Facundo Cantelmi Seragopian: “Las historias sirven para explicarnos quienes somos”

12 de septiembre de 2023

“Soy Facundo Cantelmi, pero cuando me presento en público lo hago como Facundo Cantelmi Seragopian, armenio por parte de madre”, afirma el entrevistado por Diario ARMENIA especialista, se podría decir, en contar historias. “El hecho de contar de dónde vengo resume muy bien mi forma de trabajo, que tiene que ver con trabajar desde la identidad, encontrar la razón de ser, y es la materia prima a la hora de trabajar con un político o una empresa en su comunicación, y que sirve para encontrar, desde ese lugar, una historia”, continúa hablando Facundo con pasión en esta extensa charla.

Contanos qué estudiaste y a qué te dedicas
—Estudié cine y televisión pero luego de trabajar en distintos proyectos durante años, me especialicé como director tanto en la ficción como en periodismo documental. También estudié publicidad, con foco en estrategias de comunicación, y ahí conocí algo que me cambió mi abordaje de trabajo y diría que mi profesión permitiéndome unir dos pasiones: contar historias y las estrategias.
Siempre tratando de entender con clientes su razón de ser, su causa, el propósito, el para qué, lo que se viene a solucionar y evolucionar, el objetivo de ser algo o alguien más allá de buscar una utilidad economía que en definitiva es la gasolina que permite seguir impulsando ese propósito. Por ejemplo podemos aventurar a decir que el Diario ARMENIA tiene como objetivo unir a la diáspora, informarla con otra narrativa, no permitir que se impongan narrativas que distorsionan la verdad historia, la cultura, la identidad y ese propósito lo hace tangible a partir de la herramienta del periodismo, pero primero está el motivante que une a las personas alrededor de una causa y es ahí donde hay una historia que contar y que conecta con la gente y que transmite un mensaje.
Es decir, entender la comunicación no desde el lugar de lo que se está vendiendo, si no desde lo que se está ofreciendo ayudar a la comunidad, y que trabajamos para que nos elijan. Ese abordaje me lleva a lo que estoy enfocado hoy, un narrador audiovisual, especializado en estrategias de storytelling de marca.
Mi función consiste en definir los ingredientes de una historia: personajes, mensaje, escenarios, concepto, etc., alrededor del mensaje que necesitamos comunicar. Nuestra materia prima es observar y escuchar a las personas, para mí tiene mucha relación con el trabajo periodístico, entender que dolor en la gente estamos tratando de resolver por medio de una narrativa. En otras palabras, las historias nos ayudan a comunicar mensajes por medio de emociones  y es la herramienta más efectiva para entrar en la cabeza de las personas porque, en definitiva, desde la época de las cavernas necesitamos las historias para resolver problemas de la vida cotidiana, darle un sentido a nuestra existencia y explicarnos como raza humana. El ADN de la humanidad son las historias y las consumimos porque requerimos identificarnos con alguien y aprender. En realidad las historias nunca se tratan de nosotros, sino del otro, del que escucha que se siente identificado y se encuentra en la historia que escucha, por eso es tan importante escuchar a la gente y construir la narrativa con estrategia.
Actualmente mi trabajo está en relación con el ámbito de la consultoría, tanto en el ámbito privado como en la comunicación política, canalizado en una agencia/productora que se llama Artsaj Agencia, y tengo la oportunidad de dar clases y participar como conferencista en diversos escenarios.

¿Cómo te está yendo?
—Me está empezando a ir bien. Vivo en México hace tres años porque mi novia Karla es mexicana. Pero no porque hayamos decidido por México inicialmente, sino porque Argentina te expulsa, ha sido muy abortiva lamentablemente a lo largo de los años. Cada vez que vengo a Argentina digo ‘es el país más lindo que he conocido’, y estoy seguro que volveré. Pero las oportunidades me las está dando México donde, hoy por hoy, estoy desarrollando parte de mi trabajo que tiene que ver con la consultoría en comunicación estratégica y desarrollos de contenidos, pero sigo trabajando cada tanto para Argentina, más que todo en el ámbito académico como profesor invitado en algunos posgrados.

