y no hacer, entre desarrollo y estancamiento. La elección no es difícil. Está hecha en lo más profundo de nuestra coincidencia y nuestro sentir armenio.
Entonces: ¿Qué esperamos? En este momento de la historia que hacemos y que vivimos, y de la que somos actores y espectadores, no hay ni puede haber problema más urgido de soluciones que el de la unión e integración de la armenidad. Tenemos al alcance de la mano los grandes fines que desvelan a los pueblos y conjugan la esencia no siempre inescrutable de su destino. No dispersemos las energías por sendas extraviadas, no esterilicemos el esfuerzo en luchas intestinas. Avancemos con la mirada puesta en los auténticos objetivos de la armenidad y cerremos los oídos a toda exhortación desviacionista. Esto sólo podremos lograrlo sellando la unidad de todos los armenios. No puede haber armenio alguno que permanezca aislado o indiferente. A todos nos corresponde intervenir. Es indispensable la colaboración, sin exclusiones, de los distintos sectores y cabe insistir en que si en determinados momentos se ha llamado a la “unidad por la grandeza”, ahora es indispensable reclamar la “unidad para salvaguardar la armenidad”, para reencauzarla definitivamente, pues los plazos se extinguen sin remedio y las oportunidades escapan de la mano, en tanto la acción se demora, entorpecidos sus engranajes. No comprender esto podrá llevarnos al empeoramiento de las condiciones en que nos encontramos. Para comprenderlo hace falta capacidad de renunciamiento, en unos casos, y en todos los casos: imaginación, iniciativa, intrepidez y espíritu de sacrificio.
La historia no empieza mañana. La historia viene de lejos, toma nuestro paso y anda con nosotros si nosotros andamos. Pero si nosotros nos quedamos en el camino, si torcemos el rumbo, si ciegos -voluntariamente ciegos o torpemente ciegos- avanzamos hacia un abismo, no hacemos historia.
Frustramos la historia y la frustramos en una medida imprevisible. Porque cuando los hombres de un tiempo, los encargados de llenar un capítulo en el discurrir o trascender de los pueblos, se equivocan, se pierden y arrastran consigo a los que vienen detrás, frustrando también un tiempo ajeno, con ajenas oportunidades de realización y felicidad. Detienen consigo lo que verdaderamente merece llamarse historia. Los fracasos, las claudicaciones y las derrotas no son historia sino su negación. Son el tiempo perdido, el tiempo defraudado. El tiempo perdido por nosotros y defraudado a los que nos siguen.
Cuando hablamos de falta de Unidad y de los peligros que ella comporta no es para censurar la necesaria y fecunda diversidad de ideas, concepciones y enfoques que deben existir en el seno de todos los grupos humanos. Es necesario, sí, y es útil que esa diversidad exista, de lo contrario sería caer en la estéril unanimidad de los totalitarismos que todos repudiamos. En esta lucha por la Unidad se contraponen, con harta frecuencia, tanto las ideas como las pasiones. Y unas mueven a las otras, alternativamente, según la urgencia de las ambiciones personales o de partido. Las vocaciones no se traicionan ni se venden. Por el contrario, a menudo llevan al sacrificio y cuando es el fruto de una vocación auténtica que nos absorbe y nos consume, ya no se habla sino para el compendio de la comunidad, con abstracción absoluta y total de todos aquellos intereses configurados en las personas, los partidos o las fracciones.
Debemos emprender esta tarea apoyados en profundas e íntimas convicciones de las que no podemos apartarnos, porque hacerlo sería renunciar a los ideales de nuestra juventud. Y no debemos abandonar el juego apasionado, devastador, electrizante y excluyente de la política, con sus alternativas de triunfo, de derrota y de revancha, sino para esto: para CONCILIAR.
Levantemos plural una voz de esperanza. Todavía estamos a tiempo. No debemos rehuir a enfrentarnos con la realidad por dura que ella sea. Afrontemos las pupilas interrogantes sin escurrir los ojos de los ojos que nos miran, de los ojos que nos preguntan, aún sin reproche pero con desconfianza, cual habrá de ser nuestro futuro.
Abraham Aharonian