Kissag Mouradian: El cometa que nos iluminó y decidió quedarse

28 de octubre de 2025

Llegó a la Argentina en 1975, en uno de los períodos más duros de la historia del país. “Tenía el pelo largo, anteojos negros. Los militares me paraban constantemente por la calle, hasta me pusieron una pistola en la cabeza”, recordaba entre risas, con esa mezcla de asombro y templanza que lo caracterizaba. “Me habían mandado desde Echmiadzín por cinco años, pero esos cinco años aún no han terminado”, solía decir, medio en broma, medio en verdad.

Cuando fue ordenado sacerdote en Jerusalén, recibió el nombre de Kissag, que en armenio significa cometa. Quizás por eso, porque los cometas viajan sin rumbo fijo pero dejan luz a su paso, aquel destino que debía ser pasajero se transformó en una vida entera dedicada a la comunidad.

No era fácil discutir con él, pero era imposible no escucharlo. Tenía esa forma de hablar que bajaba el tono de todos los demás. Firme, pausado, con una convicción que nunca necesitó gritar. Cuando murió monseñor Kissag Mouradian, la comunidad armenia no perdió solo a su Primado: perdió una voz que acompañó medio siglo de historia con paciencia, sabiduría y carácter. Un pastor que, como pocos, supo combinar la fe con el coraje, el humor con la verdad y el servicio con la humildad.

Tenía una memoria prodigiosa. Recordaba nombres, fechas, gestos mínimos. A veces, cuando alguien se le acercaba después de años, pronunciaba su nombre sin vacilar, como si lo hubiera visto el día anterior. Era un gran contador de anécdotas, de esos que saben convertir cualquier recuerdo en una escena viva. Casi siempre rescataba lo cómico, lo inesperado, lo que hacía reír incluso en los momentos tensos para aflojar un poco.

Su autoridad no venía de levantar la voz, sino de bajarla. En las reuniones más difíciles sabía cuándo detenerse, cuándo una pausa valía más que una respuesta. Nunca fue rencoroso pero fue duro. Podía enojarse, y mucho, pero ese enojo no duraba más que el momento necesario.

Decía que últimamente no le interesaba tanto River, pero pocos le creíamos. Amaba la vida cotidiana, los gestos simples, los cafés, las charlas largas. Disfrutaba vivir en Buenos Aires. Lo decía con la sinceridad de quien se sabe parte de un lugar: “La comunidad armenia me quiere mucho y eso lo siento. Si me mandaran a otro lugar, yo no voy. Ni siquiera iría a Jerusalén, que es mi lugar de origen como sacerdote. Me acostumbré mucho a este país, a su gente. Acá trabajé gran parte de mi vida”.

Su presencia marcó una época. Cambió la relación de la Iglesia con la comunidad y, también, con la sociedad argentina. Gracias a él la Iglesia Apostólica Armenia formó parte como pieza fundamental del diálogo interreligioso. Su presencia jamás pasó desapercibida en ámbitos ecuménicos. Su voz fue imprescindible. Para algunos fue un punto de inflexión, para otros, un modo nuevo de entender la fe.  Fue docente, traductor, dramaturgo y periodista. Escribió en los diarios Sardarabad, Sharyum y ARMENIA. Meses atrás me enteré de que, en ocasiones, firmaba con los seudónimos "Kim Arevelktsí” y “Ben Hur”. “Era mejor que no lo supieran en ese momento”, dijo en público con media sonrisa. Tal vez era para esquivar críticas, no se lo pregunté.

Lo conocí cuando estaba terminando mi adolescencia. Con él viví momentos buenos y malos, discusiones fuertes, desentendimientos y acuerdos. Sé que lo hice enojar alguna vez, pero siempre con respeto, porque más allá de los títulos y la capucha monástica que distingue a los monjes armenios (veghar), Kissag Mouradian era, sobre todo, un hombre entero.

En la foto que acompaña estas líneas se lo ve sentado en las escalinatas de la Catedral Armenia San Gregorio El Iluminador, el mismo lugar desde donde, al finalizar su velorio y justo antes de que bajaran su féretro, un exalumno lo recordara como “políticamente incorrecto”, en el mejor sentido: auténtico, frontal y sin artificios.

En 2015, cuando el papa Francisco pronunció en el Vaticano las palabras “el primer genocidio del siglo XX”, el mundo entero se detuvo a escucharlas. No era la primera vez que se decía en Roma, pero fue una de las más firmes y globales. Turquía reaccionó con furia, pero para Kissag Mouradian no fue una sorpresa: “Negar también es afirmar, decía. Al negar el genocidio, lo confirman”.

Recordaba que, mucho antes de ser Papa, Jorge Bergoglio había hablado del Genocidio Armenio en las misas de responso que celebraban juntos en la Catedral Metropolitana. “Desde el primer momento pidió al Estado turco reconocer su crimen por el bienestar de los dos pueblos. Cuando era cardenal era simplemente un cardenal; ahora es Francisco, tiene otra voz”.

Fue la agencia Prensa Armenia del Diario ARMENIA la que primero publicó aquella conversación fluida con el título “El amigo armenio del Papa”, y su repercusión fue inmediata: la agencia Associated Press realizó una producción propia, con texto y video, que fue replicada por numerosos medios de Armenia y el mundo. Por un momento, la voz del arzobispo armenio de Buenos Aires se volvió universal, símbolo de la verdad dicha sin miedo.

Años más tarde, en 2021, lo visité en su despacho, entre sus libros y una luz tenue que entraba por la ventana. Celebraba los 50 años de su ordenación sacerdotal. Era un hombre sereno, consciente del paso del tiempo, con esa mezcla de cansancio y plenitud que deja el deber cumplido. Le pregunté cómo quería ser recordado. No dudó: “Como alguien que ha hecho algo. Quisiera que se acuerden de mí como alguien que trabajó para el bien de la comunidad y que mi nombre no se pierda en la memoria”. Cuando le hice esa pregunta, tuve la intuición de que algún día volvería a su respuesta. No quería que llegara ese día.

Kissag, significa “cometa”, pero aunque los cometas suelen pasar, él se quedó. En las aulas donde enseñó armenio e historia, en los altares donde tradujo la fe a nuestra lengua, en las mesas de diálogo donde buscó puentes entre Iglesias y comunidades. Hoy cuesta pensar la Iglesia Armenia sin su voz ni su figura.

Descansá en paz, Kissag. Fuiste el cometa que nos iluminó y decidió quedarse.

Pablo Kendikian
Director de Diario ARMENIA

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