Siempre hablas de la necesidad de relatar tu identidad y tu historia ¿Cuál es tu historia?
—Mis historias son muchas, pero siempre hay una que es el alma de todas las otras, la que se vuelve a contar oculta dentro de otras historias, y la que cuento en las ponencias, clases, etc. Soy de familia mitad armenia, mitad italiana (del sur), dos culturas que les gusta hablar bien fuerte por cierto. La parte armenia es la que más me acompaño desde mi niñez y la historia que siempre cuento trata de un niño y la relación con su abuela que le transmite de forma oral su identidad, y en este caso es ella contándome la historia de mis abuelos y tatarabuelos que escaparon y llegaron, algunos, hasta la Argentina.
Para un niño pueden resultar fantásticas, eran mis historias antes de ir a dormir, Las mil y una noches para mí, hasta que en un momento creces y comenzás a tomar conciencia de que todo eso, fue real y que esas historias son parte de tu ADN. Ella, Ashjen, me contaba los diferentes relatos del éxodo, desde la plantación de rosas y perfumes en Anatolia, Constantinopla y que vendían a Paris previo al genocidio, hasta las muertes que tuvo que ver con sus ojos, los robos que sufrieron, su paso por Grecia, el barco que los buscó, su llegada a la Argentina, la vida en el Hotel de Inmigrantes, etc. También lo que se sabía de la historia de quien más adelante fue su esposo, Hagop Seragopian: la vida en el barrio del Once y las tiendas de sastrería. Después de grande me di cuenta de la necesidad de repetir, repetir y repetir la historia, para que quede impregnada en la retina de la memoria, y de cómo conecta y moviliza a las personas, de tener claro de dónde se viene y porque luchamos y recordamos, de entender que parte de tu pasado está en Artsaj, en lo que hoy conocemos como Nagorno Karabaj.
Lo curioso de todo esto, como broche de oro, es que mi tía, emulando un poco a Homero con la Odisea y la Ilíada, un día decidió pasar todos los relatos orales y dispersos a un escrito, respetándole cada palabra a mi abuela se fue escribiendo a mano, y a las pocas semanas, mi abuela falleció. No sé si fue una fuerza sobre-humana o la causalidad o qué, pero el destino esperó a que la historia quede por escrito, y hoy por hoy guardo esos documentos como reliquias históricas. También guardo un cuadro muy lindo del calendario armenio que era de mi abuela y lo tengo a la vista de quien entre en mi casa. Me recuerda la importancia de las palabras y cuidar las historias, porque es lo que se hereda y hay que preservarlas y, siendo algo que heredé de mi abuela, es como un cordón umbilical a mi pasado.
Creo que las historias sirven para eso, para conectar con quiénes somos y movilizarnos hacia adelante. Me pasa todo el tiempo con clientes. Cuando encontrás ese lugar que tiene que ver con la causa, cuando encuentran su narrativa y que ayuda a explicar el porqué lo hacen, quienes son, cuál es su origen, toda su comunicación empieza a rondar alrededor de eso y a conectar mejor con la gente. Para mí, ahí empieza la comunicación de verdad, o la que me interesa en la comunicación. Es maravilloso. Esto en política sucede mucho, sin tener una historia que explique la historia del otro, es muy difícil conectar.¿Qué es lo que realmente te motivó a hacer política? Ahí hay una historia, volvamos a lo qué hizo que estemos hoy acá y el por qué. Yo trabajo mucho desde ese lugar. Es mi trampolín para construir historias.
En mi caso particular, haber ido a Armenia, haber conocido y caminado le pone cuerpo a un montón de cosas, entonces volvés diferente también con eso. Uno va resignificando la Historia.

¿Contanos sobre tu viaje a Armenia?
—Fui en una sola oportunidad y espero volver pronto. Fui para el centenario del Genocidio, durante un mes, con los auspicios de la Asociación Cultural Armenia. Fue casi un viaje iniciático en muchos aspectos. Fue muy importante para mí porque también me crucé con mi papá que es periodista y que fue a cubrir lo que sucedió en esos días. Más allá de la anécdota, lo importante es que fui a tratar de entender y respirar los olores del pasado y hacerlo acompañado por tu propio padre resignifica mucho.

Creo que lo más interesante que tuve en ese viaje, más allá del día que fuimos al memorial Tsitsernakapert y de haberle sacado una buena foto a Charles Aznavour, que luego salió en varios medios, fue haber ido a Artsaj, porque fue un camino de película, pero real de película. Fue salir previo a la madrugada desde Ereván, todavía de noche en una ruta que atravesaba como cinco climas en dos horas. Medio dormitando, pasamos de ver la nieve iluminada por los faros del auto en una autopista muy angosta en las montañas a cruzar por un montón de ciudades que parecían la vieja URSS, las viejas arquitecturas soviéticas rodeadas de arboles sin hojas, todo gris, todo oscuro, como se ve en las películas, y en un abrir y cerrar los ojos de golpe ver esos edificios y monumentos ahora en colinas verdes donde faltaría la cabrita de Heidi y el arco iris de fondo y después no pasa media hora y de golpe es todo nieve otra vez, las rutas acompañadas por largos tubos infinitos, por donde viaja el gas que alimenta a las ciudades. Es realmente el portal a otro mundo, otra realidad. Yo creo que ahí está lo más intenso, por la historia de esa parte del mundo. Por la enorme curiosidad que te da ver una casita de madera en el medio del todo eso, solita, y preguntarte como es la vida de aquellas personas y saber de forma segura que a no muchos kilómetros de distancia, los pies de mis tatarabuelos paternos habían pisado alguna que otra piedra de esas.
Armenia, en especial Ereván, tiene esa cosa occidental de mixtura rara posmoderno, de marcas de primer nivel y bares top enmarcados en la arquitectura soviética que da estética a la ciudad capital. En Artsaj no ves eso, realmente sentís que estás en ese otro mundo viejo de la URSS y es maravilloso vivirlo. Por suerte pude registrar mucho de esto en fotos y video. Caminar por los mercados, por las calles de la capital, Stepanakert, diseñada con sus avenidas amplias como esperando que el futuro llegue a llenarse de gente y repoblar la zona. En un momento estábamos en el monumento Babik y Mamik y fue muy interesante porque llegan cuatro autos Mercedes Benz de los años ’50 con un novio y una novia y atrás mucha gente y amigos bajando con instrumentos de gran porte con una música que literal, parecía una película de Kusturica, la versión armenia de los mariachis de México salvando las distancias. Un festejo hermoso donde van a ser, de alguna forma, bendecidos por ese histórico monumento. Es otro mundo. Me marcó totalmente. Creo que es lo que más recuerdo hoy cuando trato de decir mi historia, por eso mi emprendimiento de agencia se llama Artsaj, el nombre original armenio y no Nagorno Karabaj, que es el nombre soviético, porque se trata de no olvidar la historia más primaria, la del origen, por lo tanto, la original, la que resiste, la que motiva a todo un pueblo a unirse alrededor de una causa y moviliza a más personas. Venimos de ahí, aferrémonos a ese gen, a eso que somos, que eso ayuda a explicarnos de alguna forma. A eso me refiero.

¿Qué sensación te produjo saber que un lugar al que fuiste está en manos contrarias después de la guerra de los 44 días? Recordemos al lector que Azerbaiyán te puso en la “lista negra”.
—Lo de la lista negra es de película y ridículo. Básicamente sucedió que por haber entrado a Nagorno Karabaj, conocido por los armenios con el histórico nombre de Artsaj. Azerbaiyán consideró que entré a su territorio y que lo hice de forma ilegal, algo que tampoco es cierto, y cuando salió en el diario Clarín un artículo que escribí sobre el viaje, el embajador en Argentina de aquel país saco un comunicado diciendo que debía pedir perdón y que entraba en la lista de los indeseables. En fin… Respecto a lo que hoy sucede en Artsaj, es difícil entenderlo, porque de golpe te enterás que esos lugares a los que fuiste ya no están y es muy fuerte. Por ejemplo, tengo una foto de dos nenes jugando en Shushí entre todas las ruinas y la de una mujer vestida de oficinista con tacos y trajecito que volvía a su casa luego del trabajo con una bolsa del súper esquivando los escombros de lo que quedó de su edificio casi en ruinas con paredes agujereadas de balas. Cuando leo que eso ya no está, que lo que estaba destinado a ser reconstruido terminó en destrucción total, se me viene esas personas a la mente: ‘¿dónde quedó esa gente? ¿Qué pasó con esos chicos? ¿Esa mujer que venía del trabajo estará o no? En parte son esas imágenes que te vienen y es muy difícil imaginarte su destino porque esa gente y mucha otra, son la conexión directa y herederos de la historia milenaria armenia de aquel territorio del histórico Reino de Armenia. Otra imagen que me molestó mucho es la de la iglesia Surp Ghazanchetsots bombardeada. La conocí por dentro. Entiendo que estás en una guerra y educan a los soldados para no tener ningún tipo de emociones, pero llegar al punto de no preservar una cultura, el destruir la iglesia para decir ‘acá estoy yo’, esa es una de las cosas que más joden. Vengo de México y allí tenés iglesias católicas arriba de espacios sagrados de los pueblos originarios, con esta idea tan primitiva de colonización y se hizo lo mismo y considero que es una aberración y la historia muestra que además no se logra nada así. Cuando todo está oculto, invisibilizado luego sale a la luz y con más fuerza. Es imposible ocultarlo por siempre y los armenios han demostrado que pese a todo nunca los van a poder hacer desaparecer.
En otro sentido, debo reconocer que es un poco complicado entender la política armenia, al político armenio. Siento que parecen argentinos. Son una máquina de generar frustración y expulsión de la gente. Los veo históricamente mas enamorados del poder que de la gente. No termino de comprender la mente del pueblo armenio que vuelve a votar al mismo Primer Ministro que está entregando todo. No puedo comprender que vuelva a ganar el mismo. Fue muy duro cuando nos enteramos que cedieron parte de Artsaj a Azerbaiyán. Literalmente nuestro propio pueblo nos arranco una parte del cuerpo.

Contanos sobre el proyecto ambicioso que motivó tu viaje a Armenia.
—Es un proyecto testimonial para busca abordar el tema de la identidad armenia, de ser parte de una comunidad y principalmente de una diáspora. Se entrevistaron unas 15 personas pero está inconcluso. Hicimos muy lindas entrevistas, desde un artesano que talla las cruces en las piedras, hasta el director de la orquesta de la Ópera de Ereván pasando por un director de televisión periodística de Armenia, panaderas, etc.

Tenemos un abanico muy amplio para tratar de entender qué significa el no olvidarnos de dónde venimos y recordar quiénes somos para proyectar ese futuro tan deseado. De no olvidarnos que esto nos pertenece, es nuestro, que es nuestra identidad. Ese proyecto está hoy en discos rígidos. Es un proyecto que requiere inversión pero igualmente ya pasó un tiempo largo por lo cual esperaría. Tengo en sueños de poder volver a viajar a Armenia en un futuro cercano como para hacer una segunda parte y que la estrategia narrativa este centrada en unificar el pasado con lo moderno en ese lapso y tratar de entender los cambios que surgieron. No es solo otra generación, ya es otro territorio diferente incluso y quiero tratar de entender eso que pasa en la gente, desde adentro.


Fue muy interesante todo. En Buenos Aires le hicimos una entrevista a Lucín Khatcherian, una mujer que murió con 108 años, quien curiosamente recordaba un montón de anécdotas que también contaba mi abuela. De hecho nos enteramos en esa entrevista que la conoció trabajando en HOM y no podía creer que yo fuera el nieto de ella.

Si mal no recuerdo el proyecto también tenía que ver con lo diaspórico, incluso con otras comunidades.
—Sí, a partir de lo que se hacía en Armenia la idea era expandir la historia a lo que se conoce como una narrativa o experiencia transmedia: invitar a la gente que además de poder ver lo audiovisual pueda tener un espacio de participación y ampliar la historia en una web donde cada persona, de diferentes países, cada quien pueda decir ‘acá llegaron mis abuelos’ y poner su historia. Poner en esa web ‘mis abuelos llegaron acá, al Once, construyeron esto pusieron eso acá, vivieron en tal lugar’. Se iba a empezar a nutrir de historias de todos los que quisieran participar y que eso sirva como una especie de red social. Si yo sé que mis abuelos estuvieron en Once entre tal y tal época, puedo encontrarme con otra persona que también estuvo en esa época y empezar a contactarnos por este medio. Una red social que vincule a los que tenemos un pasado de refugiados o inmigrantes. Pero, obviamente hacer que la locomotora de esto fueran los armenios. Nuestro ideal era que fuera con apoyo del Gobierno de la Ciudad y se avanzo un poco, pero ahí se quedó luego. Para mí hubiese sido buenísimo saber de otros y que de golpe suban fotos y que quizás se cruzan. Las narrativas transmedia nos permiten eso: generar comunidad alrededor de una narrativa en común.

¿Cómo ves la comunidad armenia desde tu lugar?
—Siempre sentí que era una comunidad con grietas. Desde que era chico vi las peleas de mis abuelos y tíos respecto a los partidos políticos. Nunca acepte que los que están en una vereda no se hablan con los que están en la otra y esto es literal y tangible. Se puede ver en Buenos Aires y nos quedamos en la novela y no avanza. Hay una causa que debería ser mayor, que debería estar nucleando todo. Siempre me pregunto si es correcto estar colocados permanentemente en el tema del Genocidio. No estoy diciendo que hay que olvidar, pero ¿hasta dónde eso realmente colabora con ayudar a salir adelante a Armenia como país y al pueblo como nación? Cuando la comunicación de los contrarios es mucho más inteligente, produciendo historias que logran turismo, las famosas novelas turcas, carreras de autos que promocionan a Bakú, mucho turismo, aerolíneas, etc.  Es un tema difícil de tocar, pero en la medida que la narrativa de Armenia o armenia en la diáspora sea genocidio, no creo que estemos en una buena estrategia. Puedo asegurar que dentro de Armenia, están en otra línea diferente a pensar el país solo desde del genocidio. Ven a la diáspora como algo distante, al menos entre los jóvenes que me tocó conocer. Como decía, siempre me sorprendió la falta de comunicación sobre turismo, cultura, y un montón de cosas que tiene Armenia que son increíbles y realmente, son únicas. ¿A qué turista no le gustaría conocer Artsaj con la narración de lo que fue históricamente previo a que Stalin entrega el terreno? Lo único que conoce la gente sobre nosotros, veo que es el Genocidio y todos acompañan el dolor, pero insisto ¿no sería un gran turismo vender el país como el primer país que aceptó el cristianismo? Llevar a la gente adentro de las montañas a ver las cruces que se tallaban a escondidas como resistencia. ¿Cuántas historias podemos contar de eso? Nadie fuera del radar del medio oriente conoce todos estos valores. Creo que en ese aspecto la comunidad se equivoca y Armenia como país no sabe hacerlo. Una cosa no desacredita recordar la otra. Que Armenia es Genocidio creo que en realidad colabora a la comunicación de los contrincantes.
La otra cuestión es que veo una comunidad muy envejecida. Entiendo que mi relación con los chicos armenios no fue tan fluida acá. También tengo que decir que la comunidad de Argentina es un lugar de pertenencia, donde sentís que te van a acoger bien. Esperaría que eso no se pierda el día de mañana.


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